Las barreras de la diferencia

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Tropieza dos, tres… 40 veces con la misma piedra. El mundo está hecho de personas diversas, de hombres y mujeres con capacidades diferentes, pero el mundo, o una parte de él, todavía no lo entiende. Y por causa de esa incomprensión, la diferencia tropieza dos, tres… 40 veces con las mismas barreras, algunas invisibles.

¿Vivimos en una sociedad inclusiva?, ¿nuestras ciudades, sus inmuebles y áreas públicas están diseñadas para todos? Basta conversar con cualquier persona que presente algún tipo de discapacidad para darnos cuenta de que tales interrogantes no llevan siempre una respuesta afirmativa.

Hace poco, una cienfueguera con impedimentos en su movilidad debió sortear numerosos escollos antes de llegar a una clínica estomatológica: en casi todas las instalaciones de Salud de la provincia, dicho servicio se encuentra en plantas elevadas, casi imposible de acceder por aquellos cuyo andar va ligado a una silla de ruedas. Igual desazón experimenta cuando necesita acudir a una cita médica y se ve obligada a bajar y subir numerosos escalones.

No es el único contratiempo, ni ella la excepción. Todavía invidentes, sordos, limitados físico-motores, adultos mayores con movilidad reducida, a menudo terminan frente a muros difíciles de sortear o derribar: barreras urbanísticas, en las edificaciones, en el transporte, o comunicativas.

Ejemplos sobran: obstáculos en la vía pública que obligan a la circulación por la calle, inexistencia de rampas que permitan el acceso a ciertos inmuebles o a determinados espacios dentro de ellos (como en el caso de los policlínicos, donde una buena parte de las consultas están en el segundo piso), semáforos sin señales acústicas que faciliten el paso de los invidentes, problemas de accesibilidad en las tecnologías…

“A fin de que puedan vivir en forma independiente y participar plenamente en todos los aspectos de la vida, los Estados Partes adoptarán medidas pertinentes para asegurar el acceso de las personas con discapacidad, en igualdad de condiciones con las demás, al entorno físico, el transporte, los sistemas y las tecnologías de la información y las comunicaciones, y a otros servicios e instalaciones abiertos al público o de uso público, tanto en zonas urbanas como rurales”, establece el Artículo No. 9 de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, de la cual Cuba es signataria.

A la par de este instrumento, existen las Normas Cubanas de Accesibilidad, que definen este vocablo como “la cualidad del medio físico cuyas condiciones facilitan acceso, desplazamiento y utilización del mismo de manera autónoma por todas las personas o grupo de personas con independencia de sus capacidades motoras, sensoriales o mentales, garantizando salud, bienestar y seguridad durante el curso de las tareas que realiza en dicho medio”.

Nuestra isla es un país del Tercer Mundo, subdesarrollado, bloqueado, que trata de hacer todo lo posible por solucionar muchas de estas dificultades, sobre todo las de carácter tecnológico, aunque algunas de ellas dependen de factores subjetivos.

Sin embargo, a pesar de los avances, todavía subsisten escollos que obstaculizan la plena participación social de hombres y mujeres con alguna deficiencia, lo cual demanda la realización de acciones que garanticen un mayor acceso al empleo, la educación, la atención de la salud, la libertad de desplazamiento, así como la participación, con el resto de sus conciudadanos, en las actividades económicas, políticas y sociales del país.

“No hay personas con discapacidad, sino sociedades discapacitantes”, subrayó durante una visita a Cienfuegos, Jorge Luis Cala Ledezma, vicepresidente del Consejo Nacional de la Asociación Nacional del Ciego, quien sostuvo que urge un incremento en el actuar por parte de quienes deben decidir y la sociedad en general, en virtud del conocimiento sobre conceptos actualizados de accesibilidad, barreras físicas, del entorno y actitudinales. “Estas últimas son las que más daño nos hacen”, acentuó.

Si, como sabemos, tenemos una población cada vez más añosa y que con este envejecimiento crece también la tasa de discapacidad, no resulta sensato dejar para después la erradicación de las murallas alzadas ante la diferencia que suponen las limitaciones físicas, intelectuales o sensoriales. Tener en cuenta las potencialidades de este segmento y hacerles más llevadera la existencia, son imperativos para lograr una sociedad equitativa e inclusiva.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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