La vida es bella

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Desde el estreno en Italia hasta sus tres victorias en los Oscar de 1999, La vida es bella (La vita é bella) inspiró una pléyade de crónicas de signo positivo o adverso por parte de la crítica del mundo entero, aunque la proporción mayor enfiló hacia lo primero y los enjuiciamientos negativos, a mi juicio, tuvieron que ver con intereses lobbystas, comerciales o políticos y no guardaron fundamento en valoraciones artísticas.

Previamente a la entrega de su Oscar a la Mejor Película Extranjera, cierta crítica norteamericana se ensañó, al punto de clasificarla de “fábula fascista” (Time) o de “filme fundado en una de las más extraordinariamente desagradables premisas de la historia del cine” (ABC).

Al parecer, ninguno de estos reputados críticos digirió la burla de Chaplin al patrioterismo de la autocracia hitleriana en El gran dictador, ni es partidario de que la comedia como género sea capaz de desconocer barreras y sembrarse incluso en los campos de la muerte para advertirle al hombre que la risa y la alegría sortean cualquier valladar cuando de hacerlos felices se trata.

La vida es bella resulta un desparrame hilarante de apuestas a la felicidad, la crónica agridulce del poder infinito de la esperanza, el triunfo de la fantasía. La convicción absoluta del aforismo de Ovidio de que la mente puede convertir el infierno en un cielo, el testimonio del conocido apólogo de la mentira de Oscar Wilde en torno a sus derivaciones relacionadas con la necesidad de soñar e inventar del género humano, la particular reivindicación del más sano panglossianismo.

No se rubrica aquí una elegía al optimismo; todo lo contrario, es exaltado su poder conciliatorio y redentor a través de profundas dosis de humanismo y una poética de la sencillez en el lenguaje cinematográfico que envidiarían hasta los más avezados cineastas de la actualidad.

Que sea tajantemente personal, no impide que el filme del realizador Roberto Benigni observe en su leitmotiv rasgos de la estética de lo grotesco advertible secularmente en la cultura italiana, que asuma de Chaplin el delineo del vértice cómico de la tragicidad o que rinda homenaje en el tempo, el candor y la frugalidad de la puesta en escena de la primera mitad a aquella comedia italiana precursora. Y más, que haga guiños a De Sica con esa bicicleta andariega y la relación entre el hombre y el niño, o evoque el humor macabro de alguna película de Monicelli y el guionista Vicenzo Cerami, a quien no en balde Benigni buscó de compañero para la elaboración del guión de su cinta.

Ambientada en la Italia de 1938, La vida es bella sigue las peripecias de Guido (Benigni), un judío enamorado de Dora (Nicoletta Braschi), joven de raza “pura” comprometida con un personaje fascistoide, a la que rapta en su noche de bodas —con la anuencia de la muchacha— y con quien vive cinco años de felicidad hasta que la pareja y el hijo fruto de su unión son recluidos en un campo de concentración. Es en este sitio de horror donde el padre le hará creer al niño que todo cuanto allí sucede es ficticio y forma parte de un concurso que él puede ganar si resiste hasta el fin.

Benigni, que es todo un clown, un mímico expresivo, dominador del gag físico, pero también articulador acucioso del intelectual, aúna ambas posibilidades para concertar una trama asimilable de punta a fin por el aderezo hilarante de su figura y las situaciones generadas a partir de ésta, elemento-pivote de la narración. La conferencia magistral de imaginación dictada por Benigni, unido a su fuerte vis cómica, propicia que la película constituya un ensamblaje total de secuencias donde prima la hilaridad, en última instancia, salvadora de que la obra no se atollase ante la incongruencia entre la exposición del hecho humorístico y su trasfondo ambiental, de pleno antitéticos.

Para comprender mejor el filme, hemos de reflexionar en las siguientes formulaciones de su realizador: “No es una película sobre la guerra, sino más bien una historia sobre la vida. En la vida pueden sucedernos cosas trágicas que modifican nuestra existencia, nuestra seguridad y hasta nuestros puntos importantes de referencia”.

El elemento trágico modificó el discurrir de la existencia de los tres personajes centrales. Al producirse en el filme el giro dramático que dirige la historia hacia el sendero del dolor, es cuando más la historia demanda de su personaje nudal que emprenda un maratón por la vida y luche desesperadamente por salvar la de su hijo. Crécese Guido y libra su batalla más importante para que el crío supere la barbarie y ello sin que el pequeño vea escaparse la risa de su rostro. Por tanto, La vida es bella representa, también, hermoso y sentido tributo a los hombres que ofrendan su ser por defender a los suyos; por extensión, una límpida balada a la paternidad.

Por tratarse de una comedia, deben no tenérsele en cuenta a Benigni ciertas licencias históricas acerca de los campos de exterminio (hay películas de otros géneros sobre niños en campos de concentración de mucho mayor verismo, al corte de Desnudo entre lobos, del alemán Frank Beyer. También son otras las intenciones), no así determinadas estrategias del guión que coartan su mayor rotundez. Al margen de que al filme se le quiera revestir, ex profeso, de un estilo narrativo muy convencional, apto para todos los entendimientos, públicos y culturas, y hasta cierto modo ingenuo, existen apelaciones imperdonables por lo socorridas y tontinas, como ese médico nazi que Guido conoce de camarero y luego conoce en Auschwitz.

Como los guionistas sabían que transitaban por terreno minado, quizá optaron porque la película no entrara in media res (meollo del conflicto) tan apresuradamente, de modo que existiese todo un preámbulo expositivo cargado de humor que permitiese preparar al espectador para lo que advendría. Pero aún así, dicha etapa deviene en extremo dilatada y al tener lugar la bifurcación narrativa de los acontecimientos, se tiene la sensación de estar comprobando una esencia dramática que tarda mucho en explayarse y llegar a lo deseado.

Tales reparos, sin embargo, no son óbice para definir al largometraje como una de las piezas fílmicas a ver de la última década del siglo XX. Tiene el público la posibilidad al contemplar este filme de establecer contacto con una obra que, no importa su triste desenlace, contagia felicidad, fe, comprensión y un gran amor entre los hombres. Nueva Oda a la alegría, ahora orquestada en los dominios del dolor: otra prueba de que el espíritu no tiene fronteras y que la condición humana está amparada en su inmarcesible esperanza en la supervivencia.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

3 Comentarios en “La vida es bella

  • el 24 febrero, 2017 a las 2:50 pm
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    Delvis, filme inolvidable, gracias por tus comentarios, saludos del autor.

    Respuesta
  • el 24 febrero, 2017 a las 1:56 pm
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    “traduce”

    Respuesta
  • el 24 febrero, 2017 a las 1:54 pm
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    Grandiosa película que se lleva todos mis aplausos: de cinco, le doy seis estrellas a la secuencia en la que Guido traduce del alemán al italiano las normas del campo de concentración frente a su hijo. Es para mí la escena que lo tiene todo! Divertida y magnífica!

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