Los 90 del maestro Imamura

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Se cumple el aniversario 90 del nacimiento y el décimo de la muerte del a veces obliterado Shohei Imamura (1926-2006), creador de La balada de Narayama y La anguila, ambas Palma de Oro en Cannes, quien delineó al lado de Kurosawa, Ozu y Mizoguchi un bendito cuarteto de creación de la pantalla japonesa.

No fue ni un enfant terrible tipo Amenábar ni un superdotado congénito a lo Scorsese. Le costó trabajo y años de paciencia hacerse de un nombre, de un estilo y de la perseguida trascendencia, la cual conseguiría a través de la etapa media y final de su período creativo. Y eso lo torna más cautivante para quien estudie su obra, en tanto esta permite al cinéfilo, al estudiante y al espectador general comprobar –paso a paso–, la evolución de un cineasta cuyo talento germinó a cuenta de pulmón, sudor y constancia.

Nacido en 1926 en Tokio, en medio del lujo de una familia pudiente, bien pronto renunció a los kimonos de seda para trabar amistad con marginales que le mostraron el otro rostro del Japón que su clase ignoraba. Luego de estudiar Historia Occidental en la Universidad de Waseba y cumplir un breve lapso de atracción hacia el teatro, comenzó en el cine en 1951.

A Imamura se le debe la Academia de Artes Visuales, nido de donde echaron a volar prestigiosos hombres del celuloide en el archipiélago asiático
A Imamura se le debe la Academia de Artes Visuales, nido de donde echaron a volar prestigiosos hombres del celuloide en el archipiélago asiático.

Imamura tuvo una buena escuela: tomó de primera mano las lecciones de los a la sazón guías del cine nipón –entre ellos el genial Yazujiro Ozu–, durante un período inicial, en el cual fungió de asistente de dirección de estos realizadores en los estudios Nikkatsu y Shochiku, antes de filmar, en 1958, su opera prima, Deseos robados.

Aunque signatario de documentos fílmicos irregulares durante la década (y la posterior), el creador de El pornógrafo (1966) es uno de los autores más citados del denominado Nuevo Cine Japonés de los ’60. Y la pantalla y la cultura local en general–, le debe la creación, en 1975, de la Academia de Artes Visuales, nido de donde echaron a volar prestigiosos hombres del celuloide en el archipiélago asiático. Fundaría además su propia casa: la Imamura Productions.

Los años ´80 suponen el escalamiento a picos de connotación mundial nunca antes alcanzados, al granjearse la Palma de Oro del Festival de Cannes, por su magnífica cinta La balada de Narayama, honor reeditado una década después mediante La anguila. Sería uno de los contados directores que obtuvieron en dos ocasiones el reconocimiento máximo de la cita fílmica francesa –la más importante del orbe–, al lado de Francis Ford Coppola, Bille August o Emir Kusturica.

La citada La anguila, junto a Doctor Akagi (1998) y Agua tibia bajo un puente rojo (2001) integran su famosa “trilogía acuática”, con la cual cierra su filmografía de 27 títulos, si descontamos su intervención final en uno de los cortos de la cinta 11´09´01, estrenada en 2002.

La anguila es una película intensa, lírica, arrebatadora; y probablemente figure entre las cintas japonesas menos ortodoxas del cine contemporáneo. Como lo es su fascinante Agua tibia bajo un puente rojo, para algunos una obra ora pretenciosa, ora diluida en simbolismos exóticos. Si bien, a juicio de este cronista, se trata de una perturbadora pieza de finísimo erotismo, llena de fortísimas pulsaciones germinales y garciamarquíano realismo mágico.

Sea quizá este largometraje postrero (fallecería un lustro después de su estreno, en 2006) la menos lúbrica, y en cambio la más poética de las visiones eróticas de la pantalla nipona de todos los tiempos, sin llegar propiamente a ser una película que fácilmente pueda encasillarse bajo este sello. Diciéndolo con palabras de la crítica española Nuria Vidal: “Aquí el agua es fuente de vida que regenera y purifica. Pero no un agua cualquiera, no un simple río, lago o mar. No, aquí nos encontramos con el agua que surge del vientre de una mujer cuando experimenta un profundo placer sexual, un orgasmo acuático que inunda literalmente a su compañero y le devuelve la vida”.

El gran crítico Ángel Fernández-Santos la consideró en su crítica de 2002 para el diario madrileño El País como “el maravilloso filme de un clásico viviente, una obra maestra”. Tuve la oportunidad de visionar este filme en uno de los Festivales de Cine Latinoamericano de La Habana junto a dos críticos cubanos: el finado Rufo Caballero y Jorge Luis Urra Maqueira. La opinión fue dividida, al primero le agradó sobremanera; al segundo no le impresionó particularmente.

Solía generar tales dicótomas posturas receptivas el gran Imamura –cineasta vitalista y enamorado de la existencia como pocos–, gestor fílmico de apuestas por la vida, por la reconquista de los sueños y de los anhelos: aun cuando en apariencia sus tonos pesimistas apuntasen a indicar lo contrario.

Antimilitarista, defensor a ultranza del sexo femenino, observador meticuloso de los patrones culturales y sociales de su país, este desconcertantemente diverso autor de relatos tan libres en su estructura como multileíbles en su decodificación, le agregó prestigio y renombre al cine de su nación.

Hoy los amantes del cine recordamos al autor de Cerdos y acorazados, Intenciones de asesinato, El profundo deseo de los dioses u otras notables películas, al cumplirse el aniversario 90 de su nacimiento y el décimo de su desaparición física.

Agua tibia bajo un puente rojo: perturbadora pieza de finísimo erotismo.
Agua tibia bajo un puente rojo: perturbadora pieza de finísimo erotismo.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Los 90 del maestro Imamura

  • el 16 noviembre, 2016 a las 11:33 am
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    Gracias por sus palabras. Saludos

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  • el 15 noviembre, 2016 a las 8:56 pm
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    Excelente artículo, máster. Gracias.

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