Los altares del puerco

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Todavía sobre los viejos escaparates de los hogares cubanos se crían puercos como ofrendas religiosas. Con monedas de cinco y veinte centavos. De uno, tres y cinco pesos.

El de mi hermana es rosado, gordo, y suena. “Pa’ los quince de la niña”, dice, mientras atrapa al animal por el lomo y le echa su comida del día: un puñado de moneditas en CUC.

En Cuba, la alcancía nacional tiene forma de cerdo. Algunos lo crían directamente en corrales; otros en su variante de yeso o barro. Algunos lo alimentan con sancocho; otros con dinero. Algunos lo destierran al patio; otros al interior de la casa. Todos lo empeñan. Para comer y vivir, siempre mejor.

La instancia final del puerco es su matanza. Se engorda no para que respire, sino para que muera. Bien de una o varias puñaladas, o de unos o varios martillazos. Con escenas más trágicas que otras: sangre y vísceras sobre la losa; añicos de yeso o barro por todas partes.

Para los cubanos criar un cerdo significa abrirse una cuenta en el banco. Que pese más o menos libras, representa más o menos dinero. Sueños y propósitos en la cuerda del acróbata. Que guarde más o menos monedas, lo mismo: los quince de la niña debatiéndose entre vestidos y sesiones de fotos.

El puerco es pura excitación social. Un síntoma ¿saludable? cuando las cifras rondan las miles y miles de toneladas (t). Son, por deducción, miles y miles de t de carne que produce Cuba cada año, miles y miles en la prensa, miles y miles aún insuficientes para satisfacer la demanda.

La producción porcina en el país tiene sus matices. Hay, posiblemente, tantas cabezas en el sistema estatal como en los patios de las casas. Unos cebados con pienso; otros con sobras de comida. Unos a estadísticas; otros sin registro. Unos para que lo coman otros; otros para no comerlos. Es un trueque tremendo, de toneladas que mutan.

Un cerdo, como quiera que se críe,  en la incomodidad del mal olor o encima del algún mueble hogareño, encarna los mayores sacrificios por las mayores recompensas. Un televisor, una lavadora, un refrigerador… ¡una casa! Libras de carne por dos o tres bienes. Cientos de moneditas por dos o tres piezas de ropa.

A veces, incluso, se alimenta al puerco para comprar otro. Un año de ahorros, de centavos y pesos en la alcancía porcina para comer puerco el 31. Pernil, lomo, costilla, grasa, subproducto. Un año de ahorros para someterse a la tradición de una fecha. Sudor, peste y cubetas de sancocho para venderle el puerco a otro.

Pero así lo dictan las costumbres, las buenas, con su carga de contrasentidos y esperanzas. También con sus querellas: entre los que plantean las reales afectaciones a las redes hidrosanitarias (no concebidas para desechos de animales) y los que defienden esa manera de solventar sus urgencias. Es una balanza con razones de peso para ambos.

En Cuba, pareciera que vivimos para el cerdo. Se madruga en las ferias para pugnar por sus partes y para venderlas de antemano a través del comercio de turnos. El animal, despedazado, no sufre esta otra carnicería. La cola simula una serpiente que se devora así misma en la corrupción de su cuerpo.

El fin de año entraña el culmen de esa veneración. El puerco en la mesa es la figuración simbólica de sus altares. La vela encendida a un santo.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

Un Comentario en “Los altares del puerco

  • el 2 enero, 2020 a las 11:19 am
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    Gracias Roberto. Su artículo es divertido, real y triste.
    Es una versión caricaturesca de la micro-economía apocalíptica familiar del cubano.

    Saludos

    Respuesta

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