Las leyes de la atracción
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Sostenía Stanley Cavell, en famoso ensayo en torno a las características de la comedia romántica cinematográfica, que el género traduce el esfuerzo humano por recuperar la alegría de la infancia mediante la incorporación del juego o las dimensiones lúdicas a la sexualidad. Es un estado existencial en el que la confrontación tiene más importancia que la complementación. El sexo es una lucha; la pareja, una batalla; y el matrimonio, una guerra.
Esto es una de las cosas más lúcidas que se han escrito sobre la comedia romántica, y le viene como anillo al pulgar de Las leyes de la atracción (Laws of Atraction, 2004), como le sentaba igual a las mejores exponentes de la vertiente, desde Hawks hablamos.
No tendrá los quilates de aquellas perlas doradas del maestro y compinches de la época dorada de Hollywood, pero si guarda mucho de ese sabor clásico de la bronca eterna de polos opuestos que, mal que se coman a mordiscos verbales, sucumbirán al vendaval pasional que -cama por medio-, mandará al demonio las rencillas.
Y en ese sentido, este filme chiquito logra crecer, haciéndose querible de paso. Claro que su argumento será cualquier cosa menos original, pero la química establecida entre sus protagonistas, Julianne Moore y Pierce Brosnan, dando calor a una eterna cantinela de gente que al principio se odian y luego se tragan, la hace ver de buen grado.
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