La sobrevida del western en el siglo XXI (II Parte)

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En pos de impugnar las sentencias luctuosas solo cabría recordarse por su significación, durante los ´80, a Silverado (Lawrence Kasdan, 1985) y El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985). A través de la década posterior, ningunas semejantes a Sin perdón (Clint Eastwood, 1992); Gerónimo (Walter Hill, 1993) o la mucho menos vista, el tan herético-testamental como exquisito filme El muerto (Jim Jarmusch, 1995). Decenio el de marras congestionado de desvaídos aportes firmados por George Pan Cosmatos, Sam Raimi, Robert Rodríguez, Richard Donner, Jonathan Kaplan y Lawrence Kasdan.

No apareció nada decoroso en el siglo XXI dentro de un género que, al margen de su permanencia, a la fecha sigue y pienso seguirá siendo cuantitativamente minoritario, marginal en atención industrial (al menos en su estado puro), hasta que Kevin Costner presentara una digna muestra por conducto de A campo abierto (2003). A cuya cola andarían para 2007 la blanco de amores u odios -para mí, de vocación menos polarizada, ni una cosa ni la otra; aunque nunca pieza a desestimar dado su aliento malickiano- El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik). Y además de dicha versión del libro de Ron Hansen, ese entretenido, vibrante e injustamente obliterado remake según James Mangold de El tren de las 3 y 10 a Yuma.

En la superior a ambas A campo abierto, Costner, quien estuvo bailando con premios merced a la contemplativa e irritante Danza con lobos (1990), volvía a la vertiente fílmica que le ha dejado algunos de los escasos dividendos de su carrera, a través de un explícito homenaje al western clásico de la época dorada. Kevin debió apurarse de un largo y delicioso trago aquellas películas eternas de John Ford, Howard Hawks, William Wellman o George Stevens. Uno de los personajes centrales, Charlie (compuesto por él mismo) parece mirarse en el Wyatt Earp de Henry Fonda en La pasión de los fuertes, del maestro Ford: penoso con el sexo opuesto, pero incapaz de aguantarle siquiera un escupitajo en el desierto a un representante del propio. Más parco que si hubiera nacido en Laconia y dueño de una violencia contenida, no exteriorizada en el trato corriente, que al explotar puede causar violentos estragos. Como el del infaltable tiroteo climático de la película, donde Charlie liquida a la banda de matones del pueblo de Harmonville, cuyo jefe le impide a él y sus amigos poner a pastar su ganado en los alrededores.

Mas, Charlie, muy bien moldeado como entidad fictiva, tiene un reverso tierno manifestado en su relación con Sue (Annette Bening), la hermana del doctor del pueblo a quien acuden cuando uno de su equipo es herido por la gente del siniestro Baxter (Michael Gambon). Ese costado más civilizado y menos primario del hombre también lo conoce su amigo Boss (Robert Duvall), alguien que lleva a su lado casi diez años tejiendo esa existencia errante de free grazers (vaqueros nómadas).

El guion de Craig Storper inspirado en la novela de Lauran Raine, The Open Range Men, da posibilidades de lucimiento a Duvall, en realidad el verdadero protagonista del filme. Costner -sabiamente- opta por confiarle la mayor parte de estrellato a este viejo león del cine americano, ante el cual hasta Marlon Brando se quitaba el sombrero. Robert imprime magisterio en su composición y Kevin anda de puntillas al lado del profesor en uno de los personajes que más le gustan, esos que hablan poco. A campo abierto discurre con modales parsimoniosos, manejando con tacto y pulso en la dirección los emblemas de tan codificado género. Por ratos, casi asemeja estar volviendo a ver A la hora señalada, Shane el desconocido, Río Rojo u Horizontes de grandeza. Apreciamos  tal devoción y respeto; sin embargo, inavala al filme para permanecer como una pieza mayúscula, habida cuenta de que está acéfalo de riesgo, huérfano de la osadía de -por ejemplo- Sin perdón, conducente al género a las fronteras de un proceso de deconstrucción muy interesante. Lo mejor e igual lo peor por señalar de A campo abierto es que pareciera hecha en 1950. No cuestiono su corrección, solo lastiman sus limitadas intenciones.

(Continuará…)

(Texto publicado originalmente en la revista El Caimán Barbudo)

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “La sobrevida del western en el siglo XXI (II Parte)

  • el 17 diciembre, 2017 a las 8:10 pm
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    Gran actor Robert Duvall!!! Muy de la vieja escuela, pero un clásico para todos los tiempos. Lástima haya sido obviado en ocasiones del panteón hollywoodense.

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