Inés e Isabel Allende: contra viento y marea

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El éxito, para muchos escritores, se valora en llevar su obra al mayor número de lectores posible, y que sea acogida —en mayor o menor medida— con fervor entre ellos. Para otros, basta con hacer buena literatura, sin caer en lo vacuo o seguir tendencias pintorescas en boga. En este sentido, no son pocos los que ubican a la multipremiada Isabel Allende Llona (Lima, 1942) en el morral de los primeros. No obstante —vale aclarar—, que el éxito jamás ha sido un camino color de rosa para ningún letrado. 

La chilena — considerada la escritora viva de la lengua española más leída del orbe— ha debido enfrentar duros calificativos por parte de la crítica literaria y también de muchos de sus colegas.

Fuera del plano literario, pudiera parecer inerme un adjetivo como “escribidora”, pero en el mundillo intelectual es un verdadero mandarriazo en plena testa.

Así la llamó precisamente su compatriota, el ya fallecido Roberto Bolaño, o también la mexicana Elena Poniatowska y la argentina Angélica Gorodischer, quienes no dudan en catalogarla como surtidora de estereotipos femeninos obsoletos.

Así, por un lado, se ha visto envuelta siempre en la polémica de los agasajos, mucho más luego de que le otorgaran el Premio Nacional de Literatura de Chile en 2010. Pero por el otro, goza del favor de múltiples editoriales y de millones de lectores en el planeta.

La obra de la Allende, en términos generales, podemos describirla como un intenso catálogo de memorias personales, en el que largos viajes —interiores o físicos— van conduciendo la mayoría de los relatos. Modelos de ello son, en primer lugar, La casa de los espíritus (1982), Eva Luna (1987), Paula (1994) o Hija de la fortuna (1998), por solo mencionar algunos de sus volúmenes más cotizados. En varios de ellos, apreciamos éxodos continentales donde la autora, por fuerza, va colocando personajes históricos o fabulados, marcados por las diferencias culturales, acuñando cierto realismo mágico en dichas experiencias.

Con el apogeo de la nueva novela histórica en Latinoamérica, Isabel Allende se lanzó en un nuevo viaje con Inés del alma mía (2006), libro que intenta poner lupas sobre la vida de una prócer relegada por el patriarcado historiográfico.

“Si viviera hoy en día sería una retrógrada, la pobrecita”, alegó la literata en una entrevista reciente hecha por la televisión española, al pensar en aquella Inés de Juárez (1507-1580), pionera en llegar de la península ibérica y plantar bandera para la fundación en germen de la nación chilena.

Justamente por esos lindes anda la nueva novela histórica latinoamericana, surgida —entre otras— como variante de aquella narrativa célebre del Post boom, enfocando su crítica a la marginalidad étnica o de género.

“No encuentro falta en mí, salvo ser mujer, pero eso parece ser crimen suficiente. Nos culpan de la lujuria de los hombres, pero ¿no es el pecado de quien lo comete?”, expresa en el texto Inés de Suárez, que, bajo el tono de una dilatada epístola que elabora para su hija, le va narrando los sucesos desde su partida de Plasencia, hasta el atribulado arribo al cono sur de América.

“Hay muy poco escrito sobre ella. Los historiadores chilenos y españoles la han prácticamente ignorado. Lo que se sabe (…) lo conocemos porque hubo un juicio de la Inquisición contra Pedro Valdivia [su segundo esposo] y nueve de los cargos eran por Inés (…)”, asevera la escritora durante la mencionada audiencia.

A pesar de la tan criticada deformación y personalización en este subgénero novelesco, la autora coloca al final un enjundioso compendio de textos investigativos que, según ella, le ayudaron a dar “base sólida” a su ficción.

Más allá del asunto enmarañado entre lo que es factual y ficción, el achaque principal del que peca la obra —y otras tantas del género— es, justamente, la “advertencia necesaria” realizada por la prosista en cuanto a su “libertad de modernizar el castellano del siglo XVI para evitar el pánico entre mis lectores”, expresa.

Por eso extrañamos en Inés… una indagación lingüística mayor; un choque poderoso entre la lengua castiza y aquellos términos vernáculos de Los Andes. En rigor, aquí hace falta el gaudeamus lingüístico que nos mostró, por ejemplo, el escritor cubano Reynaldo González en Al cielo sometidos.

Sin embargo, Allende se decantó por este, llamémosle “facilismo creativo” en pro de sus fanáticos leyentes, y en consecuencia, de las ventas del volumen.

Puede entonces que la prosista sea hoy una “escribidora”, como afirmó Bolaño, pero lo que no podría negar el autor de Los detectives salvajes es el enorme saldo positivo que ha dejado, sumando adeptos a la lectura —cosa harto difícil hoy día—, desde cada rincón del planeta.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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