Fidel y el helado de la madrugada en Cienfuegos

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Guarda en su memoria los recuerdos de muchos años. De sus habilidades gastronómicas han disfrutados cantantes, bailarines, deportistas, políticos, en aquella planta hotelera a la entrada de la Bahía de Cienfuegos. Pero el Chino de Pasacaballo, un apelativo tras el que se esconde su nombre verdadero (Luis Faustino Vázquez), recuerda especialmente la atención personal al Comandante en Jefe cuando se alojaba aquí.

La primera de todas fue en la década del 80, apenas un par de años en tales faenas y la vida le regaló más que una oportunidad, una responsabilidad. Fidel Castro Ruz, inmerso como estaba en todos lo relacionado con el seguimiento a la marcha de los trabajos en la Central Electronuclear, venía muchísimo a Cienfuegos, y esta vez llegaría al hotel en plena madrugada. “Serían las dos o las tres de la mañana”, rememora.

Luis Faustino Vázquez, el Chino de Pasacaballo. /Foto: Darilys Reyes
Luis Faustino Vázquez, el Chino de Pasacaballo. /Foto: Darilys Reyes

Hoy el Chino trabaja en el Bar Café, en el propio lobby, como él mismo lo califica “la cara de Pasacaballo”, donde brinda servicio a clientes nacionales e internacionales preparándoles desde la oscura infusión hasta los más variados cocteles. Pero para entonces radicaba en la discoteca y en la visita de aquel ilustre huésped no necesitó sus conocimientos como barman, de seguro iba acompañado de sus nervios de principiante.

“Ya el servicio de la cafetería había salido y me asignaron a mí el honor de atenderlo. No le preparamos tragos, porque él solo quería helado; si mal no recuerdo era un almendrado, cuando aquello las bolas eran más grandes, puede que con tres bolas ya se llenara la copa, además iba con sus agregados. Se conversó poco, pero fue muy grata la estancia, porque cuando se trata de una persona tan grande como él…”.

Lázaro Hernández Padrón, atendía asiduamente a Fidel Castro cuando se alojaba en Pasacaballo. /Foto: Darilys Reyes
Lázaro Hernández Padrón, atendía asiduamente a Fidel Castro cuando se alojaba en Pasacaballo. /Foto: Darilys Reyes

También en aquel sitio, y con algo más de experiencia, estaba Lázaro Hernández Padrón, un dependiente que atendía asiduamente a Fidel Castro, incluso había estado ahí desde el mismo día fundacional, cuando las palabras del líder estremecieron a los presentes, pues su misma presencia impone, intimida, enorgullece.

“Me dicen que no podía irme aquel día, porque venía una visita importante, pero no me dijeron quién era, nos cuenta Hernández Padrón. Cuando llegó nos pidió un helado y a mí personalmente un agua de bolita, que es el agua gaseada, pero él me dijo así: de bolita. Yo estaba acostumbrado a atender al Consejo de Estado aquí en Cienfuegos, así que sabía el procedimiento: el helado debía ser de una cubeta sellada y el agua la tenías que descorchar ya delante de ellos.
Él (Fidel) estaba sentado en unos asientos de madera muy bonitos que había a la entrada del hotel, puso los pies encima de una mesita y nos dijo: Disculpen, esto no se debe hacer, pero estoy muy cansado”.

Este es precisamente el único detalle donde no concuerdan las historias, pues el Chino afirma haber servido a esta figura en “la habitación 501, que siempre será la de nuestro invicto Comandante”. Se me antoja pensar, que los años le han jugado una mala pasada a alguno de los dos, pues ya suman más de treinta los transcurridos desde la década del 80, donde ellos, por separado, aseguran que sucedió el nocturno suceso; aunque ninguno recuerda la fecha con exactitud.

Quizás se han mezclado las imágenes de varios de esos encuentros (en mi opinión se trata de anécdotas similares y días diferentes). Prefiero pensar que el líder de la Revolución gustaba de llegar a Pasacaballo en la tranquilidad de la madrugada, que lo hacía frecuentemente y que, en cada ocasión, pedía disfrutar del helado cienfueguero.

Por los pasillos del lugar, hay quien aún recuerda la sensación de orgullo cuando hablaron con él por primera vez, en el restaurante, o en la pequeña tienda de la planta baja.

Todavía se respira allí la nostalgia por su presencia, de cuando iba y llevaba consigo a los más célebres visitantes, incluso de otros países, a quienes mostraba el desarrollo industrial de la ciudad, y ya de paso, la impresionante imagen de la Bahía de Jagua y las confortables habitaciones que él mismo había impulsado a construir.

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Rosa M. Díaz Hernández

Lic. Periodismo Graduada de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas 2012

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