La conjura de los patricios olvidados

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 32 segundos

Febrero ha resultado ser uno de los meses del año que más fechas de importancia atesora para nuestra historia nacional. Desde la Segunda Declaración de La Habana, el natalicio de Camilo Cienfuegos hasta el reinicio de las luchas por la independencia de Cuba contra el colonialismo español, han constituido algunas de esas emblemáticas remembranzas que evocan al glorioso pasado de la mayor de Las Antillas. Sin embargo, han existido diversas conmemoraciones que, en cierto sentido, han sido borradas de la memoria histórica de los cubanos. Una de ellas, es el Alzamiento del Cafetal González, el 6 de febrero de 1869; un acontecimiento que marcó la entrada de la región central del país en la Guerra de los Diez Años (1868-1878).

En mi consideración, año tras año esta fecha pasa inadvertida, salvo en algunos espacios muy puntuales, y el tributo a sus partícipes queda relegado al olvido. Tenemos la mala costumbre de solo conmemorar aquellos sucesos cuando es aniversario cerrado, en clara alusión a aquel refranero popular que expresa: “nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”. Soy de los que se siente orgulloso de haber nacido en el espacio intermedio entre el occidente y el oriente de Cuba, y ese orgullo me puso en vela perpetua ante la televisión, la radio y la prensa para visualizar una alusión a la citada fecha, pero el escaso tratamiento dado me decepcionó y me obligó a recrear la significación de esta conjura, la más gloriosa de todas durante la también conocida como Guerra Grande.

Tras el Alzamiento de La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, dirigido por Carlos Manuel de Céspedes, y la proclamación de las ideas independentistas en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones, se daba inicio al proceso emancipatorio cubano. Las primeras acciones bélicas en el oriente del país suscitaron la entrada de Camagüey en la contienda, el 4 de noviembre del propio año. Por su parte, el movimiento conspirativo en el occidente del país estuvo dirigido por la Junta Revolucionaria de La Habana que, compuesta por reformistas o vinculadas a la clase dominante, frenaron el avance de las ansias libertarias en esta zona de la Isla. A ello se suma el desarrollo de una acentuada política paramilitar mediante acciones represivas consumadas por el Cuerpo de Voluntarios. A pesar de estas limitaciones, las autoridades y la Junta no pudieron evitar los efímeros alzamientos en Jagüey Grande, Luyanó y Pinar del Río.

Sin embargo, el radio de acción de la mencionada Junta no solo se ceñía a esta parte del país, sino también a Las Villas. Hasta el momento no se ha podido precisar la fecha en que se iniciaron, de modo sistemático, los trabajos revolucionarios en el entramado de ciudades que integran esta región. Pero la agitación y la propaganda separatista habían comenzado meses antes del 10 de octubre de 1868. La urbe santaclareña se convirtió en un adalid en la primigenia lucha contra el régimen español.

Los vecinos de Santa Clara, encabezados por Miguel Jerónimo Gutiérrez, Antonio Lorda, Eduardo Machado, Tranquilino Valdés y Arcadio Severino García, comenzaron a conspirar en la Fábrica de Gas y en la farmacia La Salud; esta última, en el mismo centro de la Plaza de Armas. Estas llamadas “tertulias” comenzaron a ramificarse por otras ciudades como Trinidad, Remedios, Sagua la Grande y Cienfuegos y, a su vez, centralizaron las conspiraciones, a tal punto, que condicionó la creación de juntas revolucionarias por toda Las Villas, bajo la supremacía de Santa Clara. Los primeros pasos de la Junta Revolucionaria de Santa Clara estuvieron dados en enviar comisionados por toda la zona para la coordinación del pronunciamiento militar, acopiar armamento y la visita de su presidente y secretario, Miguel Jerónimo Gutiérrez y Eduardo Machado respectivamente, a La Habana para obtener la ayuda de los conspiradores de la capital, la cual nunca llegaría a materializarse.

Comprometidos los trabajos de los separatistas santaclareños, y ante la posibilidad de la llegada de órdenes de arresto contra sus personas, los integrantes de la Junta decidieron abandonar la ciudad para agruparse en el Cafetal González y levantarse en armas. Desde los primeros días de febrero de 1869 el éxodo se hizo evidente, a tal punto, que el diario santaclareño El Alba recreó entre sus páginas un artículo titulado ¿Por qué se van? y que citaba:

“(…) en los últimos cuatro días es tal el número de familias que se han ausentado de esta ciudad que la mayor parte de las casas están cerradas, y Villaclara [sic], antes tan animada, presenta un aspecto triste, silencioso y sombrío (…)”. (1)

El 6 de febrero de 1869 se dieron cita en este lugar más de 5 mil conspiradores, según relata Eduardo Machado en su Autobiografía; sin embargo, todos juntos no superaban la cifra de 200 armas de fuego que, en su mayoría, eran escopetas de caza. Las principales regiones representadas en el alzamiento eran Santa Clara, Remedios, Sagua la Grande y Ranchuelo, y sobre la Junta Revolucionaria de Santa Clara recayó la dirección del mismo en el ámbito político y militar. Correspondió a Miguel Jerónimo Gutiérrez la redacción y firma del acta de independencia. En su contenido se encontraba una lúcida explicación de las causas por las cuales los habitantes del centro del país se lanzaban a la lucha y, además, justificaba, con razones basadas en la experiencia, la actitud que se tomaba en ese instante, abjurando para siembre de una metrópoli sorda a toda reclamación y retrógrada en todas sus medidas. Asimismo, se tomaron una serie de medidas como la separación de la Iglesia del Estado, la abolición de la esclavitud y la aprobación del servicio militar de carácter obligatorio. Por último, no debe dejar de mencionarse que la bandera de Narciso López concurrió como guía de los conjurados esa tarde del 6 de febrero de 1869.

Una vez producido el alzamiento, se estableció la Junta de Gobernación de Las Villas, que se encargó de la dirección de la guerra en esta parte de la Isla. La estructuración de dicha Junta quedó compuesta por los mismos integrantes que su antecesora. La primera acción de la nueva estructura legislativa estuvo centrada en la cuestión militar. Se creó un ejército bajo la dirección del General en Jefe Joaquín Morales, propietario del ingenio Progreso en el poblado de Ranchuelo, ante la negativa de otro ranchuelero, Florentino Jiménez, para ocupar ese puesto. Este nombramiento se realizó para inspirar cierta confianza entre los propietarios de ingenios que se habían levantado en armas contra el régimen español y, al mismo tiempo, hacerles frente a las denuncias de la prensa colonial de la época, la cual exponía que los villareños estaban dirigidos por blancos arruinados en unión con negros y chinos ávidos de pillaje. De igual modo, se nombró al polaco Carlos Roloff como jefe de su Estado Mayor, debido a la experiencia militar adquirida durante su participación en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865).

Las primeras derrotas a manos del ejército colonialista y la falta de pertrechos bélicos, condicionaron la reestructuración de las fuerzas insurrectas en la región. Joaquín Morales y Carlos Roloff, en previo arreglo con la Junta de Gobernación, pactaron la formación de tres divisiones militares. Estas fueron la de Caunao, la de San Diego y la de Malezas, encabezadas por Mateo Casanova, Florentino Jiménez y Carlos Roloff, respectivamente. De igual modo, se designó que las demás fuerzas mambisas se mantuvieran operando en sus zonas de origen: Honorato del Castillo en Sancti Spíritus; Federico Fernández Cavada en Trinidad, y su hermano Adolfo en Cienfuegos. La proclamación de una administración, la aprobación de leyes radicales y la conformación de un aparato militar bien estructurado hicieron de esta región un baluarte defensivo en la incipiente emancipación de Cuba y, al mismo tiempo, obligó a las fuerzas castrenses hispánicas a desviar su atención sobre este espacio para evitar el despliegue de las acciones insurrectas hacia el occidente del país.

A pesar de las numerosas victorias iniciales, la falta de armamento y otros pertrechos de guerra hicieron mella en la consolidación del mambisado en Las Villas. La incorporación de varias localidades ubicadas en este punto de la geografía regional y las innovaciones militares, como el cañón de cuero, no mejoraron la situación de los revolucionarios y todo ello condujo a la celebración de una asamblea de la Junta de Gobernación de Las Villas en el mismo lugar del alzamiento, a mediados de marzo de 1869. Resulta válido destacar que sus participantes no pudieron avizorar que esta sería la última vez que dicha Junta lograría reunirse pues, un mes más tarde, en Guáimaro se establecería un gobierno centralizado y con leyes propias para todos los departamentos en guerra. Durante esta aglomeración, se perdería el primer proyecto de invadir a occidente ante la negativa de Miguel Jerónimo Gutiérrez, Antonio Lorda, Tranquilino Valdés y Arcadio Severino García de materializar dicho proyecto ante los criterios, y muy justificados, de Eduardo Machado y Carlos Roloff de aprovechar el factor sorpresa para arremeter contra las grandes dotaciones de esclavos de esta región e incorporarlos a la contienda bélica.

Después de la Asamblea de Guáimaro casi nada o nada se habla de los patricios del centro del país. Ninguno de los iniciadores de la lucha en esta región llegó con vida al final de la Guerra de los Diez Años; tampoco se habla sobre los cargos que ocuparon algunos en la Cámara de Representantes y en la dirección del Ejército Libertador. Hoy resultaría algo desacertado culpar a la historia de este triste olvido; culpables hemos sido todos al no saber evocar la memoria y el sacrificio de estos héroes patrios que, algunos incrédulos los catalogarían como regionales, pero que son de toda Cuba y su idiosincrasia.

Nuestros parques se llenan con estatuas de José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, pero soy de los que creo que, sin restarles el merecido mérito a estos titanes encumbrados, debemos ser más consecuentes con el accionar de nuestros patricios regionales. En estos instantes viene a mi mente las páginas finales de la Autobiografía de Eduardo Machado —publicada en solo una ocasión—, donde expone la descripción de un monumento conmemorativo que idealizó para sus compañeros de lucha:

“(…) de pie sobre un mismo pedestal a Gutiérrez, Lorda, García y Valdés, mirando cada uno de ellos hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales y sosteniendo los cuatro el estandarte de la estrella solitaria”. (2)

Es lamentable que dicha construcción nunca llegara a materializarse.

El Alzamiento del Cafetal González, en cierto modo olvidado, constituyó una chispa para encender un polvorín de hombres que contribuyeron durante la Guerra de los Diez Años y en las siguientes conflagraciones al logro de la independencia de la Isla del colonialismo español. Entre los desconocidos que fueron partícipes de este acontecimiento histórico es imposible dejar de mencionar a Carlos Roloff, al español Francisco Villamil, a Gerardo A. Castellanos Lleonart, al venezolano Salomé Hernández, a Francisco Carrillo y a José Callejas. Algunos morirían durante el conflicto; otros se convirtieron en paladines de la idea de una Cuba libre y soberana.

Tal vez hoy falta incentivar un poco más el estudio de la historia regional en nuestras escuelas; quizás las investigaciones no aborden en sí las particularidades de esta región del país, pero la memoria de esos hombres siempre estará ahí para recordarnos que el olvido de nuestra idiosincrasia no es una opción.

Notas

(1) Pérez, Luis Marino. Miguel Jerónimo Gutiérrez (1822-1871). Imprenta “El Siglo XX”. La Habana, Cuba 1919. p. 22.

(2) Machado Gómez, Eduardo. Autobiografía. Universidad de La Habana. La Habana, Cuba 1969. p. 17.

Visitas: 18

Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *