La Zona Roja del arte cienfueguero (+Fotos)

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Ya no se escucha el piano desde cualquier aula de estudio; nadie arranca melodías a la guitarra ni al tres cubano, ni convierte en música el aire que respira la flauta. La danza no hace retumbar los tabloncillos. Ese barroco sonoro, que desbordara aulas, plaza, pasillos de la Escuela de Arte Benny Moré, calla ahora y su silencio es de espera.

La joven Aynara Medina es profesora de danza en la escuela. Sin embargo, no viste hoy como bailarina, sino normalmente. No está en una de las amplias aulas, rodeada de espejos, sino en el comedor del centro. No baila; escoge arroz para el almuerzo.

“En condiciones normales, los bailarines estamos en constante movimiento. Esta etapa de inactividad profesional es muy difícil”, me dice.

En el área de cocina se sigue rigurosamente el protocolo de seguridad./Foto: Ángel Bermúdez

El 17 de enero pasado, el Consejo de Defensa Provincial comunicó a los directivos de la Escuela de Arte Benny Moré de Cienfuegos, la decisión de convertir la institución en centro para la atención a pacientes infantiles, tanto positivos a la COVID-19, como sospechosos de padecer la enfermedad.

La directora de la “Benny Moré”, Elizabeth Labrada, recuerda que “ese mismo día se elaboró el protocolo sanitario y para esto, fue necesario una revisión técnica desde el punto de vista constructivo y también higiénico-sanitario de la instalación”.

“Al día siguiente, comenzamos a recibir a todo el personal paramédico y los insumos que se traían desde el Hospital Pediátrico de Cienfuegos para la escuela, incluso el aseguramiento alimentario. El 19 de enero ya teníamos a los primeros pacientes”.

El centro se preparó para acoger una capacidad máxima de 60 personas. Hubo que reestructurar dormitorios; cambiar mobiliario; incluso, enumerar las camas como en la sala de un hospital.

Entre profesores de arte y docentes, auxiliares pedagógicas, personal de cocina y directivos, un total de 16 trabajadores de la institución se ocupan de la elaboración de los alimentos para los pacientes y sus acompañantes, así como de la limpieza del área en código rojo.

“Habíamos tenido una experiencia anterior como centro de evacuación de embarazadas en situaciones meteorológicas, pero nunca una tarea como esta”, asegura la directora.

Alberto Hernández es otro joven profesor de danza. Llega temprano para prepararse y salir a cumplir sus tareas. Recuerda el momento cuando se les informó a todos la nueva misión.

“En el centro se convocó a una reunión con los trabajadores y se pidió la disposición de quienes no se consideraban vulnerables a la enfermedad, ya fuera por edad o por padecimientos. Muchos dijimos que sí. Esta es una misión más y la hemos asumido como otras, como todas, sin necesidad de muchas explicaciones; sin un pero”.

Alberto viste traje séptico; lleva guantes y una máscara que le cubre toda la cara, debajo de esta, el nasobuco. Entre otras funciones, durante la jornada se ocupa de trasladar el alimento para los pacientes, acompañantes y personal de salud desde la cocina hasta el área de código rojo.

Pacientes y acompañantes pasan por un proceso de higienización a la entrada y salida del Centro./Foto: Ángel Bermúdez

De esta labor se encarga preferentemente un hombre; la han desempeñado docentes, profesores de música, de artes plásticas y de danza. Para ello, se ha diseñado una única ruta que no utiliza espacios comunes, sino pasillos periféricos.

“Tenemos muy bien delimitados los espacios y los procesos”, confirma Elizabeth Labrada, “por ejemplo: la cocina comedor está dividida en dos áreas y dos procesos en lo que concierne a la limpieza de los utensilios utilizados diariamente por los pacientes, sus acompañantes, el personal médico y paramédico y las personas en aislamiento. Estos utensilios son solamente para el uso en el código rojo”.

“Las medidas de bioseguridad incluyen el uso de soluciones de hipoclorito al 20 por ciento. Los utensilios permanecen en esta solución durante 20 minutos y posteriormente es que comienza el fregado. Algo similar ocurre con el vestuario”.

Como parte del protocolo sanitario, cada cuatro horas se higienizan todos los dormitorios. Cuando entra un paciente al centro, se higienizan sus pertenencias y todos los lugares por donde la persona va transitando. Del mismo modo sucede cuando egresa del centro.

Integrantes del equipo médico satisfechos por la colaboración encontrada en los trabajadores de la Escuela de Arte./Foto: Ángel Bermúdez

Yenizey Maceo Alonso es una de las encargadas de la limpieza de los dormitorios. Habitualmente trabaja como auxiliar pedagógica de la Escuela de Arte. Ahora se mueve dentro de la zona roja.

“Ha sido una experiencia dura porque nunca me había enfrentado a algo como esto, pero tengo todo el avituallamiento necesario para protegerme. Cuando llego en la mañana me pongo el traje, la careta, el nasobuco, guantes y botas; al terminar echo todo en una bolsa séptica, me baño y me visto. Al llegar a la casa hago lo mismo. Los dormitorios se fumigan constantemente”.

El especialista en Medicina General Integral Pediátrica, Doctor Ifraín Machín Caridé está al frente de 25 profesionales de la salud encargados de los servicios médicos del Centro de Aislamiento para casos sospechosos y positivos de Covid-19, ubicado en la Escuela de Arte Benny Moré.

“Nuestra primera labor, el día que llegamos acá, fue diseñar el flujo que tendríamos en la atención hospitalaria. Y eso se respeta con el mismo rigor que todos los protocolos de seguridad. Realmente, hemos encontrado una colaboración muy satisfactoria en el personal de la escuela”, asevera.

Personal del Centro de Aislamiento de infantes sospechosos a la Covid-19./Foto: Ángel Bermúdez

Tanto Yanizey como Aynara y Alberto reconocen que han sentido temor al estar tan cerca de un virus altamente contagioso.

“Obviamente tuvimos miedo. Lo primero que viene a tu mente es ese temor, no solo por ti, sino también por tu familia. En mi familia hay personas mayores que además, están enfermas y podrían quedar expuestas”, comenta Aynara.

También aceptan cuán difícil ha sido para ellos esta etapa de inactividad profesional.

Alberto dice que en casa se ha vuelto un artesano. “Me va quedando poco por hacer con la madera; he confeccionado búcaros, infinidad de manualidades. Tranquilo en la casa no puedo estar. Actualmente, el entrenamiento tiene que ser individual”.

“Llega el momento en que te aburres, pero continuamos buscando métodos, y ahora a través de las redes sociales seguimos en contacto entre los profesores y con los estudiantes y eso al menos alivia esa necesidad de enseñar, de estar preparándonos y preparando a los muchachos. Es difícil para los estudiantes también. Ellos me escriben, preguntándome, ‘profe cuándo empezamos…’”, comenta Aynara.

Sin embargo, a pesar de todo, aparece en sus ojos, y en los de Alberto, Yanizey y Elizabeth, una satisfacción diferente a la de enseñar.

“Lo más importante es que estamos ayudando a esos niños, a sus padres y familiares… estamos trabajando para que se sientan lo mejor posible mientras estén aquí y se recuperen”, Alberto resume el sentimiento de todos.

Cuando el arte y la enseñanza retomen su plaza; cuando la música, omnipresente, y la danza y las cientos de voces vuelvan a poblar los espacios de la Escuela de Arte Benny Moré, hablará también, en ese abarrotado universo sonoro, la gratitud de los pequeños que vencieron aquí la COVID-19.

La directora de la Escuela de Arte, a la izquierda, supervisa el proceso de elaboración de los alimentos./Foto: Ángel Bermúdez

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