La lista de ahora o nunca: tributo a la comedia pionera

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Setenta años, un filme por cada uno de ellos vivido, una aureola legendaria en el cine. Alguien, de los pocos actores norteamericanos vivos, que tuvo el honor de compartir teoría y/o práctica con Godard, los críticos de Cahiers du Cinema, Pasolini, Bertolucci, Antonioni, Kubrick, este monstruo fagocitador, esta criatura devoradora del arte dramático llamada Jack Nicholson es uno de los miembros de la pareja protagónica de La lista de ahora o nunca (The Bucket List, 2007).

Su compañero en los roles centrales es otro actor de un historial inmenso en la pantalla: Morgan Freeman, alguien que sin embargo ha utilizado su talento en empeños menores y fuera, por lo general, menos selectivo al escoger sus papeles que el viejo Nicholson.

Los dos, estrellas taquilleras de Hollywood lo mismo en épocas de abundancia o de sequía, constituyen la atracción fundamental de esta comedia que apela a la antigua fórmula de parejas desparejas, en cartel ahora en las salas de estreno de la nación.

Dirigida por Rob Reiner —en su momento importante realizador del género, de Cuando Harry encontró a Sally y otras producciones de renombre; aunque venido a menos en los últimos tiempos con apuestas menores tipo Álex y Enmma o Dicen por ahí—, La lista de ahora o nunca narra la historia de dos enfermos terminales de cáncer que deciden enumerar los gustos que quieren darse antes de morir, en la famosa lista del título original en inglés.

Aunque de veras ni por un segundo se mueven del estudio de Los Ángeles, la tecnología digital traslada al magnate Cole (Nicholson) y al mecánico Carter (Freeman)  al Taj Mahal, las pirámides egipcias, la Riviera Francesa…, y además a lo alto de cumbres montañosas del mundo, a espectaculares saltos en paracaídas.

El tour resulta posible porque Cole es un multimillonario que dispone de jets privados y conexiones intercontinentales. Y tal será, a la larga, una de las moralejas muy al estilo hollywoodinas de la cinta: el dinero proporciona cualquier cosa; y entre éstas comprarle un poco de felicidad antes de partir al no más a un par de ancianos carcomidos por la enfermedad.

El periplo del Polo a las sabanas africanas convertirá a esta comedia en clave dramática (y, por buena parte del metraje, melodramática)  en una suerte de road-movie planetario, donde, como en toda pieza de este tipo, saldrán a flote los sentimientos, anhelos sin cumplir, cuitas y miserias —pocas, aclaremos— de los personajes. Cosa que ya había comenzado en la introducción del filme, cuando los dos  pacientes guardan camas contiguas en la habitación del hospital.

Es tiempo para que el guión de Justin Zackham alterne sus pequeñas porciones lacrimógenas dado el tema del filme, si bien en ningún caso cargando las tintas, en tanto probablemente este sea uno de los filmes sobre la muerte menos luctuosos que jamás se hayan filmado.

Tanto, que el proceder de los personajes, a pecho erguido y en busca de venturas, desdice su condición de tal manera que llega a deslegitimar la idea de que en verdad le queden meses de vida, por cuanto en sentido general subyace aquí sorprendente banalización de un asunto que de siempre ha figurado entre las principales preocupaciones de la especie.

Es tiempo también de introducir en dicha zona del relato las consabidas lecciones de vida de propuestas semejantes, tan caras a la doctrina de solapa de los ejecutivos de la industria responsables de mantener enhiesta el aura conservadora de una pantalla tan imbricada al sistema como la estadounidense: el valor de la familia (la esposa de Carter que lo reclama; la reconciliación de Cole con su hija después de tantos años disgustados…)

Y además, la importancia de la integridad; la idea “políticamente correcta” de la solidaridad/ayuda del rico al pobre; el concepto de que todo se puede lograr en la vida (si se cuenta con el capital necesario, Hollywood dixit); la presunción de que siempre será conquistable la felicidad: o sea, la cartilla de cajón, el abc de moralina barata -porque todo esto es de bocas para fuera- de la Meca desde el período de entreguerras.

No obstante, pese a no salvarse del todo, tales falencias son amortiguadas por La lista de ahora o nunca con el asomo a discreción de gags bastante divertidos y ciertos solos de actuación que le permiten (o se autopermite) a Nicholson, quien no está aquí en la forma de otras comedias más sólidas como Mejor, imposible; A propósito de Schmidt y Locos de ira, pero siempre será Nicholson con su fraseado inefable, sus ojos que parecen venir con noticias desde el más allá, sus elocuentes enarques de cejas (estas parecen tener autonomía en su ser y su arte), y el signo lúdrico que pide en sus parlamentos.

El gran Jack nos hace reír aquí no solo a través de los bocadillos del guion que digiere con su pasmosa naturalidad histriónica —presta a desbocarse en un tropel de emociones y significados al momento menos pensado—, sino además con la expresión facial y otros recursos corporales que no siempre suele sacar de la manga: digamos esa caída de la cama del hospital ocasionada por la testarudez del personaje, recurso con el cual Nicholson y Reiner hacen un guiño a la comedia americana del cine de los pioneros.

Jack y Morgan, queribles y admirables, parte de los referentes, la iconografía y la pasión por el cine con que algunas generaciones hemos crecido, son, por lo demás, los mismos de siempre aquí, y se autolimitan a interpretarse a sí mismos. Pero aún así, ¡con que dicha y clase componen al agrio Cole y al sobrio Carter¡

Los estudiantes de actuación deberían apreciar sin falta La lista de ahora o nunca nada más para ver con que economía de recursos, raptos de ingenio, personalidad conversan de una cama a otra del hospital; cómo remontan un pico dramático únicamente a partir de cierta inflexión interpretativa; cómo hacen llevadera una obra menor al punto de que salgamos de la proyección creyéndonos la alegría de este par de moribundos, casi obliterando la demagogia y la manipulación de una pieza que solo halla su sentido de ser en este venerable tú a tú.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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