Habana Blues

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Habana Blues no sale muy mal al valorar la media del grupo de películas sobre tema cubano hechas por directores que no lo son, en un apartado donde están incluidas propuestas tan desesperantemente infames como Noventa millas (Francisco Rodríguez); Malabana (Guido Giandolsolti); El sexo lo cambia todo (Luis Carlos Lacerda); Rosa la China (Valeria Sarmiento) o El loco soñador (Ángelo Rizzo), entre otras que ni vale la pena recordar. Comoquiera que los términos de comparación le confieren cierta ventaja previa al filme del español Benito Zambrano, en tanto sus homólogas son bodrios de antología, no albergue tampoco mucha esperanza el espectador de que Habana Blues sea una gran película. El hecho de que sobresalga en tan pedestre selección no entraña tal cosa, solo que se trata de algo mejor y punto.

Lo es porque detrás tiene a un buen director como Zambrano -quien con su película Solas demostró que conoce bien al cine y los hombres-, un realizador que estudió Dirección en nuestra Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, y para quien Cuba es una suerte de segunda patria. Zambrano siempre dijo que le debía esta película a la tierra donde aprendió cine, a su gente, a su música. Y por eso Habana Blues es una película de gente y de música. Pero, de priorizar, más de lo primero. De la gente y de sus conflictos; de dilemas éticos, existenciales, morales; de circunstancias traumáticas; de cuitas y sueños: algunos cumplidos, a costo del alma; y otros no, a bien de la dignidad. Paradoja que no lo es al visionarse el desenlace del relato. Si bien al planteamiento de la realidad cubana, en una variante ligera del realismo sucio americano tropicalizado a lo Pedro Juan Gutiérrez et al, lo lastima una asunción en cierto modo simplista donde no existen concatenaciones ni una visión multiangular de las fenomémicas puestas sobre la escena, sí hay bastante aquí del día a día cubano, del modo de pensar y obrar de algunos de los tipos de personas que conforman nuestro mosaico social.

Zambrano opinó antes de estrenar el filme en España, donde fue de los grandes sucesos del año 2005, que “esta isla tiene una juventud vital, colorista, gente muy guapa, elegante y limpia. Así que nos propusimos retratar a una ciudad (La Habana) que en ocasiones puede ser gris, pero que está llena de color y repleta de melodías”. Si bien a Zambrano puede que se le vaya la mano en el gris, es consecuente con lo que expresa, pues a la nervadura de su filme la electriza un ritmo, una policromía y una vitalidad extraordinarias. Solo por eso y por las magníficas actuaciones de los dos protagonistas, Alberto Yoel y Roberto Álvarez, y la novel Yailenis Sierra -sin descartar a actores de la vieja guardia cubana que dan lo suyo y entre los que descuella Zenia Marabal en un rol lleno de fuerza-, merece ser visto este largometraje, algunas de cuyas escenas por cierto fueron filmadas en Cienfuegos. Por eso y por una gratificante banda sonora de sonoridades duras donde ponen voz e instrumentos Tribal, Telmary, Cuba Libre, Escape, Free Hole Negro, Tierra Verde, William Vivanco, Kelvis Ochoa o X Alfonso, quien compuso parte de la música y pone la voz de Ruy (Alberto Yoel), uno de los dos jóvenes músicos amigos que son las columna de esta historia donde se agolpan muchos temas e intenciones, mas en la cual si a algo se le concede especial atención es al valor de la amistad.

Habana Blues, empero, no llega a ser grande porque Zambrano y el coguionista Ernesto Chao no limpian de ruido un discurso tendente a una recurrente aspersión/dispersión; porque pretenden naturalizar tanto “lo auténtico cubano” que llegan a la afectación -baste ver la fogosidad verbal del personaje de Tito, defendido por Roberto Álvarez-; porque sostienen troncos de la concepción narrativa sobre pilares anclados en miradas cuando menos tópicas de coyunturas sociales; porque le falta la calidad prima de la matización a las salidas dramáticas propuestas: son demasiado radicales, nadie adopta términos medios, nadie hace nada por solucionar entuertos que el relato te demuestra pueden ser arreglados; porque a la vocación de documento la lastra el exceso de sentimiento (algo más o menos parecido le pasaba a Fernando Pérez en su Suite Habana); porque la sombra gigante del Buena Vista Social Club, de Wenders, no deja de proyectarse a su espalda.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Habana Blues

  • el 1 octubre, 2017 a las 4:55 pm
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    Delvis, gracias por tu comentario. Saludos dominicales.

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  • el 29 septiembre, 2017 a las 2:18 pm
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    No había visto Habana Blues hasta el otro día; día que leí este artículo y me dio mucha curiosidad.
    La película me gustó bastante; digamos que tiene los ingredientes necesarios para atraer al público joven: musica fusión, actores y actrices atractivas, frescura y un guion que despliega una gama de contradicciones que los cubanos conocemos (más aun hoy día, doce años después de producido el filme).
    El cine cubano siempre podrá ofrecer buenas propuestas; tenemos tantas complejidades en la sociedad y que evolucionan tanto al pasar de los años, que los directores tanto del patio como foráneos van a encontrar aquí leña de la buena para hacer su fuego: lo nacional frente a lo global, el artista frente a lo comercial, etc. vislumbran por donde va esta película.
    La cojera principal del filme estuvo en el cierre: el final debió quedarse solamente en la escena del concierto (dicho sea de paso, en el Teatro Terry) y no haber empujado a los personajes hacia lo que ya se sabía que podía ocurrir o no.
    No puedo dejar de mencionar aquí, porque me choca muy de cerca, el parlamento de la Basnuevo refiriéndose a la reparación del teatro: “El compañero director se ha tenido que fajar con todos los funcionarios inútiles de Cultura (…) las cosas se hacen bien o no se hacen”.

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