Guillermo Carr: un grabador devenido en colono

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El interés que reclama el patrimonio agrícola en Fernandina de Jagua a pocos años de la fundación, ofrece escasas posibilidades para el desarrollo de las manifestaciones artísticas in situ; por lo que es costumbre importar aquellas piezas que formarán parte del ritual decorativo. Apenas se conoce el nombre del grabador inglés Guillermo Carr, quien radica en Philadelphia hasta que viaja a la isla cubana en calidad de colono (1824), escoltado por su esposa, Isabel Marinot, e hijo, José Carr. ¿Quién es este artista y qué caracteriza a su producción? Una sordina. ¿Qué le inspira viajar a Cienfuegos? Para entonces la ciudad norteamericana tenía un importante crecimiento económico debido a sus riquezas mineras y agrícolas. Asimismo, la industria textil, la metalurgia, confección, fabricación de papel y de material ferroviario, la industria agroalimentaria, la construcción naval en los astilleros, entre otros ramos, alientan una Revolución Industrial. Quizá a su empresa personal no le fuese bien y, teniendo alguna experiencia en la mecanización de la agricultura, le entusiasmara hacerse de tierras para la labranza.

Según el padrón realizado por Félix Lemaur en 1824 el total de habitantes en la colonia es de mil 283 personas, aunque sospecha que se han retirado 140 “almas”. En el sitio ocupado por Carr, dentro de la zona rural, vivían 546 cultivadores, de ellos 22 extranjeros. El censo publicado en septiembre de 1826 confirma que artesanos y operarios sin propiedad trabajan en lo que apremia al poblado: 260 hombres, 203 mujeres y 224 niños. Siendo un artista litógrafo es difícil que tuviese ocasión de ascender en su arte. Remotos están los días en que se introduce la imprenta en la otrora Fernandina de Jagua. Por otro lado, DeClouet no andaba con cortesías; a los colonos que tenían otra profesión y había prometido respetar, les impuso labores a su antojo. En el año 1829 Carr vende las tierras y regresa a su ciudad natal.

No ha de asombrarnos que toda la Isla careciese de artistas grabadores. De hecho, el domingo 7 de abril de 1811 El Censor Universal reconoce en su sección Noticias que en La Habana “faltan grabadores” y apenas se mencionan hasta 1828 una media docena de nombres. Igual, el primer taller litográfico que se inaugura comercialmente no aparece sino en la capital (1822) y en 1828 solo existe un cubano dedicado al arte del grabado: Francisco Javier Báez.

Carr resistió los muchos obstáculos de esta etapa, particularmente el ciclón, la epidemia de fiebre amarilla y el vómito negro de 1825. Los ingenios y las siembras quedaron lacerados por las lluvias y el feroz viento; contiguo se originan conflictos internos relacionados con las posesiones de la tierra. La atmósfera de deterioro y hostilidad debieron colmar su paciencia y la de muchos de sus coterráneos. Es cierto que en 1827 se produce un ligero ascenso económico, seguramente consecuencia de los esfuerzos de las autoridades que estaban constreñidas a estabilizar la jurisdicción; pero no basta para inspirar al colono norteamericano a quedarse. La posibilidad de desarrollar una grata manifestación artística en lo inmediato se fue por el caño.

Carr padre se retira a Inglaterra, pero su hijo José queda en la colonia y contrae matrimonio con la cienfueguera Regla Díaz de Acebedo. De la unión de ambos nacen: José Benito Carr y Díaz de Acebedo (3 de mayo de 1841), María de la Concepción Carr y Díaz de Acebedo (8 de febrero de 1843) y Guillermo Félix del Rosario Carr y Díaz de Acebedo (6 de diciembre de 1844). José figura en la lista de donantes a favor del proyecto de un ferrocarril para enlazar a Cienfuegos con Santa Clara (10 de mayo de 1847) y fue propietario de valiosos terrenos en Ciego Montero, algunos de los cuales cede en 1852 para la construcción de habitaciones cerca de los baños termales. En esa etapa pertenece al Gremio de Mercantes del Puerto. En sus dominios se levanta un puente en 1861; la época en que recibe la noticia de un plano diseñado para estimular la población que habría de instalarse en los baños termales, también nombrados Baños del Príncipe Alfonso.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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