La noche de los inocentes, o para que nieve en Cuba

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No existe una película de Arturo Sotto, sea Pon tu pensamiento en mí, Amor vertical o La noche de los inocentes donde su creador no se hunda en batiscafo en la nervadura, en la argamasa del alma social de su país y su tiempo.

La noche…, prolongación de su discurso creativo para algunos entre lo más ligero suyo, para mí el punto de madurez del autor, es una obra generosa en ideologemas que inducen sin remisión a concluir que Sotto construyó una enjundiosa parábola sobre la mentira en tanto sistema de vida, la incongruencia entre actos y hechos que alimenta las dobleces morales, y el dique de contención ante las verdades de la contraparte interpuestas por el ente exclusor.

Sotto focaliza una madrugada de hospital a cuya oscuridad se abocan muchos de los fantasmas que le siguen (y nos siguen) preocupando hoy, desde el momento mismo en que dejan tirado frente a su entrada a este joven vestido de travesti que será el vector dramático y punto dramatúrgico de convergencia en derredor del cual se encarrilarán las líneas de la narración.

Es el director de La noche… un creador capaz de tomar arquetipos maltratados por el sobreuso y resignificarlos en nuevas acepciones, de manera que en su película hace que funcionen temas ya gastados en no pocas comedietas cubanas, al dirigirles una mirada más atenta y menos de soslayo.

Su filme, el cual opera a la vez como comedia de tintes surrealistas, metáfora existencial y hasta cine negro en estado (semi) puro, culmina con una elocuente como impensable nevada cubana que es un canto de fe a la certeza de las esperanzas, un flechazo sin vuelta hacia un posible campo de nuevas posibilidades de comprensión, cordialidad, civismo…

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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