La jaula de oro: el tránsito de una a otra nada

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El largometraje mexicano La jaula de oro (2013) es la crónica de un fracaso anunciado: el de las consecuencias de la humillación colonial, más un siglo XX añadido de rapaz depredación a los recursos de un subcontinente y la entronización en dicho espacio de modelos neoliberales de capitalismo salvaje sujetos a los dictums del FMI y la cartilla de Washington para el Tercer Mundo latinoamericano. Fallan los sistemas, para aniquilar de forma automática a sus ciudadanos. Los jóvenes protagonistas del filme son la recidiva de una maquinaria socioeconómica enferma, cuyas formas humanas se desdibujan entre la irrealización personal y quiméricos deseos pocas veces conseguidos.

Huérfana de desarrollo posible, tierra del no futuro, la frustrada Centroamérica es testigo cotidiano de la peregrinación de miles de sus hijos jóvenes en una travesía luctuosa que los lleva a salir de cualquier recóndito pueblito de Guatemala u Honduras, para atravesar el temible México de los narcos, los policías corruptos, las violaciones, el tráfico de órganos o los raptos en pos de rescate, e intentar llegar a bordo de La Bestia (la barca moderna de Caronte) u otros trenes no menos peligrosos a la frontera sur de “la tierra de los sueños”.

La jaula de oro constituye baño helado de realidad a las seis de la mañana. Esta película vale por quinientos reportajes periodísticos. Relata todo tal cual sucede, sin omisiones ni exageraciones, con el peso documental de escenarios en 120 locaciones de tres países y personajes reales. En la vida -cual del mismo modo lo grafica el filme-, tras campear trayecto sembrado de infinidad de obstáculos contra su integridad física, solo uno entre millares de los optantes traspasará el muro fronterizo tendido por EUA para “protegerse” del inmigrante y ya dentro, si no perece por el disparo de turno del minute man o granjero xenófobo convertido en francotirador asesino, probará la suerte del jornalero preterido o recogedor de vísceras en los tantos mataderos que sacrifican en masa para McDonalds o Burger King. A la manera del único de los cuatro jóvenes capaz, en el relato, de vencer la helénica prueba de sobrepasar el camino e infiltrarse como indocumentado en territorio gringo. El itinerario todo funciona a la manera de un malévolo mecanismo malthusianista absoluto de limpieza étnica cuya maquinaria de ignición se activa no más estampar el paso inicial del viaje más largo hacia la nada.

Armada a través de largo septenio por la mirada escrutadora, honesta y compasiva del realizador de origen español Diego Quemada-Díez (ex asistente de cámara para Ken Loach, el padre vivo de los directores comprometidos), la obra fílmica, objeto de innumerables reconocimientos mundiales, es interpretada por adolescentes no profesionales de la actuación, pero capaces de componer muy creíbles caracterizaciones de estos pobres infelices en lucha por su supervivencia. Tan meritorio resultó el quehacer histriónico del mexicano Rodolfo Domínguez y los guatemaltecos Brandon López y Karen Martínez -seleccionados por el director entre seis mil aspirantes a los roles por ellos encarnados-, que los tres se granjearon el Premio a la Interpretación de la Sección Una cierta mirada del Festival de Cannes 2013.

Tanto el acierto al escoger a dichos muchachos como el estilo de realización asumido por Quemada-Díez en su opera prima (verismo documental, grafía hiperrealista, sobriedad artística, intensidad emocional con cero chantaje sentimental, narración seca y directa, claridad expositiva, orgánica planimetría informativa, orden de filmación diegético o en línea de continuidad) contribuyen a impulsar el potencial dialogístico de la pieza y a conferirle considerable peso a sus ideologemas.

La imagen del tren (en planos generales a su paso entre páramos o selvas, panorámicas, travellings, picados, contrapicados) harto recurrente en los fotogramas, representa recurso visonarrativo dilecto que habla menos del medio de transporte por excelencia de los migrantes que del tronante discurrir de su existencia sobre los rieles del horror. El miedo pinta la herrumbre de los vagones. La línea del ferrocarril asemeja el destino de los polizontes. Puede ser interrumpido o escindido en cualquier momento.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “La jaula de oro: el tránsito de una a otra nada

  • el 4 enero, 2017 a las 7:09 am
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    Delvis, comparto contigo. Se trata de una película portadora de un discurso esencial hoy día, y la presencia de los niños y adolescentes no-actores sin dudas la empinan. Gracias por tu comentario.

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  • el 3 enero, 2017 a las 1:34 pm
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    Aposté por “La jaula de oro” en el pasado mes de septiembre. Este tipo de filmes son los que verdaderamente hacen tronar todo mi ser; aun sabiendo que es en el fondo un producto ficticio.
    Con esta película no fue diferente, confieso que lo que más me cautivó fue el poster de la misma cuando salió en cartelera: un título metafórico y brillante bajo una imagen oscura y polvorienta.
    Así se vive en América; en una total paradoja de principio a fin, que en el largometraje de Quemada-Diez se ilustra a las mil maravillas: un sueño idílico transportado por mentes infantiles a través de una tierra inhóspita cargada de peligros, es un anhelo bucólico que en el pensamiento de esos niños es desmesuradamente grande, mas nunca lo han visto con sus propios ojos, solo han oído y escuchado de él.
    Creo que el producto final hubiese sido distinto sin la presencia de los niños; ese es el elemento (para mí) que la encumbra como película que mueve hasta los huesos y te deja con un mal sabor en tus reflexiones.

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