Guillermina Lázaro, la primera escultora de Cuba

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En la segunda mitad del siglo XIX la figura más persistente como asunto de las artes escultóricas y pictóricas es el almirante Cristóbal Colón. Para esa etapa domina una corriente historicista que evoca las grandes sergas del pasado, se inspira en la realidad inmediata hasta ir derivando en un naturalismo puntillista. Particularmente la escultura no deja mucho espacio para la imaginería, y suele rozar los límites de lo sensiblero. Justamente, su costo económico, sobre todo por el uso del mármol o el bronce, restringe la libertad creativa, toda vez que están sometidos a las misivas y conservadurismos estéticos o sociopolíticos de sus clientes, sean privados o institucionales.

El investigador Benedict Anderson (Kunming, República de China, 26 de agosto de 1936) afirma que esos tiempos ni el clero ni la monarquía absoluta se comportan como los principales mecenas de arte, sino la incipiente burguesía que se beneficia del capitalismo fabril y bancario de la Revolución Industrial, que favorece la técnica de fundición y jerarquiza la consumación de monumentos públicos y memoriales. Es por ello que llega a referir este periodo como “una fiebre de piedra”.

Hacia 1883 la escultura española no tiene la misma influencia sobre el devenir artístico de la Isla. Es el momento en que surgen los primeros nombres de escultores cubanos (graduados de San Alejandro en su mayoría o academias europeas)y otras opciones de mercado, provenientes con mucha frecuencia de Italia. Justo, por primera vez, un criollo, Miguel Melero Rodríguez (1836-1907), asume la dirección de la principal academia cubana de las artes visuales. Asimismo, un nuevo espíritu antiespañol se forja en la colonia, al tiempo que se convencen los locales que es posible el “autoabastecimiento” en las bellas artes (incluyendo los ofrecimientos de los hispanos arraigados). En medio de estos denuedos por construir un arte nacional aparece, sin embargo, la desconocida Guillermina Lázaro, primera mujer que concibe una escultura en Cuba.

¿Cómo llega la artista de marras a ejecutar la obra referida? ¿Qué méritos avalan su carrera? La ausencia de información sobre su producción artística hace confusa la nacionalidad de esta creadora y constata que no fue una figura significativa del arte cubano o ibérico. Existe la posibilidad que haya abandonado la carrera para contraer nupcias y su nombre pasase al olvido. Lo cierto es que a principios de 1883 la artista emplaza en Cienfuegos, un busto de Colón que desde el año anterior le había encargado el Ayuntamiento a un costo de 50 pesos oro. En la revista El Fígaro, dedicada a la mujer cubana, Núm. 24 de febrero de 1893, aparece una carta firmada por la autora en la que ofrece algunos datos de su trayectoria. En el pórtico del texto dice: “Lo único que deseo consignar al pie de mi retrato es el primer documento escultórico que la mano de la mujer ha levantado en este suelo, es obra mía; otra mujer levantará el mejor, yo levanté el primero. Me refiero al Colón que hice por encargo del Ayuntamiento de Cienfuegos y en cuya plaza o parque existe”. Más adelante comenta sobre su formación en la Escuela de Madrid: “Mis maestros en escultura fueron el Señor Molinelly y la Señorita Frances; de dibujo y pintura Madrazo, Lozano, Rincón, Aznar, La Plaza, Acebedo y Calzada; he obtenido por oposición quince grandes diplomas (era la más alta distinción); en la Exposición Universal de Barcelona me premiaron un jarrón estilo Luís XVI”.

Luego de manifestar que su especialidad es la acuarela y pinta óleos de asuntos religiosos, paisajes y cuadros de costumbres siguiendo la escuela moderna, comenta sobre su última obra, cuya fotografía divulga El Fígaro: “La figura alegórica que me hacen ustedes el honor de publicar representa La Libertad de Cuba. No les doy más datos ni les envío más fotografías de mis obras porque siendo yo la más insignificante, no es justo que en periódico de la importancia de El Fígaro tenga que concederme aún más espacio. Lo que se diga de mí quisiera que cupiera muy poquito; pues como de un lugar tan prestigioso se trata, considero el honor que se me hace muy superior a los merecimientos”. En ese decir, también comenta sobre su busto reciente a Montoro.

La figura simbólica referida por la escultora de los bustos de Colón y Rafael Montoro es un relieve que simboliza a la nación; el torso de una joven semidesnuda, emergiendo de un sembrado de  plátanos y topada por una estrella de cinco puntas a manera de aureola. Indubitablemente, el conjunto tiene mayor valía histórica que estética y no goza de complejidades en la enunciación. Excesivos su frialdad y rigores académicos. A juzgar por estas encomiendas, su versión del genovés no debió ser muy singular. Tampoco sabemos a dónde fue a parar dicha estatua, que seguramente debió mostrarse algún tiempo en la Plaza de Recreo. No obstante los olvidos, los investigadores del arte cubano suelen ubicar a la Lázaro dentro de la santa trinidad de la escultura cubana del siglo XIX, junto a Miguel Melero y José Villalta de Saavedra.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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