La calidad sigue en deuda

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No por repetidos y criticados los problemas se resuelven. Y persiste entre nosotros uno que resulta recurrente y al cual jamás se le ha podido “poner el cascabel”: la calidad.

Se debe partir de su definición: “Conjunto de propiedades inherentes a una cosa que permite caracterizarla y valorarla con respecto a las restantes de su especie”, según el diccionario.

O sea, se infiere que todo lo que se ejecute, independientemente de sus características, debe tener muy en cuenta el cumplimiento estricto de los parámetros cualitativos para que el producto final resulte atractivo, eficaz, provechoso, duradero…

Quizás cuando se habla de calidad en lo primero que se piense es en los productos alimentarios que se ofertan a la población en la red comercial y la gastronómica, como el pan, por ejemplo. Y quien así lo haga tiene toda la razón, porque esa es una deuda social que siempre ha estado presente.

Primero fue en el sector estatal, cuando era mayoritaria su presencia para garantizar las ofertas a la población, pero ahora se han sumado los trabajadores no estatales. Aprecio que los TNE comenzaron bien, pero en muchos lugares se ha resquebrajado la exigencia y el interés por elevar los ingresos supera el respeto que merecen quienes buscan algún alimento, ya sea en cafeterías, dulcerías, restaurantes…

Y siempre me he preguntado: ¿A quién le corresponde exigir al respecto? Ese empeño anda suelto. Prima la prepotente decisión de “o lo tomas o lo dejas”. En ocasiones no quedan alternativas y hay que adquirir algo sin calidad alguna, y en estos momentos, con precios galopantes.

Pero cuando se analiza a una mayor escala, aparecen entonces los problemas en renglones estratégicos de la economía. Aunque muchas sectores padecen de ese mal, tomaré como referencia el de la Construcción, en el cual el asunto ha sido muy “llevado y traído” durante tanto tiempo.

En un artículo que leí con detenimiento y guardo con celo se señala que sobre el tema afloran causas diversas: débil papel de los inversionistas, falta de exigencia y control, mala preparación de las obras, escasez de fuerza calificada, inadecuada calidad de los materiales y la llegada tardía de éstos a las obras, violaciones tecnológicas, conformismo y el apuro por completar el cronograma de ejecución en detrimento del acabado final. ¡Toda una “longaniza”!

El propio documento pregunta: “¿Cuánto cuesta la mala calidad?” Al respecto refiere que “explicaciones hay muchas (…), pero al final de todas, las cuentas del Estado cargan verdaderamente con esa ineficiencia”.

Los especialistas, directivos y economistas coinciden al afirmar que todo está escrito y normado. “Mas las barreras aparecen a la hora de acatar la disciplina tecnológica, implementar el control, la exigencia, las buenas prácticas ejecutivas, el monitoreo a pie de obra y al pretender lograr que cada participante sea consecuente con su misión en el proceso constructivo”, asevera el sustancioso artículo. Pero todas esas acciones son aún asignaturas pendientes.

Una definición en el documento resulta demoledora: “La calidad en el sector de la Construcción afronta una situación crítica”. A buen entendedor con pocas palabras basta.

En el discurso en la primera Reunión Nacional de Producción, el 27 de agosto de 1961, el Comandante Ernesto Guevara afirmó: “(…) Hay que hacer que la calidad sea la mejor posible. La belleza no es una cosa que esté reñida con la Revolución. Hacer un artefacto de uso común que sea feo, cuando se puede hacer uno bonito, es realmente una falta”.

¡Cuánta razón tenía el Che! Entonces, ¿por qué descuidamos tanto su legado en términos económicos?

La realidad está clara: la calidad sigue en deuda.

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Ramón Barreras Ferrán

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos.

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