La teleficción sajona: anverso y reverso de un fenómeno audiovisual (I Parte)

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Hubo un portal de fuga en el tiempo, cuando el cine norteamericano extravió el interés hacia llaves dialécticas claves como riesgo, originalidad, búsqueda de nuevos caminos y -sobre todo-, la exploración de nuestra naturaleza humana, excepciones hechas Scorsese, Gray, Benton, Jonze, Solondz, Haynes, Baumbach, Payne, Granik, Anderson u otros escasos directores, casi todos del indie.

Los ejecutivos hollywoodenses perdieron de mente que somos unas criaturas tan inmensas como dificilísimas, sujetas a ritos, amuletos de fe, mitos, tics, miedos, manías, complejos, supersticiones; necesitadas de pies de apoyo emocionales, estrategias de supervivencia y negociaciones con nosotros mismos o el entorno para urdir esa trama diaria de construir una termonuclear, poner el suero, llevar un bufete, pegar tres martillazos o proteger la ciudad de los maleantes.

En cambio, la ficción televisiva estadounidense -merced a aguzados creadores quienes llevan más de diez años componiendo un dispositivo a tener en cuenta por la historia audiovisual contemporánea-, hizo de las contradicciones y la riqueza psicológica de la especie (la anormalidad de lo normal le llamo a la materia prima con la cual fabrican sus dramatizados primos) uno de los elementos compositivos más saludables de magníficos guiones poblados por personajes sólidos, completos que evolucionan, crecen y se reinventan a partir del seguimiento al arco de sus conflictos.

Lejanos al arquetipo, el prototipo precocinado de “lo que debe ser un…”, los habitantes de tales narraciones no son figuras unidimensionales, ni están viviendo ningún sueño.

Anhelan, envidian, sufren, temen, ríen, gozan, cifran esperanzas, se hastían…, este jefe mafioso puede experimentar ataques de pánico o aquella enfermera requerir combos de droga y sexo furtivo al mediodía para sobrellevar la guardia hospitalaria de 24 horas.

Nada que no estuviera contenido en la Literatura o el buen cine local previos, cierto; pero posee gran peso dentro de un medio que halla honra (léase legitimidad intelectual) en semejante ítem ante el inri provocado por ese atroz estadio involutivo ético-estético acaecido durante la era de los realities, American Idol, Big Brother, Fox News, la muerte o el morbo como plato fuerte del consumo diario, la estercolarización de la intimidad e imbecilidades inimaginables de la telebasura cotidiana.

Antecedentes de esta suerte de revolución del seriado EUA durante el siglo XXI, ya sea en el antes referido u otros disímiles aspectos, existieron varios, aunque ninguno de tanta significación en el modelo productivo próximo de las teleseries o la existencia futura de una “televisión de autor o de arte” como Twin Peaks (David Lynch-Mark Frost, 1990-1991, ABC).

Fue la referida polo de influencia para diversas obras televisivas posteriores y punto de inflexión dentro de la narrativa serial en cuanto a la libertad/poder de maniobra de sus creadores, calidad del guión, empleo de un mcguffin en tanto polea del relato, cierre libre, esquivación de estereotipos, densidad, mestizaje genérico, estilo cinematográfico -visualidad, ambientación,  atmósferas, tono, montaje, banda sonora-, construcción diegética, riesgo formal, tratamiento de los personajes, conducción interpretativa de alto nivel, adictividad y fascinación hipnótica. O sea, en esencia las bazas de triunfo jugadas por producciones temporalmente más cercanas, difundidas por las plataformas de cable HBO, AMC, Showtime…, o las cuatro grandes cadenas abiertas: NBC, CBS, ABC y FOX.

(Continuará…)

(Texto publicado originalmente en la revista El Caimán Barbudo)

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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