Infancia: clamor de idilio con la vida

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Quien mejor me ha descrito la niñez fue Nikolai Nósov, a través de su historia Nadasabe y sus amigos. La ignorancia a la que el protagonista debía tal nombre, no era incultura, sino la inconciencia de la infancia, ese “saber que no se sabe” en el que se funda la inteligencia.

De las preguntas puede esperarse erudición, por eso era el pequeñito Nadasabe, habitante de la Ciudad de las flores, un aprendiz de filósofo como solo los niños pueden serlo, pues junto a la tenacidad y la falta de temor a equivocarse, desbrozan su camino al conocimiento.

Y es que una criatura es el mundo entero, pues el universo son sus dibujos sobre sueños del mañana, o la persecución de ilusiones a través de juguetes.

Bendecidos los de entornos agradables, donde hadas hermosas sonríen, pues hilan en sus husos los espejismos más afables.

En otros lares, muchos son hoy solo el fugaz paso descalzo por un mundo que no sabe darle refugio ni salvarlos en su camino buscando abrigo, huyendo de la guerra o del hambre.

Son ángeles sin cielo, y su horizonte no es ni siquiera vivir, tener oficio, amores y despedidas, el límite es sobrevivir sin disfrutar la inocencia, esa edad del idilio con la vida.

Por suerte, en esta Isla visten hoy de besos, suspiros y caricias, vuelan hasta fusionarse a las esporas del viento, y sin desventuras refulgen como flores (cual la ciudad de Nadasabe) sin hojas, ni tallos, ni ataduras, con puro candor, sin desconfianzas que rompan el encanto.

Todos son días de niños por acá, los benjamines reciben, aún sin conciencia, cuidados que con amor prodigan depositarios del bien, pues cada amanecer en una guardería, les abriga el afecto de quienes los acogen en una fiesta de alegría y saber.

Otros, ya sea en la montaña o citadinos lares, van a similares sitios al despertar, para también avivar la instrucción.

Este 1ro. de junio invocan un jolgorio mayúsculo, donde participan con trajes de gala, cantan al sol y la algazara inunda travesías. Concurren todos a plazas radiantes donde el amor entrelaza madejas de danzas, cantares, mientras juegos y payasos devienen duendes de la fantasía.

Urge la igualdad en este mundo donde a muchos ángeles apremia un cielo de bonanzas, porque ellos necesitan un orbe que los salve, o este no podrá salvarse a sí mismo.

Los indefensos acucian hadas del bien que entretejan en sus ruecas ensueños deslumbrantes y alejen tristezas cual viejas leyendas, para exhalar por siempre bellas sonrisas.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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