Infantes digitales

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Tal vez a un niño de cinco o seis años no se le pueda hablar sobre algunos temas. A lo mejor hay que decirle que papá le regaló una flor a mamá y entonces nació el bebé (aunque los más tradicionales sigan optando por el cuento de la cigüeña). Sin embargo, a un infante no se le puede aislar del mundo, por muy sobreprotectores que pretendamos ser. Encerrado dentro de cuatro paredes, el pequeñuelo corre, salta, recoge monedas de oro, compra ropa. En vano le regalamos un celular —o tablet, en el caso de las familias más pudientes— para que no moleste en la casa, para que no sea menos en la escuela, para que se le borren las huellas dactilares. Vaya usted a saber por dónde anda esa cabecita. A lo mejor recoge flores, a lo mejor mata terroristas.

Cualquier padre puede, ahora mismo, hacer el experimento. Solo necesita tomar prestado, pedirle al nene, de favor, ese dispositivo electrónico que tanto sudor nos costó, y revisar el contenido de los innumerables juegos de fácil descarga en Internet, con los que el muchacho se entretiene durante todo el día. Resulta difícil imaginar a nuestros hijos en el desierto, con una carabina M4 en las manitos, haciendo puntería contra los “malvados fundamentalistas” del Oriente Medio. Por supuesto, porque aunque algunos shooters por el estilo den la posibilidad a los jugadores de escoger el bando, como es el caso de Special Force Group, esas inocentes criaturitas siempre se decantarán por los buenos: los del ejército de las barras y las estrellas.

No estoy paranoico ni les estoy diciendo a las personas lo que deben hacer. Todavía no he tenido la dicha de ser padre. Motivo por el cual también sé, y mamá ha empeñado todas sus fuerzas en recordármelo, que solo cuando me llegue el día, podré hablar con fundamento sobre la paternidad. No obstante, me gustaría incentivar a quienes hoy desempeñan tan importante labor, a que busquen, descarguen de la red de redes, videojuegos mucho más instructivos para un niño.

Respecto al tema en cuestión, una revista mexicana de Pediatría expone: “Pareciera que lo que se necesita no es una rígida censura o la formulación de leyes en contra de los videojuegos, sino una verdadera necesidad de estimular el sentido común de las personas responsables del cuidado de los niños, principalmente los padres, así como también de los fabricantes de los videojuegos”.

Desde la época de la Teoría Hipodérmica, a principios del siglo XX, ya se reconocen los “efectos cognitivos o acumulativos” de los media que, a largo plazo, pueden sembrar cierta idea en el inconsciente de los receptores. Además, dado que las estructuras psicológicas de los infantes no están lo suficientemente desarrolladas, es más fácil inocular un mensaje que los incentive a pensar de la manera que mejor le convenga al emisor. En la ciudad X reinaba la paz. Hasta que un día, un general del Oriente Medio, con una imagen muy parecida a Saddam Hussein, decidió conquistar el mundo. Así, más o menos, inicia Alpha Guns.

No obstante esa explicación reduccionista de la Guerra del Golfo y de la archiconocida lucha contra el terrorismo, otro detalle llamó mi atención: civiles corren frente al protagonista, quien decide o no matarlos, en dependencia del nivel de odio hacia los musulmanes que el producto haya logrado incentivar en el consumidor. Y si, accidentalmente, se nos escapa un tirito, siempre podemos explicarle a nuestros chicos el significado del término “daños colaterales”.

*Estudiante de Periodismo de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.

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Miguel Ángel Castiñeira García

Estudiante de Periodismo de la UCLV

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