Historias extraordinarias: La condesa sangrienta

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Nada más conoció los 54 años corridos entre 1560 y 1614, pero se dice y escribe que en solo una parte de ese tiempo de vida ordenó asesinar a cerca de 650 vírgenes, en cuya sangre se bañaba y además tomaba en copas de oro. Por tales costumbres, la noble húngara Erzsébet Bathóry pasaría a la historia como “la condesa sangrienta”.

Dicha exterminadora europea inspiraría a Sheridan Le Fanu para su célebre novela corta Carmilla (1872), exponente ineludible de la literatura gótica y primer material libresco en torno a su figura. Alrededor de su existencia también se han filmado películas, entre las cuales valdría la pena mencionar la versión dirigida por Julie Delpy en 2009: The Countess.

Émula femenil de Vlad el Empalador, no solo era afecta incondicional a la sangre; sino además vivía como el rumano en aislado castillo: a dos mundos entre el páramo y las colinas, en un condado de la Transilvania magyar.

El castillo de Csejte, propiedad de la mujer que conoció el poder desde muy niña, ostentaba este elocuente blasón: dos colmillos, un dragón y las garras de águila. De todo había en las acciones de su dueña, de las más opulentas hijas del Reino de Hungría, sobrina del rey de Polonia y del príncipe de Transilvania y hermana o prima de varios nobles insanos, famosos por sus locuras y delirantes tropelías.

Esta suerte de vampiresa y mujer lobo no solo eliminó a sucesivas e ininterrumpidas hornadas de jóvenes sirvientas; sino además a centenares de adolescentes de su zona, aferrada a la convicción de que meterse en una tina con su sangre juvenil la mantendría eternamente lozana.

De creerse a los relatos escritos en torno a la figura, sus criados tenían un repositorio de muchachas en las catacumbas del castillo, sitio que —de atenernos a tales lecturas—, parecía una sala de los horrores repleta de artefactos de tortura empleados tanto para la extracción de sangre a conveniencia o discreción como para el goce sádico de la perversa mujer.

Se casó a los quince años con un aristócrata devoto de las contiendas bélicas quien, pese a su mucho tiempo invertido en guerras, dispuso del necesario para dejarle cuatro hijos a la condesa Bathory. A la madre del cónyuge la húngara debió agradecerle parte de su notable cultura, pues le enseñó varios idiomas, danza, lectura y arte en el lapso mediado entre el anuncio del compromiso (a los once años de la niña) y del desposorio.

Su suegra fallece justo un mes después de la boda. El esposo, casi siempre ausente, perece de forma temprana, cuando ella tenía 40 años; de manera que quedó sola, sin otros adultos en posición de poder, en aquel inmenso castillo a su nombre: uno de los dieciséis que poseía en Hungría junto a un palacio en Austria.

Pero su historia de narcisismo exacerbado, bisexualidad y adicción a las más oscuras perversiones se inició en vida del hombre, aunque sin conocimiento por parte de este. Claro es, ya sin la presencia suya Erzsébet se desencadenó.

En los últimos diez años de vida de la condesa es cuando se produce el grueso de los asesinatos a vírgenes. Llegan a resonar tanto sus crímenes en las comarcas europeas que le envían una comisión investigadora.

Aunque de inicio dicha comisión no cumple su cometido, a la larga la condesa es cogida en falta en su propia cámara de los horrores y, pese a su linaje, la condenan a morir tapiada en una habitación, donde fallece el 21 de agosto de 1614, tras más de tres años en cautiverio.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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