La simple ecuación de los concursos literarios

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La última vez que necesité enviar un paquete (contenido: hojas de papel con letras impresas) vía correo postal, me percaté de que probablemente exista un plan secreto para obligar a un cliente a pasar más trabajo de lo previsto. Para mi sorpresa, las hojas de adentro del sobre ya no podían ir encuadernadas con presillas de patas, “eso rompe el sobre”, dijo entre dientes la amable dependienta, luego de que yo resistiera el calor y la cola estoicamente, de pie.

Al final, tuve que marcharme, qué otra opción tenía. Ya en casa retiré las presillas y coloqué un simple alambre por los huecos para atar todo el bulto, y luego envolví encima dos o tres hojas más para apalear el resultado de tal chapucería. Aun así, cuando regresé al Correo, la señorita me miró de reojo, “qué le pusiste a esto”, inquirió, le expliqué brevemente y añadí: “no se preocupe, señora, estoy segura de que no se romperá”.

Por otro lado, es decir, en el otro lado de la cuerda, te exigen que los documentos a enviar vayan debidamente encuadernados. Me refiero a cuando alguien se decide a participar en un concurso literario en la Isla. Y no solo te piden esa bagatela, fácil de resolver (por el módico precio de 1.60 CUC puedes tener acceso a una cajita con presillas de patas en colores; ah, otra cosa: luego a ver cómo te agencias del préstamo de una ponchadora); no, qué va, te piden que envíes original y dos copias, y luego un mínimo de 60 cuartillas (en el mejor de los casos) o de 120 (en el casi peor).

Después te rompes la cabeza viendo dónde puedes imprimir esa cantidad de hojas que llevarán tu preciada obra literaria. Los particulares no son nunca una opción, entre tres y cinco pesos cuesta una simple cuartilla; tirando un cálculo por lo bajo, serían de 360 a 600 pesos. Opción tachada, una y otra vez. Si tienes suerte y algún amigo tuyo trabaja en alguna empresa donde no se van a poner para eso de contabilizar todo lo que se imprime y el olor de cada hoja que se utiliza, te salvaste; sino, deberás hacer la operación comando y repartir tu cuadernillo a unos cuantos conocidos para que la cosa vaya saliendo poco a poco, y todo contra reloj, a la fecha de entrega del susodicho concurso.

Luego está conseguirte el sobre donde quepan esa cantidad de hojas A4 sin doblar. Vaya tarea. El que venden en la shopping, ni lo pienses. Un sobrecillo blanco, paliducho, débil y sin magia ninguna para que allí puedas introducir más de cinco decenas de papelitos. ¿Y entonces? Regresa a la operación comando, infíltrate, investiga, haz labor detectivesca, y ve a ver qué puedes resolver. Muchas veces lo he fabricado yo misma en casa. Tomo dos files (que no voy a decir dónde los conseguí) y comienzo a recortar por aquí, a doblar por allá y a pegar (también debes resolverte un poco de buen “pegolín”, a no ser que quieras confiar en el ateje o en la gasolina con poliespuma u otros métodos caseros) por acullá, y voilá, logro un sobre de los más buenos, donde me cabe todo.

El otro lío es certificar el paquete. Eso siempre molesta a las señoritas. No me imagino por qué será, aunque presumo sea porque deben trabajar un tín más: pesar el sobre, calcular el cobro, abrir el sistema e introducir los datos, cobrar, colocarle los sellos y luego hacer un papelito descuidado para entregarte como certificado de garantía, aunque en realidad aquello no es garantía de nada. Si yo estoy pagando por un servicio de paquetería segura (según el precio establecido), lo más lógico, creo yo, es que me notifiquen una vez entregado ese bulto. ¿No es ese un derecho como cliente? Yo nunca me entero si llegó o no, a no ser que me toque la suerte de coger alguito en el codiciado concurso.

Y hablando de concurso, parece ser (aclaro: esta es una cuestión que subsiste desde hace mucho tiempo, cuando yo ni pensaba mandar mis obritas a ningún sitio) que el escenario material cubano y las bases de los concursos están muy distantes de resolver los problemas. En casi todos los certámenes en Cuba te piden envíes original y dos copias, y ya expliqué por arribita lo que eso significa. Está bien, pienso yo, pueda mantenerse así para aquellos más, más importantes (el “Casa”, el “Carpentier”, el “Guillén”, incluso el “David”), pero por qué no incursionar en la modalidad de competición por correo electrónico (con temor a equivocarme, creo que apenas lo hace Liudmila Quincoses y su concurso de cartas de amor, porque se trata de una sola cuartilla; y el “Dinosaurio” permite el envío digital, pero solo para extranjeros, nada de cubanitos); por qué no pedir a veces una sola copia, por qué no ampliar las opciones de quienes deben conseguir a un precio tan alto como cualquiera real, los recursos para participar.

Un amigo, presto y valiente, saltó a un particular e imprimió decenas de cuartillas por mucho dinero; él tenía la convicción de que ese año, ese concurso, era suyo. Y así fue, porque sino hubiera pasado tremendo trabajo para subsistir ese mes, y el siguiente. Pero todo el mundo no puede hacer eso.

Algo más: ni voy a hablar de enviar paquetes con hojas para concursar fuera del país.

Mientras, nosotros, los interesados, debemos solucionar las cosas como podamos, y esperar por el día de las mejoras, porque cambien las bases de los concursos o uno tenga acceso a hojas de papel, impresoras, “pegolín”, ponchadoras, sobres y las benditas presillas de patas.

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Melissa Cordero Novo

(Cienfuegos, 1987). Licenciada en Periodismo. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en 2012.

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