La explosión del “Maine”

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Cuentan las crónicas que el del 15 de febrero de 1898 en los alrededores de la bahía de La Habana la noche estaba fresca y tranquila. Pero que a las nueve y cuarenta minutos una explosión enorme estremeció ese litoral. El crucero-acorzado norteamericano “U.S. Maine” que se encontraba al pairo, al lado de una boya en el centro de la bahía, quedó reducido a un montón de metal retorcido que se hundió en el fondo de la rada. El número de víctimas llegó a 264 marinos, y dos oficiales subalternos. Los jefes y oficiales de la nave estaban todos en tierra en los momentos de la explosión.

Sobre la voladura del Maine ha explicado el acucioso investigador e historiador Emilio Roig de Leuchsenring: “El hecho ocurrió a consecuencia de una explosión que, en el mejor de los casos fue calificada de “misteriosa”, porque los peritos norteamericanos se apresuraron en atribuirla a “una mina colocada por un enemigo”; un perito prusiano dijo que fue debida a la combustión interna espontánea del buque, cercana a los pañoles de carbón; los peritos españoles la consideraron también a combustión interna, y no faltó en la prensa de Estados Unidos quien culpara a los cubanos como los saboteadores”.

La verdadera causa del siniestro, dice Roig, “quedó sumida en las tinieblas, aunque siempre se consideró muy sospechoso el hecho de que tanto el capitán como todos sus oficiales estuvieran ausentes en ese momento, y las víctimas fueran todas humiles marineros, muchos de ellos extranjeros y negros”.

Al correr de los años la luz que han arrojado los documentos examinados y la opinión de los historiadores, que tienen en cuenta acciones semejantes en otras partes del mundo y en el propio territorio norteamericano, es que se trató de la primera auto-agresión de Estados Unidos en busca de obtener posibilidades para su beneficio. Se recuerda a la Base Naval norteamericana en Pearl Harbor, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45) cuando conociendo por labores de Inteligencia que iban a realizarlo, permitieron que los japoneses la bombardearan y asesinaran así a cientos de norteamericanos, y entonces se inmiscuyeron en esa guerra contra Japón. Más adelante, el 11 de septiembre de 2001, realizaron su mayor obra de terrorismo, que hoy es evidente, volaron las torres gemelas de Nueva York, mediante implosión de sus pisos, tras permitir que aviones comerciales secuestrados por extremistas chocaran contra ellas, y dañaron también el Pentágono en Washington, lo que les permitió atacar y apoderarse de las riquezas petroleras de otros países lejanos enarbolando en justificación “la lucha contra el terrorismo”.

Todavía quedan dudas sobre si la pandemia de aquel extraño gripe mortal del AN-1-H-1 que se declaró hace años sobre el planeta no fue causado por los mismos bárbaros dirigentes del imperialismo norteamericano, para lograr, como lograron, reponer de su crisis financiera al Consorcio Farmacéutico estadounidense. Aquel extraño suceso fue rápidamente olvidado sin que nunca quedara esclarecido, aunque investigadores y escritores individuales trataron de desentrañarlo. ¿Alguien cree que magnates multimillonarios se detienen ante “minucias” tales, como es afectar a miles de personas en el mundo con tal de salvar a sus finanzas?

Pero continuamos con el tema. El historiador Roig de Leuchsenring ofrece una pista importante al decir: “El hecho incontrovertible es que aquella explosión tan ‘oportuna’ del Maine, proporcionó a los gobernantes de Estados Unidos el mejor motivo, o pretexto, para romper relaciones con España y declararle la guerra, suscitando en su país la histeria de guerra que lo llevara a pedir la aventura bélica que necesitaban los dirigentes y para lo cual maquinaron ese hecho”.

En toda esta historia se encuentra el otro ingrediente inseparable de tales acciones: el papel de la prensa norteamericana. Así que detrás del “Maine”, influyendo en la opinión pública estuvo la gran cadena de prensa del guerrerista Hearst, que desarrolló su amplia campaña mediática. Ellos lograron que el pueblo norteamericano apoyara la declaración de guerra a España y lo presentaron como ayuda a la libertad de los cubanos.

Durante las investigaciones sobre los hechos, se cuidaron de resaltar la ausencia de oficiales a bordo de la nave, y se inclinaron por la versión de la mina exterior colocada en el casco, acallando las otras versiones, y atribuyéndolo a saboteadores cubanos, quienes eran los menos interesados en que Estados Unidos declarara la guerra a España, que ya estaba derrotada por los cubanos, y porque conocían sus intensiones de apoderarse de Cuba, lo que haría más difícil la liberación.

El 10 de diciembre de 1898 se firmó en París el Tratado de Paz entre Estados Unidos y España, que concluyó la soberanía española sobre la Isla, un acuerdo en el que estuvieron ausentes los cubanos que en todo momento fueron excluidos de la negociación. Así hizo entrada en Cuba el neo-colonialismo norteamericano sobre el que nos previno José Martí.
Durante años los restos del Maine permanecieron hundidos en la bahía habanera, con su destrozada torre sobresaliendo un tanto, hasta que decidieron extraerlo y trasladarlo fuera del puerto. Se intentó que al sacarlo a flote se determinara las causas de su voladura, pero los Estados Unidos se negaron a ello y lo hundieron, el 16 de marzo de 1912 en aguas más profundas, a tres millas del Morro, en el Golfo de México, sin permitir tal examen. Así se llevó su secreto a las profundidades.

El capitán del Maine, Charles Sigsbee, fue recibido por el Presidente de Estados Unidos, MacKinley, con vivas simpatías, nadie recordó la muerte de los 264 marineros, (solo se salvaron 64 del total de la dotación), y se le asignó el mando del crucero naval “Saint Paul”. ¿Sería acaso el premio a su silencio? Para muchos, la voladura del Maine fue el “ensayo” del primer acto de terrorismo de Estado de Estados Unidos en el transcurso de su historia.

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

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