La reina de España

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La cola del pollo parecía una serpiente africana de esas que alguna vez ocupó protagonismo en el cine de terror. Tan larga, tan fuera de chiste. Uno le daba el último al otro, y así sucesivamente. El sol amenazaba con calentar los hombros, amenazaba tan de cerca que la sombra comenzó a trepar por las paredes exteriores de la tienda.

Nadie le perdía el rastro a quien le había alzado la mano en plena señal de “vas detrás de mí”, al del short azul, al del sombrero, a la mujer de las gafas con espejos, al joven con el casco en la cabeza, al calvo, a la de la cartera roja… al que tenía delante, en resumidas cuentas.

Justo cuando el sol picó la serpiente en cientos de pedazo y la dispersión se hizo performance en busca de algún refugio con sombra, un adulto con aparatos en los oídos y de rodillas unidas rompió de golpe el murmullo sostenido de la cola:

– “Estoy enfermo, no puedo pasar mucho rato aquí. ¿Alguien me puede pasar?”, dijo en voz alta. Hubo, entonces, silencio sostenido.

– Yo, venga delante de mí. Y con esa expresión dejó de ser la mujer callada que llevaba una saya larga y un abanico entre sus manos, dejó de ser anónima para quienes apegados a la cortesía, a la solidaridad colectiva habíamos sido un tanto más lento en responder al reclamo.

Desde la distancia se podía ver su pelado corto, la uñas bien cortadas, el planchado uniforme de su ropa, las medias debajo de la saya…, el estilo de una persona educada y elegante a la vez. No hablaba, pero le sonreía a quien había “colado”, a quien manchaba la camisa con el sudor pegajoso del Caribe ardiente, a quien de tener las rodillas unidas le costaba trabajo subir los escalones de la tienda.

No pasó tanto tiempo cuando una desconocida volvió a interrumpir el murmullo colectivo, el murmullo de la espera por el pollo que no alcanza.

– “Mi mamá está encamada, y no puedo hacer una cola tan grande. ¿Alguien me ayuda?”.

– Yo, venga delante de mí. Y con esa expresión la mujer de la saya larga le arrebató la iniciativa a los demás, tan de prisa, tan vivaz, tan humanamente…

No faltó adversario, como suele pasar en la colectividad. A solo unos metros de ella alguien le refutó amenazante:

– Señora, también tengo problemas. No cuele a nadie más. ¿Es la reina de España o qué?

La defensa se hizo colectiva, mental incluso. Muchos quisimos contrarrestar ese tiro que venía a desacreditar el certifico de ser alfabetizados, solidarios y humanos esencialmente, que nos empujaba al hueco de la desidia, al del sálvese quien pueda. No hizo falta. Con la misma rapidez que contestó las demás veces, ella, la de la saya larga y abanico entre las manos, le contestó:

– Venga delante de mí. Yo soy maestra y nunca he visitado España.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

Un Comentario en “La reina de España

  • el 3 julio, 2019 a las 2:27 pm
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    He leído este artículo varias veces, primero en el impreso y ahora en el digital, me gustó mucho. La señora dio una verdadera lección de humanismo sin otras intensiones que hacer el bien. ¡Ah! y la protagonista fue una maestra ¡que orgullo!

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