Ichi the Killer, otro desmadre de Takashi Miike

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En 1989 Hideki Takayama estrenó un manga clásico dentro de la parcela más violenta del género en Japón. Aquel filme, denominado El joven errante, mezclaba sexo, violencia y ciencia-ficción en una historia habitada por demonios provenientes del futuro repletos de lenguas y falos alrededor de su cuerpo, que violaban de forma brutal, anal y vaginalmente, a cuanta mujer se encontraban, antes de llenarle todas sus cavidades sexuales de un explosivo semen fosforescente.

El ero-manga, de especial predilección allí, tiene en el sadomasoquismo a una de sus herramientas predilectas, como lo cuenta también entre sus preferencias el pink-eiga e incluso el roman-porno, o variante suave de la pantalla pornográfica local. Pero el sadomasoquismo, a diferencia de lo sucedido en el  mainstream occidental, también ha encontrado campo abierto en el cine comercial nipón.

Se ha dicho que tal aceptación podría derivarse o ser consecuencia de las prohibiciones del Comité de Ética Cinematográfica Japonés en cuanto a limitar la exhibición fílmica de genitales, vello púbico y distintas formas de penetraciones. O sea, una variante erótica a la que se acude casi como alternativa. Sea cual fuere la explicación, lo cierto es que distintos directores de la pantalla mainstream asiática trabajan el tema, con peor o mejor suerte. Uno de los creadores de algún modo interesados en el asunto es el inefablemente perturbador Takashi Miike: un bicho casi tan raro como sus películas, quien hace cine como si fuera abdominales, y de 1991 hasta hoy rodara nada menos que 64 películas -varias de ellas entre las menos ortodoxas de la cinematografía japonesa de los últimos años.

Un caso lo representa Ichi the killer, el cual de veras recomiendo a todo aquel hastiado de cine americano y proclive a otras influencias.

Kakihara es un sadomasoquista de antología, quien busca desesperadamente a su desaparecido jefe de la yakuza, menos porque se pierda la cabeza del clan mafioso que por retomar las golpizas que éste le daba hasta llevarlo a los más remotos confines del placer personal. Su pesquisa lo conducirá al camino de Ichi, otro loco de exhibición a quien la supuesta violación infantil a una colegiala amiga lo incita a descuartizar a cuanto criminal halle. Despelleje acometido en perenne estado de erección y sin poder eyacular. El encontronazo entre estos dos sabrosos personajes fecundará un cierre deudor absoluto del estilo del cómic; no en balde la obra está basada en uno y Miike explota los rasgos sobredimensionados de tal patrón en personajes que están al borde de la caricatura o la sobrepasan. El realizador se vale de ésta y de la sátira para en cierto modo parodiar aquí al cine de mafia y hasta el gore. También lo ha hecho con otros géneros como el terror, la acción y la comedia.

Las películas de Takashi Miike (Muerto o vivo, Audición, Visitor Q, La felicidad de los Katakuris, Una llamada perdida) son provocativas, ambiguas, hiperbólicas, demenciales, subversivas, elaboradas exquisitamente a nivel visual y en el manejo del tiempo cinematográfico. Maestro en el tensar hasta grado extremo una situación de angustia, su narrativa logra exasperar a espíritus conservadores, pues un golpe de timón en el relato conduce la historia hasta abismos no fáciles de tolerar por todo tipo de espectador. En Ichi the killer hay escenas brutales de tortura y flagelación, carne para el debate de determinados anclajes teorizantes sobre el uso de la violencia en la imagen fílmica: Piedra de escándalo de cuanto es válido o no aceptar dentro de la pantalla comercial. Con Takashi Miike se vale todo, menos la pasividad.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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