Infelices

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 12 segundos

Que cada pueblo de Cuba tiene su bobo es una regla tan invariable como que en noviembre vengan del norte los zorzalgatos a posarse en las cercas de sus patios.

El bobo del pueblo forma parte del color y el calor local. La leyenda general del sitio suele incorporarlo en las distintas historias que recogen fabulaciones populares trasladadas por la oralidad, de generación en generación.

Del bobo de ayer se habla hoy; y del de hoy se hablará mañana, pues siempre habrá uno de reemplazo (aunque cada vez menos por la agudeza progresiva de las pruebas de genética a las embarazadas).

Muchos moradores, poseedores aun de esas tres virtudes que a veces parecieran exportadas de siglos anteriores —civilidad, urbanidad, cordura—, lo respetan, como uno más de ese prójimo que debemos si no amar, cuando menos no atacar.

Hay algunos de estos seres que se convierten en entrañables para la comunidad, al punto de que no solo la población los extraña o mima, sino hasta las propias autoridades del lugar.

Hace cerca de quince años, en calidad de corresponsal del diario Juventud Rebelde, visité la provincia de Granma, lugar en el cual uno de ellos (entonces, no sé si continúe el espacio o incluso si la persona siga viva) contaba con el respaldo institucional para realizar una peña mensual.

No solo se le ayudaba materialmente; en ese territorio apoyaban del tan o más importante modo moral el buen empeño del buen hombre quien, pese a su discapacidad intelectual, poseía más entusiasmo, voluntad y deseos de alegrar a sus congéneres que centenares de personas “normales”.

Otros de su tipo acaso un poco menos vivos o “fuera de serie” que el mencionado no corren semejante suerte en determinados sitios del país.

En ciertos lugares —emplazamientos rurales o semirrurales básicamente puesto que en las grandes ciudades se “pierden” mejor estos personajes—, con el personaje de marras hacen el día no solo ya el niño que se mete con él (aunque desde pequeño sus padres debieran enseñarle lo contrario) sin mucha maldad y por repetición instintiva; sino además cuanto desvinculado laboral eterno, borrachín esquinero o mala cabeza pasa su jornada entera sobre el asfalto de sus calles. O sobre el polvo de sus terraplenes.

Ellos, los verdaderos idiotas del pueblo, los auténticos infelices y no el que llegó a serlo no por propia voluntad, protagonizan esas escenas —las cuales de costumbristas nada tienen y sí mucho de crueldad—, de molestar y hasta insultar a quienes los antiguos creían descendientes de los dioses.

La ignorancia extravasa a veces todo límite, cuando al calor de unos tragos o el intento de conseguir que otros se rían con su gracia (triste e irrenunciable destino del imbécil), llega a estimularse incluso la agresión física.

Otros, la mayoría, no descienden a tanto, pero rayan igualmente lo agresivo las palabras que suelen proferirle a las pobres criaturas de barrio.

El punto es hacerse notar tomando como chivo expiatorio de su invisibilidad al bobo.

De modo que un presunto infeliz —no lo son, a la larga son más felices que todos nosotros— le sirve a otro, el real, para que de alguna forma en derredor suyo se advierta su hueca existencia. Como la vida ha marcado a los verdaderos mongólicos del pueblo con el estigma de la nulidad, apelan a todo para sobresalir. La masa gris que puebla su testa no le dará jamás para comprender que cuando ya el bobo se haya ido de junto a nosotros, pervivirá en la memoria de la gente, a diferencia suya.

Siempre habrá una anécdota, una frase, un recuerdo que lo sacará del olvido. Cuando ya no exista, las personas cruzarán las calles y seguirán creyendo verlo bajo un portal, junto a una columna, con su ropa raída, su boca salivosa y sus torpes ademanes.

A esta altura, ya del abusador o de quien de sí se burlaba, en cambio, no quedará ni la más mínima evocación por parte de nadie.

Acaso podrá ser la mejor venganza del bobo.

Visitas: 51

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Infelices

  • el 5 junio, 2017 a las 7:14 pm
    Permalink

    Bellísimo este trabajo, me emocionó mucho. Mientras más normal es -o dice ser- una persona, menos lo es en verdad… De hecho, como usted mismo dijo muchas veces esos “perfectos” utilizan el bulliying, la violencia psicológica e incluso a veces físicas para alimentar su ego, y disminuir sus muchas incapacidades y problemas de autoestima. Soy amigo de mucha gente pobre, y he encontrado seres humanos extraordinarios que para muchos, son el último peldaño de nuestra sociedad. Otros que por sufrir enfermedades psiquiátricas son señalados, y maltratados públicamente de palabra sin que nadie les llame la atención a los abusadores. También se ve mucho que por tener algún defecto físico, las personas asumen que eres inferior a ellos, tanto en temas románticos, intelectuales, laborales, etcétera, de eso sé pues he pasado por eso. Creo que de esto último hay una gran tendencia en la actualidad, en que nuestr sociedad está abocada en su gran mayoría hacia lo externo y lo superficial, hacia la cáscara y no la esencia de las cosas. Hemos desandado tantos caminos para venir a coger por el trillo de la bestialidad y la estulticia, así vamos los cubanos olvidando todo lo que un día fuimos.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *