Las 30 horas cubanas de Albert Einstein

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Ciertamente el escenario no era idóneo para visitas. Corría ya el último mes de 1930 y el país bullía en medio de dos crisis: una económica y mundial; la otra política y doméstica. Un auténtico proceso revolucionario, liderado por obreros y estudiantes, pugnaba ya valientemente por derrocar al régimen machadista. A pesar de todo, ese 19 de diciembre, Albert Einstein recibió una calurosa bienvenida. El eminente científico viajaba a bordo del vapor Belgenland y realizaría una escala de 30 horas en el puerto habanero antes de atravesar el Canal de Panamá para dirigirse a la ciudad californiana de San Diego, en la costa del Pacífico, desde la cual llegaría a Pasadena, destino final del viaje.

Para el momento de su llegada a Cuba, el físico judío de 51 años no era solo una celebridad, algo poco común para la época en un hombre de ciencias. Era, sin dudas, el científico más importante conocido y popular de su tiempo. Y no era para menos: con apenas 26 años, entre 1905 y 1915 había publicado su teoría de la relatividad especial que complementó 10 años después con la teoría de la relatividad general. El Premio Nobel llegaría en 1921 por sus explicaciones sobre el efecto fotoeléctrico y las numerosas contribuciones a la física teórica.

Einstein no viajaba solo, lo acompañaban su esposa Elsa, el matemático Walther Mayer, su amigo y colaborador; su secretaria personal, Helen Dukas y una amiga de la familia. El buque había zarpado de Amberes el 2 de diciembre y antes de fondear en la rada habanera había hecho estadía en Nueva York. Desde su llegada a ese puerto, los pasos de Einstein comenzaron a ser monitoreados por la prensa habanera, que daba cuenta de actividades, visitas y agasajos[1].

Momentos de su visita a la Habana, rodeado de sus anfitriones.

La recepción de rigor al sabio alemán fue realizada a bordo del propio Belgenland por los miembros de las correspondientes directivas de la Academia de Ciencias, Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, junto a la Sociedad Geográfica de Cuba. La primera solicitud del singular invitado fue prontamente satisfecha: un elegante sombrero de jipijapa para protegerse de los rigores del trópico que el dueño de El Encanto, la más exclusiva de las tiendas habaneras de entonces, había tenido a bien obsequiarle. El científico, en reciprocidad, le otorgó al estudio fotográfico de la tienda y a su fotógrafo Gonzalo Lobo, el privilegio de realizarle el único retrato de estudio que se le hiciera en tierra cubana[2].

Los anfitriones estaban decididos a aprovechar al máximo la presencia del ilustre invitado. La agenda sería corta pero intensa. El primer punto fue ofrecer una visita de cortesía a la Secretaría de Estado de la nación, acompañado por el ingeniero José Carlos Millás, vicepresidente de la Sociedad Geográfica de Cuba y director del Observatorio Nacional. Habida cuenta de sus conocimientos en Matemática, Física y del dominio de varios idiomas, Millás se convirtió en el cicerone de Einstein y sus invitados durante toda la visita. Acto seguido, asistiría al homenaje organizado en su honor desde los salones de la Academia. En el Libro de Oro de la Sociedad Geográfica escribiría: “La primera sociedad verdaderamente universal fue la sociedad de los investigadores. Ojalá pueda la generación venidera establecer una sociedad económica y política que evite con seguridad las catástrofes”[3].

Pasado el mediodía y luego de haber recibido el homenaje de la comunidad hebrea de Cuba, el científico y sus acompañantes asistieron a un banquete que ofrecía el presidente de la Academia en el roof garden del Hotel Plaza. Al terminar el ágape vinieron los paseos por la ciudad, incluida su periferia campestre. Fueron visitados: el Havana Yacht Club, el Country Club, el aeropuerto de Rancho Boyeros, la Escuela Técnica Industrial, las obras del Acueducto de Vento y el asilo de enfermos mentales de Mazorra. La Universidad de La Habana, lugar que seguro suscitaría la atención del visitante, quedaba fuera del programa por haber sido clausurada al convertirse en el centro más fuerte de rebeldía popular contra Machado[4].

Einstein, su esposa Elsa y sus invitados a bordo del Belgenland.

Al cierre de la jornada, estaba prevista una recepción en su honor ofrecida por la Sociedad Cubana de Ingenieros. Vinieron los panegíricos, las palabras de agradecimiento del homenajeado, deseando a la nación un “porvenir virtuoso”; luego el espléndido buffet y la firma en el libro de visitantes de la Sociedad. Al término de la reunión un aluvión de personas compuesto por los miembros de la Sociedad y otros profesionales presentes, se abalanzó sobre el distinguido visitante a la “caza” de un autógrafo. El alemán, que no era precisamente un entusiasta de las muestras desbordadas de admiración hizo mutis por el foro y partió raudo en el automóvil que lo esperaba.

El rutilante Hotel Nacional que a la sazón se inauguraría en esos días, perdió la posibilidad de tenerlo quizás como su primer huésped ilustre. Einstein había preferido pernoctar en el propio Belgenland, tal y como hiciera durante la escala neoyorquina que había sido incluso más larga aún que la habanera.

En la cubierta del buque, el científico recibió la visita de un reportero de la ya prestigiosa revista Bohemia. Todo indica que las entrevistas tampoco le gustaban demasiado. De su encuentro con la prensa en Nueva York ya había dejado constancia en su diario personal: “Los reporteros hicieron preguntas particularmente insustanciales a las cuales respondí con chistes baratos, que fueron recibidos con entusiasmo”[5]. Una vez leída la cita anterior, este redactor no pudo menos que sonreír ante un simpático pasaje de la entrevista concedida a Bohemia: “Einstein, como todos los sabios, es muy distraído. Hace poco se le casó una hija y se olvidó de ir a la boda”[6]. Aquí también el astuto alemán ofreció lo que querían escuchar: un chiste barato. Einstein solo tenía dos hijos varones[7].

En honor a la verdad, la entrevista también sirvió para informar (al menos parcialmente) sobre el propósito de su visita a California. Muy cerca de Pasadena se encontraba el observatorio astronómico de Monte Wilson. Einstein confiaba en: “(…) realizar ciertas investigaciones que deben aportar nuevas pruebas a mi Teoría General de la Relatividad [pues] confío en que el poderoso instrumental de Monte Wilson me permitirá obtener pruebas astrofísicas indiscutibles”[8].

En la mañana del 20 de diciembre aún restaban unas horas antes de la partida. Así que su cicerone, el ingeniero Millás pasó a recoger a sus invitados para un último recorrido por la ciudad. Esta vez Einstein decidió el itinerario: serían ahora los barrios más pobres de la ciudad los que visitaría. Estuvo en varios solares y cuarterías de la Habana Vieja, los barrios populares de Llega y Pon, y Pan con Timba, algunas de las tiendecitas modestas de la Calzada de Jesús del Monte, y la zona del Mercado Único. La “cara fea” de la Isla afloraba ante sus ojos. Ese día escribiría en su diario la última de las impresiones sobre sus “horas cubanas”:

“Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color”.

 A la una de la tarde, zarpaba el Belgenland hacia el Canal de Panamá con el célebre científico y sus invitados. Durante su corta estancia el brillante físico teórico pudo captar sin dificultades los grandes contrastes sociales que padecía el país. La imagen del científico enajenado del mundo real, que muchas veces circulaba de su figura, se desvanecía ante sus “aterrizados juicios”. Que Albert Einstein, además de brillante, era un hombre decente, continuaría demostrándolo con creces en los años siguientes.

Algunos de los últimos lugares visitados por Einstein en la Habana: los barrios populares de Llega y Pon, y Pan con Timba y la zona del Mercado Único.

[1] Diario de la Marina. Ediciones del 13 y el 18 de diciembre de 1930

[2] Pelaez, Orfilio. “Noventa años de la visita de Einstein a Cuba” Diario Granma. 25 de diciembre de 2020.

[3] Altshuler, José. Las 30 horas de Einstein en Cuba. Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.Publicaciones Acuario.Centro Félix Varela, 2005 p.4

[4] Altshuler, José Ob.Cit p.5

[5] Ibídem, p.6

[6] “Cinco Minutos de Charla con Einstein” en revista Bohemia diciembre de 1930

[7] Su única hija hembra, Lieserl había nacido en 1902 y probablemente falleció durante su primer año de vida o fue dada en adopción. Nada más se supo de ella.

[8] “Cinco Minutos de Charla con Einstein” en revista Bohemia diciembre de 1930

 

* Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos “Carlos Rafael Rodríguez”. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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