La noche en que Chávez cantó en Cienfuegos

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Había trabajado intensamente durante diez días, y aunque todo estaba listo, Francisco Poma Saavedra se sentía tenso, abocado al que sería su mayor desafío profesional, luego de 22 años dirigiendo la Sucursal cienfueguera del Grupo Extrahotelero Palmares.

Al Club Cienfuegos, instalación insignia de la filial del turismo que regenta, le habían encomendado la cena de despedida de la IV Cumbre de PetroCaribe, con sede en el hotel Jagua.

Catorce jefes de Estado y de Gobierno, primeras damas, ministros, altos funcionarios de Estado, diplomáticos, personal de apoyo y de seguridad… “910 personas cenarían aquella noche del 21 de diciembre de 2007”, recuerda Poma Saavedra.

“Atento a todo estaba nuestro ministro de Turismo, Manuel Marrero Cruz, expertos y funcionarios de la Casa Matriz de Palmares, chefs y camareros de La Habana y Trinidad, pero aún la responsabilidad sobre la instalación y los empleados era inmensa”.

Tenía la ayuda inestimable de Abraham Maciques, director general del Grupo PALCO, conocedor de las reglas de la exclusividad en el protocolo por su ejercicio profesional en el Palacio de las Convenciones desde su fundación en 1979.

“A él lo llamaba personalmente el Comandante en Jefe, pendiente de cada detalle. Como nos tenía acostumbrados, Fidel tocaba todo con sus manos, quería que fuera un menú impecable, incluso escogió a Omara Portuondo para amenizar la que sería una ocasión inolvidable a orillas de la bahía cienfueguera”.

Al finalizar la tarde terminaron las sesiones de la Cumbre. Los asistentes visitaron el barrio de Petrocasas, una comunidad donada por el presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías a la ciudad, y finalmente reinauguraron la Refinería de Petróleo Camilo Cienfuegos.

Pasadas las 9:00, llegaron al Club.

Los mandatarios cenaron en el Restaurante Café, de la planta alta. Compartían, conversaban. En particular Chávez, observaron los camareros, estaba feliz e iba de mesa en mesa cual  anfitrión, incansable como era, apenas comió algo, se tomó dos copitas de vino, y cuando la comitiva bajó para ir a descansar, Poma que estaba cerca lo escuchó decirle a Raúl: “Ve a dormir que mañana seguimos viaje para Santiago de Cuba; yo voy a disfrutar un rato más con Omara”.

“Por cierto, me admiró que la gran mayoría de los jefes de Estado no tomaron sus autos, sino que quisieron caminar por la avenida principal del reparto Punta Gorda, unos 400 metros hasta el hotel Jagua, donde se alojaban”.

Chávez se quedó.

Cuenta el experimentado gerente que se dirigió a la terraza donde “en mi opinión, la mejor voz de Cuba, hacía las delicias de la noche con su orquesta. Entró besando y saludando a los trabajadores, preguntándoles sobre todo. Se subió a la tarima, abrazó a Omara y comenzaron a cantar juntos. Yo creo que fueron más de diez temas. Fue el único momento en más de una semana en que me distraje de mis funciones, me relajé, porque aquel hombre entonaba como un profesional, a la par de la diva, y uno lo disfrutaba no como el presidente, sino como un artista. Se sabía todas las letras: Lágrimas negras, Bésame mucho, Veinte años, La era, Guantanamera… Bajaba y bailaba con las dependientas que no pudieron resistir su encanto. Subía y volvía a cantar, incluso un tema venezolano”.

Por razones de seguridad, para no importunar el disfrute y preservar la privacidad de los presidentes y sus esposas, no fueron admitidas otras cámaras que no fueran las de la comitiva presidencial venezolana.

Sin embargo, uno de los funcionarios de la Casa Matriz de Palmares tuvo el acierto de captar para la posteridad esa espontaneidad para compartir escenario con Omara, su carisma y sencillez, los instantes de la noche en que, fuera de todo protocolo, Chávez cantó para los cienfuegueros.

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