La teleficción sajona: anverso y reverso de un fenómeno audiovisual (II Parte)

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El mismísimo Godard no se avergüenza al confesar su devoción por Doctor House. Directores, escritores, actores o maestros de guionistas a la manera de John Sayles, Arnaud Desplechin, Chris Marker, Ángeles Mastretta, Jeremy Irons o Robert Mc Kee -entre intelectuales de todo el planeta-, sostienen que los mejores guiones de la actualidad los está gestionando el medio, en cuyo contexto surgen “piezas perfectas como The Wire” u “obras de arte a lo Mad Men”.

Los académicos dictan conferencias en las universidades en torno al asunto. Lost, fenómeno sociológico-transmediático cuyo desenlace fue seguido minuto a minuto en todos los continentes a través de diversas plataformas por los losties, concita disección entomológica en tres libros. The Simpsons, The Sopranos, Mad Men también merecen volúmenes. Cahiers du Cinema dedica dossier al tema.

Los periódicos instauran columnas de crítica, multiplícanse los blogs, surgen “síndromes” con nombres de seriales. Los grandes festivales de cine presentan serie A loTarantino o Bogdanovich, hasta Scorsese “baja” al espacio catódico a filmar el piloto de Boardwalk Empire (y supervisarla en tanto productor ejecutivo); Frank Darabont hace lo propio con The Walking Dead (AMC, 2010), otra obra de virtudes (hoy opacadas) cuya apertura fue vista en salas de cine europeas y difundida de forma simultánea en muchas naciones… Leso pecado en épocas pretéritas, las grandes estrellas fílmicas no dudan actuar durante breves o extensas temporadas, según los resultados de audiencia. Glenn Close asegura, sin haber muerto Stephen Frears, que su abogada Patty Hewes de Damages “es el mejor papel de mi carrera”. El policial, la acción u otros géneros fílmicos adoptan el splitscreen de 24 o la mirada intraanatómica de CSI.

Los sitios de descarga en internet observan afluencia multitudinaria, las comunidades de fans se reparten la tarea de subtitularlas e intercambiarlas; luego las visionan por ordenadores o hasta móviles…, en casa, un banco o el gimnasio. La parroquia mundial de serieadictos registra crecimiento exponencial durante el más reciente decenio, cada semana los televidentes esperan ansiosos los 22-26 minutos de su sitcom (comedia de situaciones) o dramedia (acrónimo para designar esa hibridación genérica) y los 43-50 de su hebdomanal dramático.

En Cuba exhiben varios exponentes, estupendos o infames, por distintos canales; mientras son ya miles los seguidores, la mayoría joven y actualizada, quienes transportan otros mediante soportes digitales para verlos en computadoras o en su televisor gracias a dvds con puerto USB.

El mercado mundial propone en videotecas lujosos packs con una o múltiples temporadas de los títulos. Merchandising a todo tren, videojuegos, portadas. Astutas jugadas publicitarias. Sueldos de ¡un millón! por episodio. Más series a la pantalla grande. Las cadenas hercianas o de cable atentas a chupar a la BBC, la televisión israelí, gala y todo cuanto irradie fuera. Cualquier parecido…

Al margen de la sobredimensión del fenómeno en ciertos contextos mediáticos internacionales y la hojarasca mercantil que de forma irremisible envolverá cada vez más al campo de la teleficción, sí queda en limpio su indudable magnitud artística actual, pues en masa apreciable resulta positivo cuanto sucede en la galaxia catódica estadounidense. Desde mi condición irrenunciable de cinéfilo uno de los saldos favorables que le vería a todo esto sería la lección que ojalá tomase un Hollywood hoy casado con la concepción errónea de que hay que darle comida chatarra a un espectador estúpido incapaz de admitir agudeza, sofisticación e inteligencia: trinidad identificadora del registro ficcional serializado norteño. Todavía a la actualidad, cuando ya algunos exégetas afirman que pasó su estado de gracia, el seriado televisivo sigue siendo epicentro de la creatividad audiovisual allí. Textos que juegan eventual o constantemente con los saberes sedimentados del televidente colectivo o sectorial, la ironía/autoironía, el mockumentary, la inter y metatextualidad -los cuales no solo disponen de fiables diseños de producción, fabulosas presentaciones o gratos soundtracks que cubren desde un Angelo Badalamenti a un Danny Elfman, sino además de notables composiciones actorales y un tan ajustado como preciso sentido de organicidad narrativa-, las teleseries, sobre todo las de cable que a menos restricciones o dependencias publicitarias y temporadas más cortas pueden plantearse mayores retos, tienen en el sarcasmo, la irreverencia, el sexo y la iconoclastia la cuota de incorrección política incapaz de asumirse por la retórica oficial de Hollywood o las networks generalistas: salvo casos puntuales, pero notables, de trabajos de canales abiertos impulsados por el empuje de los pagados.

(Continuará…)
Texto originalmente publicado en la revista El Caimán Barbudo

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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