Freud, los lobos de Pankejeff y los buitres de Da Vinci

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Parece increíble que sólo le bastaran dos años a Freud para escribir su obra básica, La interpretación de los sueños, de cuya publicación se cumplen 105 años. En realidad la terminó en 1899, pero esperó hasta 1900 para sacarla a la luz, una fecha redonda a todas luces revestida de mayor significación.

Los expertos señalan que la mayor baza sacada al juego por el investigador austríaco aquí fue la relación establecida entre el análisis de los sueños y el inconsciente.

En el texto de marras, precursor de la psicología moderna, Sigmund Freud desarrolló teorías anatematizadas en su época, pero que por primera vez en la historia desterraron las viejas hipótesis vinculantes de lo onírico con lo esotérico-religioso, incorporando un basamento científico que los investigadores posteriores casi siempre concordaron en reconocer.

El gran judío vienés encontró reticencias e incluso enfrentamiento a sus trabajos y a sí: “Esté seguro de que si mi nombre fuera Oberhuber mis innovaciones hubieran encontrado, después de todo, mucho menos resistencia”, escribía el 27 de julio de 1908 a Karl Abraham, en clara alusión al signo racista de las reconvenciones.

Quienes imputaban los fundamentos de su teoría, al verse detenidos por aquella mole de pensamiento escrito que se les abalanzaba, se despachaban atacando al hombre. Que, digámoslo, sí tenía por dónde. Es sabido que fumar tabaco y beber café eran los vicios menos inofensivos del padre del psicoanálisis.

También era adicto a las drogas, sedujo a su cuñada Minna Bernays y se ha especulado mucho sobre la proclividad de sus tres hijas al incesto.

Los estados de neurosis de Sigmund no dieron menos que hablar. En Der familienroman der neurotiker admitiría su carácter neurótico y de paso, con ese peculiar sentido del chiste que lo distinguió, decía que este tipo de gente debía tener padres más prominentes. Y ejemplificaba con el caprichoso Beethoven, para no hacerlo consigo, pues los suyos eran comerciante y ama de casa.

La obra de Freud, traducida al inglés, español, francés, sueco, japonés, portugués, húngaro y checo, en ese orden en el primer período de dichas traslaciones, fue determinante para las generaciones venideras, y descubrió a la humanidad formas insospechadas de analizar el subconsciente de los hombres.

También continúa siendo objeto de inspiración para distintos artistas, quienes han aplicado los conceptos vertidos en ésta a sus obras. Una muestra presentada tiempo atrás en la Equitable Gallery de Nueva York y luego en el Museo de Historia de Viena e instituciones culturales francesas, reflejó los deseos y obsesiones oníricas presentes en trabajos de Dalí, Kubin, Magritte, Kokoschka, Di Chirico, Braque, Klee, Jackson Pollack, Man Ray y otros.

La periodista austríaca Julieta Rudich destacaba a la sazón en un despacho fechado en Viena la impresión causada a los asistentes por los lobos blancos encaramados a un árbol de invierno, pintados por Serguei Pankejeff en Mi sueño, lienzo de 1964. Este artista eslavo, antiguo paciente de Freud, esperó hasta los setenta años para plasmar en dicho cuadro la imagen de una pesadilla que su terapeuta había interpretado como un trauma sexual de la infancia.

Su viejo médico era experto en eso. La interpretación de los sueños constituye la prueba más fehaciente. Allí, entre tantas otras claves aparentemente descifradas, explicaba un sueño adolescente de Leonardo Da Vinci, consistente en la cabeza del joven introducida en el pico de unos buitres negros.

Para el vienés, aquello era señal inequívoca de homosexualidad. De Leonardo no haberlo sido, como lo fue, no sé si el traductor de la psiquis le hubiera dado otra lectura, pero eso entra en el campo de la mera especulación. Lo cierto es que quienes quieran saber de éste y otros incontables sueños, pueden leerse la colosal obra. Así no sólo recordarán al que para muchos representa el libro fundamental del siglo XX, sino también aprenderán a comprender mejor esas imágenes que surcan sus mentes en la noche.

A comprenderlas y a tener mayor cuidado en divulgar algunas. Podrían tener una interpretación muy preocupante.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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