La bandera, la madre y la patria

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En el vomitivo tema denominado Sexo, uno de los tantísimos video clips cubanos de reguetón circulantes en este momento a través de los soportes digitales (hechos por centenares, su capacidad de reproducción supera la de conejos, curieles y los vampiros de The Strain, lo cual habla del billete que facturan y los intereses detrás del escenario en cuanto a su respaldo productivo), los dos cantantes y la bailarina dicen lo que dicen -—imposible reproducirlo aquí, casi más por lo lerdo que por lo sórdido— y expresan corporalmente cuanto expresan, por el mismo estilo de las palabras, al lado de una gigantesca bandera cubana colocada detrás de ellos.

Estamos hablando de una insignia de esas con la dimensión aconsejable para que ojalá colgasen siempre en cada cuadra, sin necesidad de esperar los 26 de Julio. De esas que son vendidas a precios inaccesibles, en uno de los contrasentidos ideológicos más grandes con los cuales estamos jugando peligrosamente hoy día, pese a las alertas de la prensa en tal sentido.

Ya se sabe: cuando a plano institucional y social los símbolos patrios no son objeto de todo el empleo necesario o debido, a tenor de las múltiples connotaciones inmanentes a su utilización, estos pasan a constituir ficha de movimiento de los actores menos recomendables para dicha apropiación.

Tales resemantizan su función o sentido primigenio, a través de una punible operación de despojo y reconducción de significantes.

Cuba, en este como en muchísimos otros videos (el mencionado solo es el punto de partida de la columna; en realidad no es el único, son muchos y de todo género), pasa de ser remisión a soberanía, valor, solidaridad…, a convertirse en señal ínsita de “gozadera”, burdel, jovencitas baratas quienes —como asegura de forma literal el texto de la canción— están dispuestas a ofrecer sexo de la forma
deseada a quienes les apetezca. A la carta.

Es necesaria en el país hoy día —increíble tras 55 años de Revolución, pero tan cierto como el calor matutino tras la neblina nocturna— otra alfabetización: no dirigida esta, a la manera de la extraordinaria obra social de inicios de los 60, a enseñar a leer y escribir; sino proyectada hacia la virtud moral e inteligencia cívica del individuo.

Si caemos presas del inmovilismo pesimista/facilista que da por lógico e irrefrenable el caos ético en tanto consecuencia del cisma económico de los 90, poco compromiso manifestaríamos con las generaciones continuadoras de nuestras ideas. Maestros, profesores, entrenadores, guías, directivos, jóvenes comunistas y militantes del Partido, ¡padres!, hemos de aunarnos en grupo para restituir el respeto y el orgullo nacional que descarriamos en el camino, por cual causa fuere. No es tiempo de lamentos, sino de acción salvadora.

En el necesario proceso/proyecto de restauración al que de forma irremisible estamos abocados —so peligro de la autoanulación en caso contrario—, uno de los múltiples frentes de atención a atender se centra en los símbolos patrios. De manera especial, los significados de la bandera cubana.

La bandera es blasón e hidalguía, cénit de un concepto ético, elemento cardinal en el delineado y ubicación de tu universo históricogeográfico-social.

Es la enseña nacional emblema de esa independencia por la cual nuestros tatarabuelos, abuelos, parientes murieron o lucharon a través de los múltiples procesos que enhebraron la riquísima gesta libertaria patria. Cuando caía en combate el encargado de conducirla, otro tomaba su puesto. La bandera nunca puede estar en el piso ni ser mancillada.

La bandera es como la madre y la patria. Solo existe una, cuídate quien te haya cuidado con toda la gratitud que le profeses, y hospédate cual país hospédate. La bandera es principio, nunca negociado. Se le honra; no se le denigra.

Más allá de si eres fidelista, comunista, neutral, procapitalista o apolítico, representa causa sagrada de unión e identidad nacionales. Y se le humilla cuando la prefieren por otra, mucho más si es la del imperio que ha asfixiado el cuello de tus hijos durante 55 años; cuando ondea sin dignidad dentro de un cúmulo de enseñas reunidas con carácter mercantil en los establecimientos privados; cuando la emplean con fines opuestos a su esencia en contenidos audiovisuales.

Eso, aunque muchos dábamos por sentado su conocimiento, debe volverse a enseñar. Con paciencia, amor, argumentos. No queda otra.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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