Latidos de la Bienal en Cienfuegos

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Los seguidores de las artes visuales cienfuegueras aún tienen la oportunidad de deleitarse, en este ambiente de celebraciones por el 200 aniversario de la fundación de la villa Fernandina de Jagua, con una de las muestras colectivas más excitantes de los últimos tiempos. La Bienal de La Habana en Cienfuegos es un acontecimiento inédito, pues es la primera vez que este evento se emplaza en varias provincias de la isla; asimismo, una muestra de cuanto es posible hacer en una urbe a ratos adormilada por la falta de inspiración.

La muestra principal y colateral insisten en los signos de la cienfuegueridad: las devociones por la ciudad “más higienizada” de la isla (perceptible u oculta), la mar, el malecón y las dinámicas sociales desde una dimensión instalativa. Una vez más se constata el apego de nuestros artistas por esta modalidad expresiva, que tuvo entre 1995 y 1999 una etapa de esplendor.

Claramente, a los sureños les seduce la grandilocuencia interactiva. Si acaso hay que objetar en varias piezas es la limitada extensión, que es socavada por la anchura del entorno, especialmente marino. Igual, el desliz de algunos resortes técnicos que laceran la limpieza y anclaje de las obras, así como la instancia o los ángulos de percepción.

Al margen de estos detalles, el resultado es una experiencia conmovedora, que mucho hay que gratificar al Consejo Provincial de las Artes Plásticas de Cienfuegos y las gubernaturas de la ciudad, quienes financiaron la mayor parte de las propuestas para lograr el suceso que fue nuestra Bienal.

Entre el conjunto de hacedores del proyecto Mar adentro destaca la imaginería de Albor Arquitectos, que vuelve sobre la relación exclusiva entre el espacio habitacional y el sujeto humano, ahora en el contexto de un muelle público; un enfoque que había probado con su Casa soporte, premiada en el II Salón de Jóvenes Arquitectos en Santiago de Cuba.

Gratificante es la vuelta al terruño del macizo escultor que es y otrora miembro del Grupo Punto Pável Jiménez, quien se inspira en el litoral para colocar en las aguas sus monumentales hamacas, una vuelta al pasado de mediados de los noventa, ahora oxigenado por las dinámicas del programa.

Camilo Villalvilla y Adrián Rumbaut recrean proyectos de la Beca Mateo Torriente y los sitúan con garbo en medio de la mar contenida, abiertos a posibles recorridos virtuales de los públicos. Atractiva fue la propuesta de Osmany Caro, que nos proporciona unos anteojos voluminosos para mostrarnos la anchura e intensidad de la ensenada sureña, honra nuestra desde los tiempos vetustos. El colectivo hace posible (en el Muelle Real) la convergencia del imaginario popular con uno de los signos esenciales de nuestra identidad.

La colateral del evento no es menos sugestiva: Alejandro Munilla dinamitó el Paseo del Prado (Campo de estrellas, frente al Cine Prado) con aquel estilo peculiar de sus caudales expresivos y filiación simbólica; Leandro Soto, el precursor del performance en Cuba, embelesa con sus Ancestros en la Galería del Boulevard; Irving Torres logra activar con sus murales en el Reparto Tulipán (Áreas, Los Pilotos) los descuidados muros de esta zona descentralizada; Annia Alonso (la única mujer exponente) nos conminó a repensar sobre la identidad local en un sitio de encuentros (Café del Puerto); mientras que en la Galería del Centro de Arte la tríada compuesta por Daniel Antón Morera, Raúl Cué y Vladimir Rodríguez impacta con la variedad de miradas sobre la ciudad y sus vecindarios, desde una dimensión sensorial y filosófica en el caso de Antón (Vientre), pictorialista y abstracta sobre las ciudades ignoradas al modo con que lo hizo Cué (Ciudades ocultas), y performática e interactiva, a la manera de Rodríguez, que animó con lucidez el recorrido de las inauguraciones.

La Bienal de La Habana en Cienfuegos aún está a mano para ser disfrutada o redescubierta. No descarte la posibilidad. Vista hace fe.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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