La catedral de los negros

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Tras antes recibir el Premio Alejo Carpentier en la categoría de Novela, La catedral de los negros (Marcial Gala, Letras Cubanas, 2012) obtuvo otro lauro de gran prestigio como el Premio Anual de la Crítica a Libros de Literatura y Arte, el cual convoca el Instituto Cubano del Libro desde el Centro Cultural Dulce María Loynaz, con el objetivo de estimular la creación de los autores y el trabajo de las editoriales.

Mediante La catedral de los negros, el firmante de Sentada en su verde limón llegó a una etapa de consolidación de su obra.

Aunque la mayor parte del relato transcurra en la barriada perlasureña de Punta Cotica ‒sometido al “extrañamiento nominal” de Gotica‒ y existan ciertos personajes a los cuales él confiere preeminencia (El Gringo, El Grillo, Prince), es esta una pieza literaria de pluralidad espacial y riquísima coralidad.

La polifonía de distintas voces narrativas se convierte en cimiento y techo de una trama subyugante, desde el principio de la primera parte al final de la tercera, en la página 159.

Gala configura un óleo hiperrealista, no despojado de insertos fantásticos, de una Cuba, más allá de cuán “novelada” esté, no digamos que posible sino dable, ubicada en los márgenes de lo conocido desde la perspectiva dominante del “centro” y sujeta al decálogo de carencias, indigencias o dudosas concepciones morales condicionadas por el mismo medio engendrador.

Aquí impera la violencia, la apelación a cualquier palo para salir del cenagal de podredumbre humana, el crimen y el acto de la máscara o la representación en uno de sus estados más esencialmente crudos. Aun sin poseerla, debe aparentarse dureza en sitio tal; so pena de caer en el piso a patadas bajo el orín de cualquier mala cabeza. Por eso, hasta un joven poeta en fase de iniciación precisa romperle la crisma a cierto pichón de guapo con el objeto cortante menos pensado: un libro.

Segunda parte del tríptico Cienfuegos, capital del mundo, en el volumen de marras el creador de Enemigo de los ángeles establece una “indagación acerca del mal, de lo impredecible que puede tornarse la violencia cuando el hombre no lucha contra los demonios que lleva dentro”, cual me confesara en entrevista publicada a raíz del Premio Alejo Carpentier.

Con razón, el jurado de la mencionada distinción literaria advirtió la “tensión narrativa” de La catedral… Dicha tensión, de consuno con la feraz capacidad imaginativa, fabuladora de Marcial, conminan a “devorarlo” de un tirón; hasta para quienes no solemos establecer el acto de la lectura de tal forma.

Ecos del realismo sucio mixturado con determinada reminiscencia “realismomágicolatinoamericana” de cierto Winslow y de algún Bolaño son advertibles en esta historia tan negra como esa catedral inconclusa, alegoría siniestra de un entorno inacabado o en perenne e interminable ejecución.

Sus editores pensaron a la obra, Premio Anual de la Crítica, “como la novela de un asesino que se queda a solas consigo mismo (…) una narración que construye la historia a partir de un coro de voces y que rinde homenaje, por vía contraria, a una ciudad, al amor y a la tenacidad”.

Sí, pero hay más. Es un cuento triste de desgarramiento y dolor, de objetivos no cumplidos, ideas truncas, personajes que “pudieron convertirse en algo de no ser por…”; acaso confirmación misma del a veces ineluctable sino aparejado al medio, sino fuese por el camino seguido por par de personajes “a despecho de”… Y ni aun.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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