La posmodernidad latente en la obra de JK

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Quienes procuren un tipo de expresión artística capaz de traslucir la nueva época en que sobreexistimos, reflejo de una postmodernidad remisa, conseguirán hallar en la más reciente muestra de Juan Carlos Echeverría Franco (JK) no pocas razones para la porfía. No voy a juzgar el rutero del artista que se remacha con tópicos y discursos, y cuánto es de pernicioso el que lo haga con tanta habitualidad y en el mismo espacio; sino a lo que se estima en sus latentes conductas discursivas y códigos, que hacen de JK un artista uniforme y singular al mismo tiempo.

Postdata, así se intitula este “nuevo” ciclo de producciones, signadas por un tema actualísimo: las migraciones y el erario familiar vuelven sobre algunos derroteros de la década de 1990, cuando refiere en sus textos visuales las renuncias a las utopías, a la idea del progreso de conjunto, la desaparición de casi todas las figuras carismáticas de la política y el arte internacional, la deflación de la naturaleza, el estudio de los centros de poder y, esencialmente, el linaje personal que se va siendo más disperso a causa de las emigraciones económicas; regularidades que comparte con los sentires de la postmodernidad.

Por supuesto que, estilísticamente también acude a recursos propios de este movimiento, contemplados en la valoración de las formas industriales y populares (las figuras asidas de las publicaciones, los bastimentos del kitsch, el recurso del collage, etc.), el debilitamiento de la barrera de los géneros (desde una dimensión pictórica que recuerda las soluciones escultóricas), la insistencia en la intertextualidad (expresada en el instrumento del pastiche), la obsesión con el presente inmediato, el apego a lo alternativo (el tipo de narrativa cinematográfica en la construcción del relato visual esencialmente, la música como afluente de los títulos o temas) y la desaparición de los idealismos.

JK no logra alejarse del caos, aunque en los últimos tiempos sus bojeos creativos se han erigido sobre la nostalgia por el pasado “glorioso” que tuvo y los miedos ocasionados por la incertidumbre. Cuando apreciamos obras como Anónimos, Noche vieja o Evangelio, descubrimos los sentidos de sus reiterados códigos visuales: los juguetes, la ternura de las mascotas, la presteza de las aeronaves, los afectos culturales (Lennon y Ono en la cabecera), etc.; si bien algunos se emplazan en un raso simbólico (cuando no es tan explícita la obra de JK se hace más potente), en la cuerda de Antes del invierno.

En la muestra (curatorialmente un tanto caprichosa, sobre todo en la propuesta del recorrido y los diálogos entre los textos) le acompañan otros dos artistas: el grabador y pintor Rafael Cáceres, que nos devuelve a 1989 y parte de los años 90, cuando nos obsequiara aquellas dramáticas series conducidas por el espíritu clásico de las culturas arcaicas y sus angelotes mutilados, dispuesto a denunciar la humanidad que no somos, generalmente concebidos con técnicas pictóricas (La Magdalena, La Caravana, Dulce invasión) y con alguna frecuencia a través del grabado; y el pintor autodidacta Antonio Valdivié, que nos sorprende para bien con una serie distendida con claridad figurativa y coherencia, donde las figuras del ajedrez y el clown son una suerte de leitmotiv que suponen nuestra existencia entre el cálculo y la felicidad. Igual, muestra el buen uso de los recursos digitales y el ejercicio de la manipulación.

Postdata constituye una oportunidad de disfrute para los públicos inquietos, los deseosos de un arte inconforme y abierto a los rigores de esta postmodernidad inconclusa. Acuda a la galería del Bulevard y pruébelo por sí mismo. Vista hace fe.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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