Lejos de la tierra quemada

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Los mexicanos Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu conformaron uno de los binomios autorales de mayores aportes al séptimo arte durante la posmodernidad cinematográfica, al concebir tres extraordinarias películas -el primero en tanto guionista y el segundo en calidad de director- de suma influencia dentro de las lógicas narrativas de la ficción fílmica actual como fueron Amores perros, 21 gramos y Babel, las cuales parecieron canalizar no pocos ecos del espíritu de esta época globalizada, transculturalizadora y sujeta a claras disolvencias o reconversiones de paradigmas.

Marcada a fuego su morfología en la escritura de la época, a no olvidar la estética de la fragmentación de aquellos alegóricos relatos cronológicamente desordenados y tangenciales, blancos de encuentros/desencuentros y mudas espacio-temporales. Pero en el corazón dramático de este en apariencias inédito estuche formal -si bien a lo mero mero el par zambuía en su vitaminado pudín estructural desde armas de Kurosawa hasta Altman y Winchester 73– había, sin excepción, una buena historia para contar, sustratos argumentales rotundos por arriba de las formas.

No es lo que sucedió, empero, con Lejos de la tierra quemada (The burning plain, 2009) la primera apuesta en solitario de Arriaga en el campo de la dirección, una trama de evidentes falencias argumentales, cosida sobre retales ya muy hilados (relato coralino de insistentes retrospectivas y flash forward o saltos adelante, con seres atraídos insistentemente por la autodestrucción, amores contrariados y mucha muerte, cual siempre sucede con las obras del también escritor), donde para menor fortuna el hombre lleva a los bordes del manierismo sus tics autorales de la era del compadre Iñárritu. Y a mí por lo menos, sin vocación continuada de armador de puzzles, ya tantos quiebres, fracturas, acoples y rabia gratuita (¡esa hija que da muerte a su madre, abandona a la cría recién nacida y practica el sexo a la manera del kung- fu!) me comienzan a abrumar; sobre todo si caemos en cuenta que el largometraje de marras constituye tan solo el segundo eslabón de lo que será, finalizada, su Trilogía de la Frontera: el paso inicial fue la más sólida Los tres entierros de Melquíades Estrada –cuyo guión escribió para Tommy Lee Jones y el último, por dar, El sol de los venados).

De la frontera, porque en el borde desértico donde se empalma Estados Unidos con México transcurre la porción mayúscula de dichos filmes. Allí, en un remolque al descampado, entre cactus sin flor y caca de coyotes, Gina (Kim Basinger), la madre de la protagonista de Lejos…, sajona, veterana, madre de prole cuantiosa y cónyuge de compañero sin tacha aunque con menos empuje en la cama que el por ella soñado, tiene lo suyo con un mexicano de cuyo hijo se enamorará a su vez Sylvia, la mayor de sus retoños, en uno de los dos planos temporales del filme: el de la época pretérita. Luego, esa entonces adolescente, convertida ya en adulta en el presente fílmico (Charlize Theron), vive, con culpas helénicas en su cabeza, pesarosa y automutiladora, en una ciudad pluvial, gélida y distante como este filme yerto e inane.

Las motivaciones de los personajes de Arriaga no son creíbles ni justificables desde el punto de vista dramático. Romance tan falto de sentido como el de la Basinger con el amante no veía yo desde Cujo, aquella película de terror donde otra ama de casa cuerneaba sin razón al buenazo de su marido mientras el perro asesino despedazaba gente. El “castigo” filial y el proceder posterior de Sylvia, desentendida del mundo salvo por su vagina, tampoco resultan deglutibles. Mucho menos el perdón-redención epilogar, con el cual se clausura esta historia rebosante de cicatrices emocionales, pesares y congojas a precio de remate. Lástima que la Basinger y la Theron -ese ángel de la tierra de Mandela hecha actriz a la guapa a pesar de su origen de pasarela-, se hayan empleado tan a fondo en sus respectivos papeles para impulsar proyecto de tan escaso numen. Ambas composiciones histriónicas, sobre todo la segunda, quien configura una interpretación contenida, muy precisa al expresar el estado anímico del personaje, junto a algunos hermosísimos planos hechos por Robert Elswitt a Charlize junto a las aguas o bajo la lluvia identifican a las áreas del filme preñadas de substancia.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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