La familia… en su más puro estado natural

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Lo primero es el repaso expedito del rostro, porque tras uno o dos años, la huella del irreversible avance del tiempo siempre está.
Momentos antes los de acá, anhelantes, superaron entresijos de toda índole para llegar hasta ese, el sitio donde el punto cero no marca distancia alguna, y entre el bullicio de llamadas a abordar y anuncios de felices arribos, residen los primeros instantes de plenitud para toda una prole.

Los de allá, igualmente ansiosos, divisaban en un siempre expectante aterrizaje las líneas que delimitan el suelo patrio, en breve presto a recibirlos.

Luego, nadie podrá resistir el impulso del abrazo: son demasiados días sin ese umbral de brazos abiertos que traducen el siempre cálido y entrañable amor filial.

Una contundente escena sin ensayo previo se despliega, y la masividad del espacio coronado por aeromozas, pilotos, pizarras y aeronaves simplemente desaparece: ahora son ellos, ese núcleo básico y fundacional de iguales apellidos, los únicos presentes.

Minutos —que parecen años— transcurren veloces, y cual si hubiesen dormido todos bajo igual techo se toman de la mano, salen, comienzan la aventura de pasar tiempo juntos, recuerdan bellos momentos y otros no tanto, ríen, caminan a favor de la felicidad.

Retorna el bullicio detrás suyo, se difumina lentamente el teatro de llegadas y partidas, la adrenalina abandona a los afortunados protagonistas de la historia, y con algo más de aplomo sobre sus cuerpos, fluye la conversación habitual, el “cómo estás”.

Y puede que hasta tropelosa se torne la conversación en el afán de narrar cada detalle del último período en sus vidas, ese donde frontera mediante resultó imposible saberse el día a día de unos y otros.

Afloran entonces fotos de boda y graduación, la simpática anécdota contada ahora frente a frente, el dolor —mordaz y presencial— de una posible pérdida irreparable, cada vital peripecia.

Emergen las emociones contenidas, tal vez algún cuestionamiento, ¿por qué no?, consejos guardados y todos esos días difíciles de lejanía. Aflora, sin más, el reencuentro.
Año tras año les ocurre así, y están ellos tal vez entre los más afortunados, porque el camino escogido obliga a otros a mayores plazos de adiós.

Tal vez alguien vea en estas palabras nostálgicos trazos sobre la emigración —natural y milenario fenómeno demográfico que ha marcado a la humanidad toda, por cierto—, pero más allá del ir y venir de los seres humanos, solo pretenden estas letras un breve canto a la familia así, en su más puro estado natural.

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