Jurados

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No existe selección alguna —fílmica, literaria, de la moda o hasta culinaria— que sea absolutamente imparcial y emita juicios ajenos a motivaciones relacionadas con la coyuntura histórica, las corrientes o tendencias en boga, los patrones o modulaciones de pensamiento al alza, perspectivas ideológicas, intereses mercantiles e incluso simpatías o desdenes personales.

Los jurados de no pocos “concursos de talentos” en el mundo capitalista no solo resultan amañados, sino que también trabajan a las órdenes directas de las cadenas, lo entes auspiciadores o las casas discográficas, quienes “aconsejan” premiar con arreglo a cuanto pudieran sacar del (los) exponentes en el mercado sobre la base de cuanto les van sugiriendo sus investigaciones de terreno y las propias redes sociales.

En el universo cinematográfico, las decisiones de innumerables jurados mueren por su peso al nacer. De la “gran película” premiada este año, ya nadie se acuerda al otro. No se reconoce la trascendencia, antes bien el impacto sensorial momentáneo.

Los académicos que unieron votos para conferir los más recientes Premios Oscar se olvidaron de la más sobresaliente película del año facturada en los Estados Unidos: The Florida Project. Es la época del #MeToo, del Time’s Up del “inclusivismo” y propensiones similares esencialmente correctas, aunque en la práctica desvirtuadas por su empleo a conveniencia o por la fórmula del “postureo” que suele acompañar a varios de quienes las enarbolan.

En tal contexto, resultaba imposible el triunfo de un drama independiente, impugnador de los islotes de miseria y desprotección social en los Estados Unidos del emperador lunático.

Los jurados en Cuba tampoco son asuntos de agua de rosas y una diosa ciega con la balanza en la mano.

No obstante que, de una forma u otra, el talento y la perseverancia siempre buscan su sol en medio del follaje más tupido (y esa luz en verdad no precisa derivar de un reconocimiento), no siempre quienes deben premiarlo en tales lances pesan su medida en bruto y despojados de otras condicionantes.

La subjetividad de los decisores, unido a las circunstancias concomitantes, representa elemento central a la hora de comprender un fallo a ojos vistas desacertado.

No solo la formación estética, el grado de instrucción y el nivel cultural del miembro del jurado pueden influir en los resultados, sino además sus preferencias e inclinaciones.

Cuando se está dentro del ojo de la tormenta de ciertos jurados, pueden armarse bizarras discusiones bizantinas, donde se pierde más tiempo del impensable escuchando “argumentaciones” de un lado a otro, para —luego de centenares de metros cúbicos de saliva derramados— determinar esa escogencia final en la que, casi sin excepción, la voz más poderosa, que suele ser la del presidente, inclina a su favor los resultados postreros.

Por eso, hace años decliné irremisiblemente a conformar ningún jurado, tarea usual durante mi etapa juvenil, tanto en Cienfuegos como en eventos nacionales de periodismo o de crítica cinematográfica. Hubo un tiempo cuando hasta experimentaba una suerte de imbécil orgullo por formar parte de un equipo de personas que elegían, “¡cuánto honor!”. Pero las rutinas y la liturgia del oficio no oficial de jurado (aunque existan figuras especializadas en el trabajo a lo largo de la Isla que casi lo han hecho oficial) me hicieron aburrirme progresivamente de este, hasta llegar a rechazarlo. Sobre todo en razón de sus modus operandi.

Y es que a veces tales comités selectores premian “por inducción” (o sea, pondero esto para santificar aquello), por regionalismo, cercanías de cualquier género con el ameritado —o ganas de ganar esa cercanía—, y hasta por “sentido de equilibrio” (esto es en razón de una tan extraña como injustificada inclinación a agasajar por cuotas, no en virtud de la obra en concreto).

La decisión de un jurado (sin ofender aquí a esos profesionales quienes hacen suya la tarea con probidad y solo atados a lo que ven ante sí: buenos equipos evaluadores de este corte también existen; que no todo es gris, ni injusto, ni fétido y una muestra favorable conocida sería el que trabaja ahora en Bailando en Cuba 2) siempre será una incógnita.

Como la veleta, tendrá mucho que ver con el lado hacia dónde corren los vientos. Más en el exterior, por supuesto; pero también aquí.

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

3 Comentarios en “Jurados

  • el 11 abril, 2018 a las 10:25 am
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    Este jurado me gusta más que el de Sonando en Cuba. Lo noto más preparado, con un discurso distinto después de cada presentación, con decisiones basadas en el conocimiento. Creo que a veces es difícil ser imparcial.

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  • el 6 abril, 2018 a las 11:07 am
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    Navarrón, ibidem. Así es, yo también hace bastante tiempo desistí de participar en cualquier concurso. Además de por lo sabido por ambos, en mi caso, además, me produce tanta alergia recortar un trabajo o hacer un expediente, que casi se vuelve imposible ya mi participación. La legitimación del trabajo la da el propio trabajo, no un pergamino. Un abrazo, hermano.

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  • el 4 abril, 2018 a las 8:52 pm
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    Julius, 200 % contigo. Por eso hace mucho tiempo desistí de concursar en nada. Demasiados concursos y demasiada gente que necesita más los premios que el oxígeno.

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