La voladura del bajo de Pasacaballos

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Hasta el alma de la piedra más profunda en los cimientos de Nuestra Señora de los Ángeles tembló como si fuera hoja otoñal. El batacazo de la dinamita anunció a las cuatro en punto de la tarde del miércoles 19 de diciembre de 1934 que al fin habían comenzado en serio las obras para la voladura del bajo de Pasacaballos.

Dos horas antes había partido una pequeña flotilla naval desde el muelle de Terry, en la costanera sur de la ciudad. A bordo viajaron representantes de las sociedades, la prensa y los gremios cienfuegueros, invitados a presenciar el suceso desde butaca preferencial.

La campaña por la voladura del bajo en el cañón de entrada de la bahía de Jagua, unida a la demanda de puerto libre para Cienfuegos, había tomado fuerza en junio de ese año tras la aprobación por el gobierno de la República de un crédito de 40 mil pesos.

A tales efectos el 11 del mismo mes una asamblea convocada en el teatro Luisa creó las comisiones auxiliares y el núcleo directivo del Comité Gestor Pro Puerto Libre, encabezado por el doctor Regino de la Arena. Integraban la iniciativa gremios, sociedades y corporaciones económicas. El 19 la prensa local describía una ciudad tapizada de pasquines alegóricos a la demanda.

Desde La Habana se reportaban al propio tiempo las gestiones a favor de su ciudad natal emprendidas por el abogado cienfueguero Pedro López Dorticós, a la sazón subsecretario (viceministro) de Justicia, quien le habló del tema reivindicador al coronel Carlos Mendieta, presidente de la República.

En diciembre el tema de la inminente voladura del vientre rocoso del cañón y el fracaso de las gestiones para obtener la Zona Franca de Cienfuegos echaron suficiente leña seca a la hoguera noticiosa en la Perla del Sur. En otras palabras, el ambiente local se mantuvo caldeado vísperas de Navidad.

Entre anuncios de inicio de los trabajos en Pasacaballos, adjudicados en subasta a la Compañía de Obras Marítimas, visitas de altos cargos de la Secretaría de Obras Públicas y dimes y diretes del Comité Gestor transcurrió buena parte del último mes del año, el primero post Machado.

El caso más sonado fue el de la Asamblea Magna convocada por el Comité para la una de la tarde del martes 4 en el teatro de los Martínez Casado. Como el dicho existía ya por esa época, podría decirse que el acto terminó como la fiesta del Guatao. O de lo contrario, se hubiera podido acuñar un decir propio: como la reunión del Luisa.

La noche anterior el Comité reunido en el local de la Cámara de Comercio, altos del edificio de la Compañía de Seguros y Fianzas, había librado masiva convocatoria para la Asamblea, y a la par llamaba al cierre de todo el comercio y la industria a partir de las doce del día y hasta la jornada siguiente.

Antiguo camino que llegaba desde Rancho Luna.

Respondieron a la invitación los gremios Marinos de la Bahía, Unión de Estibadores, Tajadores del Puerto, Braceros de San Manuel, Fogoneros, Mutuo de Estibadores y Conductores de Carros y Camiones; el Rotary Club, la Cámara de Comercio, el First Nacional Bank y las asociaciones de Colonos, Chauffeurs, Farmacéuticos y Dependientes de Hoteles, Fondas y Cafés.

Por indisposición del titular De la Arena correspondió al vicepresidente José Emilio Hernández encabezar la reunión, que por una parte reconoció el éxito de la gestión del crédito para volar el Bajo y por otra admitió el fracaso en la consecución del Puerto Libre, a pesar de las promesas del presidente Mendieta.

En medio de una atmósfera irrespirable por la acción de algunos elementos rompegrupos, el Comité terminó por comunicar su disolución y dar por finalizada la asamblea. El cronista Julio Torres Vivancos escribió en La Correspondencia que el encuentro “terminó como el rosario de la aurora”.

Durante las próximas jornadas se sucedieron los Manifiestos al Pueblo en las portadas de los principales diarios cienfuegueros. En unos el Comité alegaba las razones de la renuncia a su mandato y otros las instituciones sociales y gremiales le pedían continuar en su labor. Hasta que finalmente el día 13 la dirigencia decidió reconsiderar su postura.

Pasaron casi 14 meses y su edición del 12 de febrero de 1936 con el título de “El bajo que pasó a la historia” La Correspondencia publicó la carta-resumen de la obra, firmada por el ingeniero Pablo Schwiep, cienfueguero añorante que en La Habana se desempeñaba como inspector de la Secretaría de Obras Públicas (SOP) para la inspección del dragado de la referida canaleta marítima.

La misiva pública recordaba que la obra fue proyectada por el Negociado de Mejoras de Ríos y Puertos de la SOP, ente dirigido por el ingeniero Manuel Lombillo Clark. Los trabajos fueron ejecutados por la Compañía de Dragados del Golfo, S.A., propiedad de Jaime Suárez Murrias, con la dirección técnica del ingeniero Francisco Palmieri.

“No entrará el Normandie porque su excesiva eslora quizá no le permita, pero sí barcos de gran porte ya que la zona dragada tiene una profundidad media de 40 pies (12.30 metros), explicaba Schwiep.

Otro inspector, Luis Insausti, completaba su sustento como reporter de La Correspondencia, donde calzaba sus crónicas con la firma Luis de Rioja. A él debemos algunas curiosidades numéricas arrojadas por la voladura del Bajo: mil 092 barrenos, 43 mil 682 cartuchos de TNT que pesaban en total 14 mil 682 libras, mil 096 fulminantes y 30 mil 270 metros cúbicos de roca extraída del lecho marino.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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