La resignificación de la pintura en un espacio otr

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Lo entrevisté por primera vez justo una década atrás. Con 22 años era considerado, entonces, una de las promesas de la plástica en el país. Hoy su obra define la certeza de aquel vaticinio, al figurar entre los artistas jóvenes más interesantes del panorama cubano contemporáneo. Su presencia recurrente en los certámenes nacionales de mayor prestigio, así como la opinión de la crítica, lo avalan.

En las últimas ediciones del Salón de Arte Cubano Contemporáneo y la Bienal de La Habana ha sido uno de los poquísimos talentos de provincia invitados. Este graduado de la Escuela Nacional de Arte, elegido este año Proyecto Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), ha arrasado en Cienfuegos con los máximos premios de los salones 5 de Septiembre, de la Ciudad y Mateo Torriente. Y participó hasta el momento en más de 60 exposiciones colectivas en Cuba y el exterior, así como en cerca de diez personales.

En 2002 fue invitado a presentar su trabajo en el Centro de Estudios Cubanos de Nueva York, donde montó una muestra coelaborada con su colega William Pérez, otra importante presencia de la plástica, con quien fundara a mediados de los ’90 el grupo Puntos: singular experimento plástico creado en Cienfuegos por un puñado de jóvenes creadores que, a su juicio “rompió con el estatismo de esa manifestación en la provincia, escaló al plano nacional e internacional, e hizo que la gente creyera en aquel trabajo de equipo de tan bellas aspiraciones”.

Así es Adrián Rumbaut (Cienfuegos, 1973), alguien asido férreamente a los mejores credos. Una persona madura y conservadora en el mejor sentido del término -creo que lo ha sido siempre-, nada que ver con el prototipo de saltimbanqui reacio a pisar suelo firme alguna vez, a quien le importa tanto más que la suya la vida de los seres queridos de los que no suele separarse. Es por añadidura un tipo afincando a su tierra, aunque ésto, confiesa con sinceridad, más debido a los lazos familiares que lo atan o a las dificultades de las permutas interprovinciales hoy, que no por no estar convencido que en este momento de su creación otros ámbitos le serían más oportunos. “No todos tenemos que ser José Soler Puig, quien jamás quiso abandonar Santiago”, bromea.

Rehúsa encasillarse dentro de ningún tipo de arte y si el resultado a proponerse con determinada pieza lo recaba, nunca le ha importado la magnitud del sacrificio. Guarda la nobleza de los que aún no se han rendido al mercado y creen en la nobleza del arte: “Mis amigos me dicen que no pierda el tiempo en seguir haciendo cosas ‘raras’ y me ponga para las cosas, pero eso no va conmigo”. No abjura de su fe y por medrar no renuncia a seguir configurando una carrera personalísima, aunque coincida con el entrevistador en que -como decía el mismísimo Dostoievski- hay que vivir; por lo que, eventualmente trabaje una línea más ligth dirigida a la venta, la cual para nada le interesa abordar aquí.

Rumbaut es portador de un mundo interior fabuloso recreado en su obra, donde absolutamente todo (o casi) es franqueable a partir de un desacomodo de la visión de los puntos de mira tradicionales. En su arco creacional se cruzan y descruzan capas de sentido cuya exégesis depende en no pocos casos de establecer vasos comunicantes entre los símbolos propuestos y la experiencia vital del artista.

Resulta el caso, por ejemplo, de una extensa serie como Pinturas Encerradas, donde “la utilización de zunchos y metálicos reales muestran la dualidad entre un universo corpóreo que abraza y otro que representa y cuenta”.

“Con cierta ironía -dice- incorporo determinados artefactos dentro del área pictórica, ‘humanizando’ las funciones originales de éstos. Muestro un mundo formal de lo exterior e interior, de lo superficial y lo profundo. Objetos que existen comúnmente para regular, medir, atravesar, abrir o cerrar, introducir, ajustar, entrar y salir, filtrar, conectar, son cómplices del cuerpo, modelo y víctima de estudiadas fragmentaciones, fuente interminable de placer y de dolor; en fin, son imágenes delimitadas y truncas, detenidas progresivamente por estos ‘marcos’ de acero que las ‘protegen’ y ’embellecen’. Son pinturas que sobreviven a esa rara ambigüedad”.

En la serie Escenas Acorraladas (que impresionó sobremanera en la VIII Bienal de La Habana, en 2003) también es común este punto de unión entre la pintura y el metal, que el artista fundamenta en la “visualidad” de su entorno vital. Lleva muchos años viviendo en el barrio cienfueguero de Pueblo Griffo, repleto de edificios multifamiliares enrejados, donde además durante toda la etapa de período especial florecieron los corrales para la cría de cerdos. Él recrea en su trabajo una ciudad alternativa, que pinta e introduce en un espacio real.

Definitivamente Decorativo, mostrada en el IV Salón de Arte Cubano Contemporáneo, constituye una de sus más recientes y elogiadas series, cuya propia hermenéutica le requerimos: “El trabajo está signado por la relación constante entre la imagen, su representación y el objeto, cuestionando a través del lenguaje pictórico esa relación, hallando caminos expresivos diferentes en cada pieza, pero a su vez análogos entre sí. Un proceso que me ha permitido pasar de la pintura al objeto y de éste nuevamente a lo bidimensional.

“Incorporo referencias íntimas o colectivas, a través de imágenes del cuerpo humano, principio y fin de toda indagación material o ideal. El cuerpo evoca el sentido existencial permanente y paradójico entre la vida y la muerte, entre la experiencia humana y el legado visible de cada época”.

Rumbaut piensa que la pintura representa una vitrina de búsqueda de quien es la persona, de lo que está detrás de ese ser. Y como en sí las formas espaciales se tornan tan significativas, acostumbra incorporar pinturas sobre espacios simulatorios que reconstruye en las galerías: “Lo más importante para mí es la historia, el concepto, el universo que nace del momento que se integra una imagen sobre una tela a un espacio otro que la resignifica”. Al lograr esto, el artista funde fabulaciones, utopías, juegos de su mente al cuerpo de la obra. Ha llegado para él una suerte de estado de gracia que lo conduce al éxtasis. Entonces descansa, y halla paz.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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