La travesía del Granma

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Si el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes trasciende como el hecho más importante del período prerrevolucionario —al pulsar la conciencia nacional sobre la desvencijada realidad socioeconómica y política de Cuba—, el Desembarco del yate Granma concertó los esfuerzos en la búsqueda de la liberación definitiva del país.

La pequeña embarcación partió el 25 de noviembre de 1956 desde la ensenada de Tuxpan, en el puerto de Veracruz, México. Los rebeldes pretendían llegar al oriente del archipiélago en los días finales de ese mes, pero las condiciones climáticas perturbaron la travesía.

“Nosotros habíamos realizado todas las pruebas de navegación con un barco vacío, y cuando cargamos al Granma con 82 hombres, más las armas, las municiones, los alimentos y el combustible adicional, pierde velocidad y llega en siete días en vez de cinco, con apenas unas pulgadas de combustible en los tanques. Nos retrasamos dos días”, narra Fidel Castro al periodista franco-español Ignacio Ramonet.

Otra visión ofrece Ernesto Che Guevara, médico de la expedición: “(…) el barco presentaba un aspecto ridículamente trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el vómito (…)”.

Durante el viaje, el cienfueguero Roberto Roque Núñez, quien alternaba en las funciones de piloto y timonel, cayó al mar, tras ser arrastrado por una ola gigantesca. El episodio consternó al resto de la tripulación que, sin vacilar un minuto, se volcó al rescate del combatiente. Ya en cubierta y recuperado del susto, Roque grita: ¡Viva Cuba Libre!

Finalmente, el desembarco del Granma aconteció el 2 de diciembre. A las 6:50 a.m. encayó el yate en una punta de mangle nombrada Los Cayuelos, a dos kilómetros de la playa Las Coloradas. Las circunstancias resultaron difíciles: ante el hundimiento del bote donde pretendían el traslado a tierra de las municiones, tuvieron que asumir cargas pesadas en medio de tupidos manglares y grandes pantanos.

Nada torció el empeño de los jóvenes revolucionarios, ni siquiera la falta de respaldo cuando, el 5 de diciembre de 1956, fuerzas del ejército de Fulgencio Batista sorprendió al grupo camino a la montaña, en Alegría de Pío. Allí murieron 21 hombres, otros fueron asesinados y encarcelados, mientras la Sierra Maestra los aguardaba.

“Comenzamos a reorganizarnos con dos fusiles: Raúl, por otra parte, dos semanas más tarde llegó a un punto con cinco fusiles. Sumados los dos, en total reunimos ese día siete fusiles. Ahí yo dije por primera vez: ‘Ahora sí ganamos la guerra'”, narra Fidel.

Sucedió tal cual: el Desembarco del yate Granma marcó un antes y un después en el curso de la nación.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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