Glicerita cambia el color de la tristeza

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“Nadie ha hecho algo lo suficientemente bueno para merecer un nieto”. La frase de Gliceria Martel Bosch, ex condiscípula del Preuniversitario y la Universidad Pedagógica Félix Varela me impresionó. Dialogamos hace un año en la primaria Guerrillero Heroico, e imponderables interrumpieron mis labores tras aquella cobertura, y durante doce meses, las musas soñaron la entrevista que hoy propongo, en homenaje al Día de las Madres.En 1985, ella tuvo una hija con discapacidad que le imposibilitaba caminar, eso siempre lo supe, pero la grandeza de sus palabras, junto a la inspiradora: su nieta María Carla, por quien es vicepresidenta del consejo de escuela del citado plantel, proclamó a mi intuición la sublimidad de esta historia de vida.

“Mi hija nació el 12 de enero de 1985; yo tenía 21 años y estaba en Colón, pues mi esposo es de allá. El diagnóstico fue mielomeningocele, un defecto del tubo neural, congénito; fue operada al tercer día de nacida por un equipo multidisciplinario y estuvo tres meses ingresada”, cuenta ella.

“Al cabo de ese tiempo la inscribieron con el nombre de Mariluz (alegoría a mis dos tías), pues antes de que no contaran con ella, llevaba el mío. Yo estuve 17 días sin verla y por esa razón me deprimí, salí de allí, del hospital de Colón, con la hemoglobina muy baja, pero lista para el ‘Frank País’ de la capital, donde hubo más diagnósticos: displasia de cadera y faltaba la cabeza al fémur, entre otras patologías. Estuvimos ocho años entre ingresos y egresos; hubo ocho operaciones, siempre estaba con yesos dorsales y en los pies”.

Glicerita estudió licenciatura en Educación, en la especialidad de Geografía; la vocación docente vino por mamá Gliceria, y cuando conversa, habla la pedagoga:

“Nunca la desvinculé del régimen escolar, de pequeña venía de sus cirugías para ‘Mariana Grajales’ en un coche, luego asistió en silla de ruedas a la secundaria básica Frank País y posteriormente el preuniversitario lo alcanzó en el Curso de Superación para Jóvenes. En esas enseñanzas adquirió amistades imperecederas”.

Las palabras corren aceleradamente, y durante el tiempo narrado, Glicerita tuvo su otro hijo.

“Ella solo contaba con dos años cuando tuvimos al varón; pensé que seres así llevan un hermano, mucha familia y gente que los apoye, y lo hemos logrado. No puedo dejar de mencionar el mérito de mi esposo Águedo Willians, quien está a punto de regresar de una colaboración de tres años en la República Árabe Saharauí Democrática, como profesor de Matemática; él ha sido el apoyo y resorte para la consolidación de esta familia, lo he extrañado tanto.

“Por ejemplo, los primeros trece años de la niña, yo trabajaba; escogí ser profesora en la Facultad Obrero Campesina, pues era horario nocturno y él asumía los cuidados del hogar.

“Luego me dediqué completamente a la familia, pude atender a mi papá enfermo, estar cerca de todo. También durante la crianza de nuestros hijos construimos la casa; mira, estoy tan plena que pienso que todo esto es envidiable, paseamos, disfrutamos juntos, vacacionamos.

“Aquí la vida pasa sin dificultades, hemos visitado hoteles; cuando Mariluz cumplió los 15, tuvimos una semana de fiestas, ella me había pedido ir a Varadero, cogí un teléfono llamé a todos los centros turísticos allá y un alma buena me lo consiguió, esa es Cuba, pude darle ese gusto”.

¿Cómo lograste cambiar el color de la tristeza, como diría Teresita Fernández?

“Con un orgullo muy grande, siempre la quise, ella era mi satisfacción de procrear, esa fue mi fuerza. Tantas intervenciones quirúrgicas impidieron males mayores; cada 12 de enero llamo a los médicos que la atendieron para agradecerles, pues mira, la tengo, estoy siempre cerca de ella y las mayores recompensas: su título de Derecho en una sede universitaria, y mi nieta.

“Mi otro hijo también me dio un nieto, todos los sueños se han cumplido, él tiene una familia muy linda; pero de esta que tengo en casa, el ala femenina, yo soy la guía, soy las piernas de mi hija, en lo demás no la suplanto, ella le hace todo a María Carla; me toca llevarla a la escuela, tengo cargos allí y sustituyo a las maestras cuando es necesario, me realizo así en el magisterio, que adoro”.

Tanta altivez habla de altruismo, correcto manejo. ¿Has podido transmitirlo a Mariluz?

“Sí, incluso para superar el bullying de la adolescencia, desterrar discriminaciones a lo diverso, y lo logré tratándola de la forma más simple, tanto cuando venía aquejada de desprecios en la escuela, como cuando inició relaciones amorosas; mi afecto ha estado por encima de todo y eso ha impedido el menoscabo de su autoestima”.

La vida da niños especiales a personas especiales. Mi entrevistada conoce el lenguaje universal de la ternura, no reñida con la humildad, y así lo atestigua su interrogante ante mi solicitud de intercambio: “¿Y por qué me vas a sacar por el periódico, si yo no he hecho nada?”.

En el ala femenina de su descendencia, Glicerita se siente más útil./ Foto: Dagmara Barbieri
En el ala femenina de su descendencia, Glicerita se siente más útil./ Foto: Dagmara Barbieri

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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