La revolución de los hombres

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Que las discusiones sobre género aún se centren en las mujeres no significa que este sea un asunto exclusivo de ellas. Todo lo contrario. Es el modo en que el mundo nos dice que todavía nosotros, los hombres, nos resistimos a desatar las cuerdas de la inequidad, tras siglos de dominación. Que cada día 137 mujeres mueran asesinadas a manos de un hombre significa que este asunto demanda más de ellos.

Los profundos debates en torno a la necesidad de una cultura democrática realmente igualitaria ponen de relieve cuán lejos se está todavía de lograr la construcción de esa nueva identidad masculina que supere los excesos de la sociedad patriarcal en la que vivimos. Para el profesor e investigador mexicano Rafael Montesinos, la práctica social sigue siendo mucho más compleja que los discursos liberadores e igualitarios.

Hoy se habla con fuerza de romper los moldes establecidos y acabar con los esteriotipos que definen tradicionalmente a la masculinidad sobre la base de dos puntos angulares: “la implicación equitativa de los hombres y el compromiso contra las causas que producen la violencia de género”. Tal es la propuesta que enarbolan no pocos entendidos, pero, ¿hasta qué punto resulta posible esa participación activa que se precisa de nosotros? ¿Cuánto debe hacerse para conseguirlo?

El caso cubano perfila un problema más agudo de lo que pensamos. El profesor Julio César González Pagés refiere que en Cuba, históricamente, “el machismo es el término con el que se acuña la hiperbolización de la masculinidad y pone al macho, entiéndase al hombre, como centro del universo. Utilizado muchas veces en contraposición a feminismo, este conjunto de ideas socio-ideológico-culturales se ha encargado de preservar la hegemonía masculina como centro del poder”.

Desde la visión del académico, lo peor es que ha trascendido como una forma de nuestra cultura y, a pesar de ser diana de numerosas críticas en los últimos tiempos, parece gozar de gran arraigo en los diferentes grupos sociales tanto de la Isla como de la diáspora cubana.

Lo anterior queda evidenciado en artículos y estudios sobre el tema, los cuales dejan entrever cómo prevalece una asunción acrítica de los patrones o exigencias vinculados con el rol masculino: “ser fuertes, estar dispuestos permanentemente ante la demanda sexual de las mujeres, ser valientes, arriesgados y temerarios”. A ello se unen el papel hegemónico que suele ejercer el hombre en las relaciones de pareja —sin permitirle a la mujer ningún tipo de cuestionamiento que ponga en entredicho esa hombría—, las expresiones despectivas hacia los varones homosexuales y la aceptación de la infidelidad como una característica inherente a su condición de género.

De acuerdo con los investigadores Denise Quaresma da Silva y Óscar Ulloa Guerra, los análisis en Cuba “revelan las desiguales relaciones de poder que se configuran en torno a la legitimación y desaprobación de cuerpos y prácticas, que dan como resultado un predominio de significaciones imaginarias de masculinidades que asocian lo masculino a la fortaleza física, la potencia sexual, el control, los comportamientos arriesgados, las resistencias y el silenciamiento de las quejas”. A la larga, derivan en situaciones de discriminación, además de constituir condicionantes de reacciones agresivas y violentas.

Transformar este panorama requiere de acciones sostenidas que deben guiarse desde las instancias políticas y gubernamentales del país. Las deliberaciones parlamentarias sobre la violencia masculina, las cirugías para cambio de sexo, la paternidad responsable, así como la propuesta de un nuevo Código de Familia en el cual se reconozca el matrimonio igualitario, son pasos incipientes en la amplia senda de la masculinidad. Ayudan, y mucho, pero no conseguirían por sí solos que los hombres expresasen su parte más sensible y emocional. El reto mayor continúa en los ámbitos familiar y educativo donde, por anticuados prejuicios, también son mayores las resistencias.

El Día Internacional del Hombre, instaurado en 1992 para celebrar cada 19 de noviembre, convida a forzar dichos cambios. Asumir que nuestra sociedad no está preparada, es simplemente excusarnos por no tirar de todos los esfuerzos para prepararla. La revolución de los hombres a la que tanto se apuesta tiene que ser feminista si aspiramos de veras al desmontaje del patriarcado. Buscarle otro sentido sería como regresar a las cavernas.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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