Gente con la luz de pensar como país

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Cerca de casa, la proximidad de otros edificios permite divisar incluso al interior de sus habitaciones. Es posible sentir la cotidianidad de la gente en los hogares, cuando la televisión convoca o prenden luces los rincones de cada espacio vital, porque la noche abraza.

Se trata de una rutina deliciosa. El día a día, la vida transcurriendo en el apacible rato del anochecer. Sin embargo, en las últimas jornadas, tras el ritmo habitual del aseo, ir a la mesa, las casas circundantes atesoran un detalle aparentemente nimio: solo brilla en ellas una habitación. Las restantes, las solas, las momentáneamente inutilizadas, duermen en la oscuridad, y a la vez despiertan la certeza del civismo, conciencia y entereza de la población cubana.

¡Cuánta cultura la de este pueblo, en toda la extensión de esa palabra grande! Creo ahora comprender mejor sentencias como aquella, cuando Fidel nos dijo que “Una Revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas”.

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Rápidamente los nuestros captaron la esencia del momento: en manos de todos está la posibilidad de mitigar el daño del bloqueo, en cada equipo puesto en “off” cuando no hace falta, en reorganizar temporalmente la vida para elaborar alimentos fuera del pico eléctrico, o en convertirnos en especie de “patrulla clic”contra luces encendidas sin necesidad.

Impresiona la entereza de los hijos de esta tierra ante situaciones como la que vive Cuba hoy. Con serenidad y capacidad organizativa tenemos bajo la manga la carta para salir airosos. Son, indudablemente, lecciones aprendidas de Fidel; él puso todo su empeño en cultivar nuestra creatividad y fortaleza.

La movilización de la gente nace de esa fibra identitaria que nos ha marcado siempre. A estas alturas, cada centro laboral es un hervidero de ideas y posibles soluciones, porque de eso se trata, de mantener vitalidad, como hasta hoy ha sucedido.

Y fuera del ámbito doméstico o profesional, en calles y avenidas la solidaridad prende. Aunque algunos “desenfocados” todavía no comprenden la valía de pisar frenos y contribuir en el empeño de trasladar personas, priman en estas jornadas —como debieran hacerlo siempre—las puertas de vehículos ligeros abiertas al pueblo.

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Transcurre una contingencia energética, eso ha dejado claro la máxima dirección del país. No obstante, nuestras reservas son ilimitadas. Y no me refiero a clásicas provisiones, sino a esa retahíla de trucos que solo conocemos los cubanos, y ponemos en práctica rápido, bien rápido, a minutos de convocarnos.

No sé si se trata de idiosincrasia, de “chispa”, de algún que otro “halo” especial, de carisma, de la capacidad de resistencia que el propio bloqueo ha forjado a los cubanos, o de todo eso junto. Lo cierto es que sabemos manejar situaciones difíciles sin dejar de sonreír, y eso, eso no tiene otro nombre que Victoria.

En los últimos tiempos no pocas manifestaciones de individualismo e indolencia me han provocado escepticismo, y llevado a pensar que la médula de los valores adolece, pero ahora, en este contexto complejo, creo hemos sacado todos lo mejor de nosotros.

Hay aguas afuera de esta Isla un mundo aciago, y una parte poderosa de él dedica fuerza y dinero a perseguir barcos y navieras. Pero tierra adentro abunda la gente corajuda, que apaga luces innecesarias en casa y prende las del corazón, en franca muestra de que así, con ese pequeño gesto hacia el interruptor, pensamos todos como país.

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