La fiesta de la vida

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En La fiesta de la vida (2017) estamos frente a un taquillero largometraje, firmado al alimón por Olivier Nakache y Éric Toledano, uno de los duetos creativos -sin llegar nunca a la categoría de autorales- más populares de la pantalla francesa desde que en 2011 rubricasen ese suceso comercial endógeno y mundial titulado Intocable.

La sobrevaluada sexta película del binomio (también parte de la crítica la aupó sobremanera), cuya denominación original es El sentido de la fiesta, representa una comedia coral de la guisa estructural de su, esa sí salvable, Aquellos días felices, que ubica su relato en los preparativos de una boda muy pija en la campiña gala, con todo cuánto de arrebatador entraña organizar evento así; mucho más si a este son invitadas centenares de personas, lo celebra una familia burguesa y acontece en un castillo.

El guion convertido en imágenes por Nakache y Toledano no apuesta por favorecer el punto de vista a los matrimoniados, sino en cambio el del ente organizador del ágape, y -ecuación derivada de tal favorable decisión-, la película traza sus mejores puntadas al describir con minuciosidad toda la gran rebatiña producida al calor del acontecimiento en el grupo de trabajadores contratados.

Ha de reconocerse, lo hace con pulcritud de detalles e insistencia por producir situaciones conducentes a la hilaridad. Cuánto ocurre es que, tras unos quince o veinte minutos de observar el seguimiento fiel de los preparativos y la ineficacia de gags que se repiten sin generar ningún sentido de comicidad, el filme tiende, francamente, a aburrir.

A esto último contribuye asimismo la lamentable de pérdida de foco del sentido dramático de una pieza que se embarulla en sí misma y tiende a corcovear, cual corcel cerrero enfebrecido por salir del corral o huracán que busca una salida en medio de azarosa trayectoria.

Semejante valladar, propio de principiantes, es algo que no suele ocurrir en el quehacer de estos señores, ya curtidos en el cine industrial; ni incluso en sus películas más bastardas, como Samba (2014).

Ni las manías ni los conflictos de los personajes (la caricaturización del novio es de veras pedestre) que, progresivamente van entrando y saliendo de la trama de La fiesta de la vida consiguen mantener la atención durante dos horas de metraje que se tornan infinitas hasta llegar a esta suerte de regalía de finales felices a través de los cuales Nakache y Toledano, siempre a bien con el gran público, finiquitan su nueva “comedia”.

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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