Libertadores de dos épocas llegan a Las Coloradas

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Todo fue difícil desde la salida de Tuxpan el 25 de noviembre. Cuando los tripulantes del yate Granma pidieron permiso para salir, supuestamente para “un viaje de recreo a la isla veracruzana de Lobos”, les prohibieron la navegación por el mal estado del tiempo. No obstante, salieron con 82 hombres a bordo: 78 cubanos y 4 extranjeros: estos últimos eran: Ginno Donné, italiano; Ramón Mejía, dominicano; Guillén Zelaya, mexicano; y un argentino, Ernesto Guevara, médico. El nombre del yate resulta un apócope de “grandmother” o sea, “abuela”. Pocos saben que eso es lo que quiere decir el apelativo del yate histórico. Salen con las luces apagadas, río abajo por el Pantepec, rumbo a la hondura del Golfo de México con mar embravecido. Al cruzar el cable del ferry, paran los motores para no ser escuchados, y luego pasan a oscuras ante el faro de la Marina de Guerra mexicana donde había un puesto naval. Fidel ordena quitarse los espejuelos a todos los que los usan, para que no haya reflejos que revelen el cruce. Entonces salen a mar abierto.   Cuando apenas amanece, con un sol apagado, es el momento en que Juan Almeida, entre los mareos por el oleaje, comienza a escribir su canto a la Guadalupana, para que no se le opaque la inspiración.

En los días iniciales de la Revolución, existía la duda de que si la hermosa canción de Almeida estaba inspirada por un amor que dejó atrás, o por la Virgen mexicana de La Guadalupe, patrona de México. Años después el autor nos sacó de la duda al contar en una entrevista:

Se acercaba el momento de la partida. Fui a encontrarme con Guadalupe, una linda mexicanita con la que mantuve relaciones desde mi llegada a estas tierras… Ella presintió algo, porque en vez del acostumbrado paseo me pidió ir a la ermita a ver a la Virgen de la Guadalupe… – “Le he pedido por ti, porque todo te salga bien”, me dijo delante de la imagen de la santa. Luego, sin mirarme a los ojos, me preguntó: – Juan, ¿ya te vas? Entre nosotros se interpuso el silencio, y al fin, le dije: – Sí, nos estamos preparando. – ¿Me escribirás? – Sí, tan pronto cuando pueda.   Nos miramos largamente. – Eso me consuela, sabré de ti, y como ya le he pedido a la virgen, todo te saldrá bien…

Al salir de la ermita lloviznaba y la temperatura estaba descendiendo. Tomamos el tranvía. Amorosamente le abroché el cuello de su abrigo. Ella se quitó su bufanda y me la anudó al cuello. Nos abrazamos por última vez. Era la noche de la partida…. No nos volvimos a ver, no tuve la suerte de hallarla, aunque la busqué varias veces por México…”

Y ahora allí, en el yate, Almeida comenzó penosamente a escribir… “Ya me voy de tu tierra, mexicana bonita, bondadosa y gentil…”.

La idea, tras el desembarco, era enfilar rápidamente hacia Niquero y Pilón, en los camiones que los debían estar aguardando, para tomar la Sierra Maestra. Sólo que, por el atraso de casi dos días en la llegada, prevista para el 30 de noviembre, el ejército de la tiranía ocupó casi todas las costas orientales y el rigor y la adversidad conformaron lo que debía ser la recepción del Movimiento en casi un desastre.  Pero allí estaba, el dos de diciembre de 1956, en el oriente de Cuba, el germen del Ejército Rebelde. Su consolidación nos llevó al primero de enero de 1959.

Por coincidencia histórica, el mismo día dos de diciembre, aunque con diferencia de 72 años, y en el mismo lugar, Playa Las Coloradas, descendieron los tripulantes del velero “El Roncador”, otra expedición libertaria, esta vez traída a Cuba por el patriota Ramón Leocadio Bonachea, en 1884.

Bonachea fue el último combatiente de la Guerra de los Diez Años, y pronunció su protesta contra el Pacto del Zanjón, como el General Antonio Maceo, pero en El Jarao, Sancti Spíritus.

A la una y media de la madrugada del 29 de noviembre de 1884 despegó de un muelle de Montego Bay en el norte de Jamaica, una pequeña embarcación de un solo palo, llamada “El Roncador”, único transporte que pudo obtener la indigencia mambisa para venir a continuar la guerra. Llegan en la expedición, el General José Ramón Leocadio Bonachea, nacido en Santa Clara, incorporado a la Guerra de los Diez Años en Camagüey, en noviembre de 1868; el coronel Plutarco Estrada Varona, combatiente mambí que antes había luchado en las huestes del Libertador Simòn Bolívar; el capitán Pedro Cestero Lázaro; el teniente Cornelio Oropesa González, y el práctico Bernardo Torres Cedeño, todos los cuales fueron fusilados al ser detectados por los españoles apenas desembarcados. 0tros diez tripulantes fueron condenados a largas penas de prisión.

El velero fue perseguido en aguas cercanas a la Isla por las cañoneras españolas “Manatí”, “Veloz” y “Caridad” pues la salida de “El Roncador” de Jamaica, fue avisada a Cuba por espías de la agencia norteamericana de detectives Pinckerton, la misma que vigilaba a José Martí en Nueva York.   Al ser fusilado Bonachea acababa de cumplir 39 años de edad y había entregado a la libertad de Cuba veinte años de su vida.

Hoy podemos afirmar que ambas expediciones libertarias, no terminaron en fracaso, sino que impulsaron la marcha indetenible de la lucha, rodeados esos patriotas de las olas de pueblo que coronó su empeño patriótico del siglo XIX y del siglo XX, en continuidad histórica. Ambos son monumentos al deber, al tesón y a la fe en el pueblo. Así los recordamos en esta fecha.

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

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