Iraola se ha ido, qué viva el pintor

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Escrito por Jorge Luis Urra Maqueira.

En sus pupilas escondía los rubores del universo, como si el mundo todo fuese un trazo incontrolable de cromas vibrantes…, pleno con el amor confeso hacia el espacio marino y esa ciudad de estilos promiscuos que ennobleciera en sus paisajes urbanos.

Acaso Francisco Tomás (Cienfuegos, 22 de septiembre de 1952), graduado de la Escuela Nacional de Arte, entre los primeros, pertenecía a la estirpe de aquellos pintores que fundieron la experiencia de la vida con los procesos del arte, como si una y otros fuesen el mismo Grial.

A través de los años en que fungiera como instructor de la Casa de la Cultura Benjamín Duarte y presidente de la Sección de Artes Plásticas de la Brigada Hermanos Saíz, se le vio bregar, humano al fin, errando, construyéndose, asegurando a todo el que le interrogaba por sus temas predilectos que “era partidario de hacer lo que se le ocurría”, libre de las hormas, impasible ante los muchos premios que le signaron durante las décadas de 1980 y 1990, exigiendo el regreso de la escuela vocacional nocturna, apoyando a los urgidos y nuestra libertad amatoria, como si la existencia no tuviera más futuro que el ahora. Pocos, como él, defendieron el aforismo de Joseph Beuys de que el arte es la acción, la existencia.

Iraola Montaña se fue sin culpas, muy quedo, confiado en que dejó la simiente para las generaciones inquietas, en los muros de múltiples recintos, linderos, escuelas, hogares de amigos y seguidores… inobjetablemente, ya tiene un sitio en la memoria colectiva; no solo por su atinado registro cromático, actitud para el dibujo, pasión por la cultura local y los espacios descentralizados o marginales, el aroma de las olas y los peces, los desempeños pedagógicos y capitales restauraciones, la melancolía y la música, que dejó por heredad a su hijo, el cronista de la ciudad ha legado algo más que sus cientos de óleos, una forma de pensar, valuar el entorno natural y humano, una filosofía de la creación, esa que deviene el pan del espíritu y a veces otorga la dona de la felicidad económica.

Durante las dos muestras personales que hube de curarle en la salita Mateo Torriente de la Uneac pude constatar que Iraola era un artista dominado por la timidez, que se mostraba a los públicos como si  lo hiciese por vez primera; todo lo cual expresa su humildad y el respeto que sentía por los auditorios. Justo, esos admiradores y amigos le devuelven sus afectos en la partida (Cienfuegos, 9 de junio de 2018) y claman a los ponientes: Iraola se ha ido, qué viva el pintor.

El autor es crítico de arte.

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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