Hombres de la montaña: Desmochador de sueños

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La vida dicta a los hombres sus leyes,

que no están escritas en parte alguna.

Mijaíl Shólojov

Encaramado a una palma real, desafiando el peligro, la altura, el frío de la mañana, anda Mijail Machado Olivera, desmochador, de esa generación de nombres rusos, como el autor de El Don apacible, nacidos por los años 60 del pasado siglo y que ahora rondan los 50 años y un poquito más. Mientras espero a que baje y viendo cómo lo hace, los racimos de palmiche, el fruto de la planta, caen a mi lado; no miro hacia arriba, porque en verdad está bien alto el hombre, al punto que hasta asusta calcular, unos diez metros, aproximadamente.

Foto: Magalys Chaviano Álvarez
Foto: Magalys Chaviano Álvarez

Ya en tierra, establecemos una conversación: “Soy desmochador desde los 16 años, nadie en la familia tiene este oficio, no se aprende en ninguna escuela, qué va, cómo hacerlo no está escrito, a mí me lo enseñó un vecino, y desde entonces me dedico a esto”, dice mientras recoge las sogas, su única protección en las alturas.

“Hay palmas más bajitas y otras más altas, pero la altura está entre los 10 y los 12 metros, más o menos. Después de marzo es cuando el palmiche está bueno, lo corto con cuchillo, y pasados siete u ocho meses ya está lista nuevamente para ser desmochada. Porque eso sí, el trabajo hay que hacerlo con mucho cuidado para no dañarla y que tenga buena parición”.

Estamos en una finca del Ejército Juvenil del Trabajo ubicada en Cafetales, en las estribaciones del macizo de Guamuhaya, donde trabaja Mijail. Allí fomentan la cría de cerdo de capa oscura, resistente, que no necesita del pienso industrial para reproducirse, por eso la importancia de proveerse de palmiche, el cual después mezclan con viandas y hierbas proteicas producidas allí mismo.

Me cuenta que tiene una hija, por lo que no ha podido enseñar a su prole el oficio de subir palmas, y vive en Hoyo de Padilla: “vengo todos los días a caballo, bajando la loma; no siempre desmocho por esta zona, qué va, todo ese lomerío es mi terreno”, me dice apuntando a las montañas y como si tuviera un inventario de las palmas que están listas para ser trepadas.

¿Y qué proceso le aplican al palmiche para convertirlo en pienso animal?

“Cuando lo cortamos está listo para darlo a los animales, no necesita ningún proceso adicional, se mezcla y se le da al natural a los cerdos. Con esa comida dan una manteca especial y la carne tiene un buen sabor, dice, y logra que a esa hora de la mañana, tempranito, aún sin desayunar, la boca se nos “haga agua” al imaginar una masa frita, en particular Oscar, el joven camarógrafo del equipo de prensa que nos acompaña, quien tiene fama comprobada de un apetito voraz.

¿Cuántas veces al día puedes hacer una escalada a las palmas? ¿Has sentido miedo alguna vez?

“Puedo hacerlo hasta 25 veces en un día. ¿Miedo, dices? Qué va, subir esas palmas es para mi un oficio y estaré haciéndolo hasta que las fuerzas me acompañen. Espero que sea por bastante tiempo todavía; el día que las piernas me fallen entonces lo sabré, pero aquí hay Mijail para rato”. Ríe, nos da la mano, y se monta a su caballo, porque el trabajo lo llama, y no puede estar en la “habladera” toda la mañana o los cerdos no comerán, pues ya casi estamos a fin de año donde en cada hogar cubano este es el plato principal de la mesa, y si es criado con palmiche, mejor quedará la cena.

Foto: Magalys Chaviano Álvarez
Foto: Magalys Chaviano Álvarez

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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