La práctica como criterio de la verdad

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En Primera Línea contra la COVID-19 en Cienfuegos

Las redes sociales mostraron en los últimos días, imágenes de profesores del departamento de Filosofía e Historia de la Universidad de las Ciencias Médicas de Cienfuegos (UCM), allí en la zona roja del centro de aislamiento dispuesto en su Filial, esa que algunos conocen como el Politécnico de la Salud. Y al contactarlos, encontramos entre ellos testimonios relativos a la humanidad, esas historias que se tejen en la hora más difícil, entre el miedo y el valor.

“Me llamo Lian Roque Roque, soy licenciado en Humanidades, Master en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, profesor auxiliar y jefe de departamento de Filosofía e Historia de UCM de Cienfuegos. Tengo 35 años, vivo en Caunao, y soy padre de Lian José Roque Díaz que tiene 8 años y está en 2do.grado en la escuela primaria José Martí, mi esposa también trabaja en la Universidad, Ítala R. Díaz Suárez, ella es mi retaguardia segura, gracias a su ayuda puedo dedicarme por completo a mi trabajo en el centro de aislamiento. Nos turnamos para cuidar a Liancito, para que una vez por semana recoja información, porque está en modalidad de trabajo a distancia”, me responde a una andanada de interrogantes que le hice a este muchacho que es todo energía, quien dirige un departamento colmado de profes laboriosos y valientes.

“No somos los únicos docentes de UCM acá, hay profesores de otros departamentos, pero diez de ellos son de Filosofía e Historia. Permanezco fuera de casa, a modo de aislamiento, porque temo por la salud de mis abuelos, con quienes convivo, no puedo llevarle la COVID a la casa. Cuando lean este trabajo se enterarán que estoy en la zona roja; soy responsable, por mis compañeros de trabajo, además, y cumplo con las medidas de seguridad, sin espacio para el contagio”.

Entonces transcribo, para que el abuelo Toño, allá en la barriada de Caunao, el mismo que se fue a la Lucha Contra Bandidos en el Escambray sienta orgullo de su nieto. Resulta una labor imprescindible, ellos no son médicos, pero aseguran el bienestar de los pacientes, le entregan los alimentos, hasta el agua potable fría se la alcanzan en un vaso, y por cada recipiente que manipulan, deben lavarse las manos con hipoclorito de sodio, y la piel se reseca, tanto que al final del día apenas sienten los dedos.

Profesores del departamento de Filosofía e Historia de la Universidad de las Ciencias Médicas de Cienfuegos./Fotos: Cortesía de los entrevistados

Y claro que temen, al entrar a la zona roja,“nos tiemblan los pies”, confiesan, “… pero lo que no nos puede temblar es la bandeja con los alimentos, el vaso con el agua, el carrito con todos los recipientes llenos de comida… el paciente no se puede percatar de ese temor porque somos seres humanos apegados a la vida… pero el temor se vence y el agotamiento propio de más de 12 horas de trabajo, se alivia con la satisfacción del deber cumplido”.

La Dra. Lissette Rodríguez Fernández, a quien ya hemos encontrado en varios escenarios desde que comenzara la epidemia de COVID-19 en Cienfuegos, es la directora del centro de aislamiento de la Filial de Ciencias Médicas, ella es especialista de II grado en Higiene y Epidemiología y Msc. en Salud Pública. Allí conduce los procesos y realiza capacitación al personal de apoyo.

Leidy Pérez Rodríguez, una joven de 30 años, miembro del claustro, no lo pensó dos veces para integrarse al personal de servicio del centro: “Trabajo como pantrista, subimos los alimentos por las escaleras, y vamos de cuarto en cuarto, repartiendo, en los horarios de desayuno, meriendas, almuerzo y comida; y en ocasiones hacemos mensajería, llevando a los pacientes lo que traen los familiares desde casa, cumpliendo las normas de bioseguridad.

“Tenemos entre los ingresados, personas de todas las edades, hasta ancianos. Recuerdo que acá encontré a una vecina, y me sorprendió, más adelante resultó positiva, ya está en casa, recuperada, mantuvimos comunicación durante el proceso.

“Si algo he aprendido en este tiempo es sobre disciplina para enfrentar la epidemia, que se la trasmito a mi familia, y hasta a mis estudiantes. Tengo un grupo de WhatsApp con ellos, son de primero y segundo de Enfermería, e intercambiamos orientaciones, y también fotos y vivencias de este tiempo que quedará grabado a fuego, para siempre en nuestra memoria.

“Claro que tuve miedo al principio, tengo un hijo pequeño, vivo con mis padres, mi esposo es asmático, pero si observamos las medidas de protección, el riesgo es mínimo, y alguien tiene que hacer este trabajo, útil y necesario para controlar la epidemia. Es difícil luchar contra un enemigo microscópico, sería más fácil enfrentarnos a un gigante, pero aquí estamos”.

Leidy Pardal Rodríguez tiene un montón de historias para contar, todas humanas, dice que al principio dudó en aceptar el reto, es hipertensa crónica, tiene 51 años, pero se hubiese arrepentido siempre de no estar:

Leidy Pardal Rodríguez.

“Da mucho valor llegar en las mañanas y encontrar al equipo multidisciplinario que maneja ese centro, médicos, enfermeros, epidemiólogos… compañeros del Minint que protegen y dan seguridad… todos unidos para controlar la epidemia, que los contactos permanezcan aislados, pero cuidados, y entonces una piensa que vale la pena arriesgarse. Me siento orgullosa de ser cubana, y ver cómo se destinan tantos recursos para la atención a esas personas, no están en casa, con sus comodidades, pero se les atiende con mucho amor y profesionalidad.

“Se experimentan una mezcla de emociones muy grande, por un lado, el miedo a enfermar, contra el que se lucha; y por otro, están los sentimientos humanos, cómo de inmediato nos solidarizamos, queremos ayudar, esas personas están pasando un momento difícil, algunos llegan sin sus pertenencias por la rápida recogida, y entonces colaboramos para que tengan lo necesario, contactamos a sus familiares, para que estén tranquilos.

“Somos profesores de una Universidad, pero acá, personal de servicio sin ningún prejuicio, a pesar de la distancia que debemos mantener por bioseguridad, tenemos comunicación con los aislados, y les trasmitimos esperanza y confianza”.

Josefa María Soto Casares, de 34 años, profesora del claustro, considera que: “Todo ha sido posible porque somos, más que un departamento, un colectivo hermoso y unido; nos mantenemos en comunicación con los estudiantes, en la modalidad a distancia, lejos, pero cerca, a través de WhatsApp. Mi madre también es profesora de la Universidad, mi esposo es miembro del departamento de Cultura Física de UCM y estamos juntos en esta labor, y tengo un hermano médico, de modo que todos me apoyaron con conocimiento de causa en esta labor en la zona roja, que sobre todo es humanista y solidaria, y es lo que debe ser resaltado”.

Yamilka Cao López, de 43 años, recuerda que recibió a un jovencito de apenas 19 años, con uniforme del Servicio Militar, y mientras me cuenta la anécdota, su voz se entrecorta:

Yamilka Cao López.

“Llegó en uniforme, en chancletas, con una jabita de nylon con algunas pertenencias apretada contra su pecho imberbe, y había dado positivo a un test rápido a la covid-19. Hacía poco se había servido el almuerzo, le pregunté si había comido algo, me dijo que no, que no tenía hambre. Pero insistí y le llevé un pan con croqueta, le dije que ya estaba seguro allí, que debía alimentarse, bajé al comedor por un vaso de refresco y cuando en la cocina supieron del destinatario, le enviaron otro pan con croqueta, así es nuestra gente de solidaria. Era de Cumanayagua, y me refería a él como el nene, finalmente fue negativo y regresó con los suyos.

“Le apodamos Paquito al muchacho que descontamina los pasamanos y otras superficies, por los animados de Chuncha, y eso le pone una nota de humor al trabajo, porque algunas profes despistadas creían que en verdad se llamaba Paquito”.

Laura Beatriz Cruz Mederos lleva el observatorio social en el Departamento, e imparte docencia, esta jovencita es recién graduada de Sociología, y considera que estar en un centro de aislamiento la ha convertido, si dudas, en otra persona, a pesar del agotamiento físico y el riesgo que representa: “La rutina cambió, pero estar cerca de los pacientes y la necesidad de ayudarlos, conforta. Los primeros días me despertaba con la sensación de tener el nasobuco puesto, después de más de 12 horas”, cuenta.

Son muchos los testimonios, que podrían llenar páginas: la profe Juana Bello Alpízar, cuenta: “Lo que hacemos aquí es atenderlos como mejor podemos. Lo reconfortante lo conocemos después, ellos no vennuestrosrostros, no nos conocen, no saben dónde trabajo, pero no hace falta para hacer el bien. Felizmente yo tampoco conocí a nadie, o sea no pasé por la dura experiencia de tener allí conocidos o familiares, pero igual se siente lo mismo. Lo reconfortante es que después supe que un familiar estuvo en el Hotel Deportivo y le correspondió a otro hacer lo mismo por él. Aprendimos de Martí, que no debemos llamar al universo para que nos vea cuando vamos a hacer algo, simplemente se hace y se hace bien. Tengo 53 años y no creo que esa sea la causa por la que no pueda continuar lo que ya comencé. Cuando entras allí y ves que todas las medidas de seguridad están garantizadas el resto queda por nosotros. Tenemos un Jefe de Departamento muy emprendedor y él cuenta que un colectivo que no lo defrauda”.

Queda mucho testimonio, materia prima humana para otros trabajos periodísticos, como el de la profesora Lázara Sara Sarduy, de 60 años, de gente hermosa que no teme a las circunstancias por duras que sean, y que no busca protagonismo, solo es solidaria porque sí, y hacen de la práctica el criterio de la verdad, esa misma verdad filosófica que llevan a la clase, allí donde estudia el futuro de la Escuela Cubana de Medicina.

Profesores del departamento de Filosofía e Historia de la Universidad de las Ciencias Médicas de Cienfuegos./Fotos: Cortesía de los entrevistados

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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