In the mood for love, la magia de Wong Kar-wai

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En la era fílmica en curso, dominada por el parloteo, la explicitez de todo tipo, la demostración de lo evidente y la sujeción de los realizadores a normas expresivas del lenguaje cinematográfico precocinadas en laboratorio, la aparición de un evangelista del séptimo arte, portador de las buenas nuevas del mañana, como Wong Kar-wai -hacedor de un cine nuevo, limpio, detallista al extremo, pletórico de sugerencias y un toque místico en su aura enigmática y su preciosista escritura vulnerante de los mandamientos caligráficos al uso-, devino razón de optimista jolgorio intelectivo, de devolución de fortísima cuota de esperanza en el futuro de la pantalla. El cual, como dijera David Bordwell alguna vez sin que el tiempo lo esté desmintiendo, parece estar en Asia.

In the mood for love (2000) es una “delicatessen”, de esas historias románticas de amores contrahechos en su tiempo y espacio (a lo Vértigo, a lo Casablanca), cuyo halo de misterio, magnetismo y sintonía emocional con los espectadores las hace elegibles por la inmortalidad de una manera que casi supera el entendimiento racional. De esos enigmas del cine, frutos de cierta alquimia reacia a descubrirse a la exégesis verbal. De una hermeneútica propia nacida del momento en que el genio toca la pantalla, desgrana su luz y brota la imagen de cualidad inmarcesible.

A la manera de prácticamente toda la obra del autor, los dueños del relato aquí son personajes solitarios, en búsqueda de algo que los supera. Él, un editor de periódico en el para Kar-wai subyugante Hong Kong sesentero de sus recuerdos infantiles. Ella, la secretaria de un hombre de negocios. Ambos, el señor Chow y la señora Chan, así se llaman, se mudan muy cercanos el uno del otro, para enterarse luego que el esposo de Chan la engaña con la mujer de Chow. Aunque lo que menos le interesa al creador de este aparente trabalenguas es el destino de los adúlteros, elididos en la narración.

Wong ubica su foco dramático en la pareja de traicionados, y todo el vendaval de sentimientos que el roce y los días van a germinar entre los dos. Pero ninguno sucumbirá a la pasión física, porque entonces ellos serían -piensan- semejante a los adúlteros con quienes compartieron existencia y cama. Y lo que están componiendo, segundo a segundo, es tan luminoso y límpido que no puede soportar la sordidez de las comparaciones.

Kar-wai trabajará entonces ese amor imposible desde una construcción dramática que se afinca en las gradalidades de la insinuación, la sugerencia, el comedimiento, el susurro, la evocación, donde la cámara de Christopher Doyle y Mark Li Ping-Bing entrará en inefable juego de observación de cada gesto, musitar o aproximación de los protagonistas, en finísima urdimbre compositiva de planos-detalle, ralentis y fuera de campo decididos bajo un criterio de elevada sensibilidad poética.

Indelebles las miradas de la lente -ubicua al localizar cualquier ángulo posible- a Maggie Cheung (la señora Chan) envuelta en sus vaporosos vestidos “cheougsam”, subiendo o descendiendo la escalerilla en busca de tallarines; o a las volutas de humo del señor Chow (Tony Leung). Instantes de rara majestuosidad cinemática realzados por la banda sonora de aires latinos con que Kar-wai complemente las delicadas atmósferas visuales conseguidas no solo por la labor fotográfica, sino además en virtud de la maestría artística en el diseño del habitual suyo William Chang (tanto como Doyle en la cámara), también editor del filme.

El director de Chungking Express, Ashes of time o Fallen Angels baña muchos fotogramas de”In the mood for love”, su séptima y premiadísima película, del extraño color de la nostalgia, de la extraña majestad de la desolación de dos personajes cuyo peregrinar tras la felicidad será invariablemente infructuoso.

Su plátónica relación no consumada, su pasión intuida, su deseo barruntable son seguidos, paso a paso, con suma cadencia y sensualidad, desde un prisma expresivo de alta estilización que le confiere al relato casi una dimensión sobrenatural, lo mismo aquí cual Vértigo, o Casablanca. Ya desde ver el filme para mí fue tan recordable el “No quiero volver a casa esta noche” que le dice con todo el ángel del mundo Maggie Cheung a Tony Leung, como el “Tócala de nuevo, Sam” de la inmortal película de Michael Curtiz.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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