Isabela de Sagua, ¿dónde estás?

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La calma se retuerce en sus calles y el visitante cree que en Isabela de Sagua todo quedará así para siempre, devastado. Antes del huracán Irma era ese un pueblo pintoresco, con casas viejas ya inclinadas sobre la acera y exóticas ruinas que posaban, cual quinceañeras, para las fotos. Todo antiguo, pobre, pero casi todo en pie. Después, solo cabe preguntarse a dónde fue la Isabela, ¿al mar?, ¿más allá?…

Isabela tiene los ojos de Maikelis, una niña de cinco años y cabellos rubios, descubierta entre los destrozos, descalza y despeinada. Para ella, inocente, todo está bien, pese a no tener ahora televisor para ver sus muñequitos, ni cama ni ventilador para dormir el mediodía, y el cielo estrellado le sorprenda en las noches como techo. Sí, para ella todo está bien, pero, cuando te mira, Maikelis se viene abajo como Isabela y uno continúa preguntándose a dónde fue, ¿al mar?, ¿más allá?…

Para la pequeña Maikelis, todo está bien, aunque ella misma se halle en medio de los destrozos. /Foto: Juan Carlos Dorado
Para la pequeña Maikelis, todo está bien, aunque ella misma se halle en medio de los destrozos. /Foto: Juan Carlos Dorado

A 17 kilómetros del municipio Sagua La Grande, en Villa Clara, se halla Isabela de Sagua, un pedazo de tierra extendido por capricho hacia el mar, su vida y desgracia. Antes del huracán Irma era hermoso ir al maleconcito o al muelle y extasiarse con la vista del pueblo, cual obra plástica, de perspectivas diversas, colores y formas. Después, ante el desastre, los escombros dispersos, los árboles y cocoteros desaparecidos, se va al maleconcito o al muelle para llorar a escondidas e intentar responder a dónde fue la Isabela, ¿al mar?, ¿más allá?…

Isabela no quiere saber nada de Irma y le grita: ¡acabaste! Pero esta Irma es buena, no trae vientos tempestuosos ni salitre enfurecido sobre el pueblo. Ella sufre, como todos, su tragedia, ocupa las horas entre las pertenencias rotas e implora a los vecinos que olviden su nombre o la llamen por otro. Atardece e Irma va hacia los restos, los toma de asiento y suspira por el televisor que el ciclón le quitó, con los ojos tendidos en el horizonte sin conocer del paradero de la Isabela, a dónde fue, ¿al mar?, ¿más allá?…

Irma confiesa sentirse mal cada vez que la llaman por su nombre. En la foto limpia el polvo de su televisor, ahora roto y sin posibilidad de arreglo. /Foto: Juan Carlos Dorado
Irma confiesa sentirse mal cada vez que la llaman por su nombre. En la foto limpia el polvo de su televisor, ahora roto y sin posibilidad de arreglo. /Foto: Juan Carlos Dorado

El azul aún deslumbra y se impone, acompañando ahora el insomnio de sus fieles, castigados. Antes del huracán Irma era costumbre que las olas trajeran los bostezos y conquistaran el sueño de los pescadores, sereno e inamovible hasta el amanecer. Después, en la desolación, con la miseria bajo los pies y sobre la cabeza, y decenas de colchones todavía secándose al sol, muy pocos duermen y la pregunta suscita el desvelo: a dónde fue, ¿al mar?, ¿más allá?…

Julián es músico por afición y asegura que pronto retomará un proyecto de conga, después que el huracán Irma “arrolló” con la suya en Isabela de Sagua. /Foto: Juan Carlos Dorado
Julián es músico por afición y asegura que pronto retomará un proyecto de conga, después que el huracán Irma “arrolló” con la suya en Isabela de Sagua. /Foto: Juan Carlos Dorado

Isabela de Sagua tiene el rostro de sus pobladores: abatidos, con la barbilla acomodada en la mano, hallados en el limbo de las viviendas derrumbadas, disminuidos en trozos de madera y residuos de mampostería. Isabela es a veces Maikelis e Irma, y otras Julián, el músico aficionado que, desde el portal de una casa, toca en la trompeta la melodía de ese bolero llamado “Cenizas”, como su Isabela, suplicándole que de dónde esté, regrese…del mar o del más allá.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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